Dicen que la primera versión de un manuscrito es como una especie de monstruo de Frankenstein al que el autor debe darle vida, ya sea mediante la reescritura o con la corrección. En esta época de inteligencias artificiales y mercantilismo exacerbado dentro del panorama literario, la labor de profesionales como Ana García de Polavieja se hace fundamental. Correctora de varios títulos para editoriales tan importantes como Valdemar, su visión sobre la literatura, la escritura y el género fantástico son cruciales para comprender cómo este género revive ante el lector. Es un placer para mí contar con ella en este ciclo de entrevistas.
Entrevista a la correctora Ana García de Polavieja
«¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar». Estas palabras forman parte de las primeras páginas de Ocnos, de Luis Cernuda, una obra que marcó un antes y un después en tu vida, Ana. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿De qué modo te sientes identificada con estas palabras (ya que sé que la música y lo inusitado son parte de tu vida)?
Yo solo tenía doce años cuando mi profesor de Literatura, Vicente Llorca, nos mandó este libro. Por supuesto, había leído muchos otros libros antes, sobre todo de terror, que me encantaban. También a mi querido Momo… Entre tantos hombres grises de un mundo aún mucho más gris, apareció de pronto Ocnos: mi primer encuentro con la prosa poética y una delicia de libro. Es difícil expresar cómo me marcó esta obra, pero supuso el principio de mi necesidad de escribir. De alguna manera, me encontré en aquellas palabras como si fueran un reflejo de mí misma. Un par de años después, mi querida Adelaida García Morales (premio Herralde de novela en 1985) me dejó Tres narraciones, también de Luis Cernuda. Aquí ya me encontré tres novelas cortas escritas con la misma prosa poética que Cernuda derramaba en Ocnos, pero ya no eran breves historias de una o dos páginas, sino novelas. Caí aún más rendida ante la prosa poética no solo porque aúna la música y lo inusitado, sino porque te transporta a un mundo donde no habitan los hombres grises. Todo es música y color. Inusitado pero colorido. Y, lo que es más difícil aún y logra tan bien la buena prosa poética: inusitado y colorido, pero cargado de nostalgia.
El poder de la palabra
Autores como Alan Moore piensan que la palabra posee poder, que es magia. Un «te quiero» puede cambiar la vida de una persona, su realidad. ¿Tú qué opinas? ¿Qué es lo que te ha hechizado del mundo de la palabra?
Creo que hay una gran diferencia entre la palabra escrita y la palabra hablada. Cada página de Ocnos o de Momo permanece y permanecerá inalterable a lo largo de toda su existencia. La palabra hablada es un mero instante, un «te quiero» puede durar un segundo y solo en ese breve segundo te cambia la vida, hasta que quizá un «no te quiero» lo reemplace y te cambie la vida una vez más. En el mundo ¿real? valoro mucho más un abrazo o una caricia que un «te quiero».
La palabra escrita te empuja a mundos que ni sospechabas que existían. Como Ocnos, las palabras te crujen hasta reventar tus emociones, te poseen, te hacen crecer. Y no cambian. No te traicionan.
Sobre la corrección
El proceso de corrección de una novela puede ser uno de los más desconocidos para el lector habitual. No obstante, la falta de esta puede enturbiar una obra o hacerla, directamente, ilegible. ¿Por qué consideras que es tan importante la corrección? ¿Por qué crees que nunca podrá ser sustituida por un corrector automático de un procesador de textos (siempre tan corto de miras)?
En mi opinión, cuando tú vendes un producto y eso te aporta un beneficio, te ves en la obligación de entregar ese producto de la mejor manera posible, es decir, corregido, maquetado y con una buena portada. Si no te puedes permitir ese gasto, regala el libro. No es ético vender un producto defectuoso. Es una pena que plataformas como Amazon permitan la venta de libros ilegibles.
Hace poco un autor me habló de una IA que traduce y corrige. Mi curiosidad me ha llevado a probarla. Es peor que el corrector de Word, que ya es decir.
El problema de los procesadores de textos y de las IA es que no se introducen en la obra. Nunca te podrán decir que ahí no habla A, sino B; ni que la casa de campo era de adobe y no de madera. Eso en el mejor de los casos, porque lo que yo he visto de esa IA es todo un auténtico disparate. Lejos de corregir las obras, lo que hace es destrozarlas.
Cuando una obra que va a publicar una editorial como Valdemar llega a ti, ¿cómo afrontas el proceso de corrección? ¿Qué es más difícil: una corrección de estilo u ortotipográfica? ¿Cómo cambia tu proceso de una a otra?
Depende de cada novela. No es lo mismo trabajar sobre una traducción que sobre una obra en castellano de un autor vivo. Al autor vivo le puedes consultar hasta qué punto te permite intervenir en la corrección de estilo. En una traducción, si veo que algo no me cuadra, consulto el original y propongo alternativas que luego resuelve el editor. En Valdemar no suele ocurrir, en otras editoriales me he encontrado grandes incongruencias en la traducción. En ese caso, lo comento y la editorial decide.
Sobre el DRAE
Cada año, cuando hay una nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española, aparecen noticias donde se da como una sorpresa que se incluyan nuevas palabras o vulgarismos. No suele sacarme de quicio, pero sí me llama la atención la importancia que le da la gente. ¿Crees que todavía existe la idea de que la Real Academia es la policía de la lengua, que sanciona en vez de simplemente recoger lo que se dice?
No hay una nueva edición cada año, lo que hace la RAE es introducir actualizaciones. En 2026 sí verá la luz una nueva edición del diccionario.
Creo que hay normas que hay que cumplir sí o sí, pero también hay autores que están en su derecho de saltarse esas normas, siempre que sea a propósito y con un fin. Por ejemplo, Samuel Beckett ganó el Nobel de Literatura en 1969, y en su libro Cómo es no hay ni un solo signo de puntuación. ¿Cuál era el contexto? El de la literatura experimental. Para saltarse las normas hay que conocerlas muy bien. Cuando estudias piano, te hacen colocarte de una forma muy correcta: que si la espalda así, que si las manos asá… Cuando ya controlas el instrumento, puedes tocarlo haciendo el pino puente si la espalda lo aguanta. 🙂
Y, hablando de la Real Academia, ¿cuál es tu opinión sobre los cambios que se han hecho desde 2010? Conozco a muchos compañeros que siguen tildando palabras como «guion» o «solo». ¿Por qué crees que la gente se aferra tanto a ciertas reglas aunque dejen de ser «obligatorias»?
No es que dejen de ser obligatorias, es que ahora lo obligatorio es escribir «guion», «rio», «lio»… Estas decisiones en concreto creo que dificultan la fluidez de la lectura. Pero otras decisiones, como no tildar «solo», me parecen correctas. El contexto permite saber a qué «solo» se refiere el autor. En caso de que exista ambigüedad, me parece más acertado escribir «solamente» que «sólo».
El ego del autor
Los autores suelen ser seres con un gran ego. Por mucho que vayan de almas atormentadas y «humildes», se pasan la vida escribiendo sobre sus propias mentiras. Y les suele doler lo que a nadie le dolería, como una corrección. ¿Has tenido alguna vez esta situación con algún escritor al que has corregido? ¿Se ha tomado a mal alguna de tus correcciones? ¿Crees que un buen texto es parte de cómo queremos transmitir una buena imagen?
La verdad es que jamás he tenido ningún problema ni con traductores ni con escritores. Sí he leído a compañeras quejarse de ese ego que mencionas, pero yo solo lo viví un poquito con un traductor hace ya unos años. No se tomaba muy bien algunas correcciones, como si fueran un ataque. Pero estamos hablando de uno frente a muchísimos otros que, lejos de molestarse, te agradecen mucho tu trabajo.
Las erratas de la actualidad
He leído algunas obras recientes, de grandes editoriales, con numerosas faltas de ortografía, erratas… ¿A qué crees que se debe? ¿Es una cuestión de tiempo o de falta de inversión por parte de estas editoriales?
Uno de mis traductores favoritos es Mauro Armiño. He trabajado mucho con él en Valdemar. Tradujo El retrato de Dorian Gray para una gran editorial. Lo compré porque soy una loca de esa novela y no me podía faltar la traducción de Mauro (aunque tengo la suerte de poder leerla en inglés). Cuando la empecé, no daba crédito a lo que estaba leyendo. Había páginas con cinco faltas o erratas. Una vergüenza. Y te hablo de hace unos quince años, así que no es tan reciente.
Las editoriales son empresas y quieren ganar dinero, recortan gastos de aquí y de allá y el que paga el pato es el incauto lector que ha pagado X por el libro. O, peor aún, el escritor que publica una novela con toda su ilusión y la editorial no ha contratado a un corrector profesional. La editorial grande sobrevivirá, pero, si es pequeña, morirá.
También hay que destacar que no todas las editoriales hacen estas cosas. Por suerte, algunas se toman muy en serio el resultado final del libro y siguen invirtiendo en correcciones profesionales.
El lenguaje inclusivo
Un tema que suele surgir en mis clases de Lengua Castellana y Literatura es el «todes» u otros recursos para plantear esta nueva realidad. Conozco a compañeros que sienten una gran aversión por este tema y otros que consideran que es un cambio natural en el hablante. ¿Qué opinas tú como correctora?
Como correctora, el lenguaje inclusivo solo me lo puede proponer un autor contemporáneo. Si quiere usar el lenguaje inclusivo, no se trata de un error, sino de una elección y no seré yo quien se oponga. A menudo el lenguaje evoluciona mucho más rápido que la RAE. Es lo mismo que te decía antes: si el autor o la autora conoce las normas y, aun así, decide usar un lenguaje inclusivo, ¿quién soy yo para decirle que eso no se puede hacer? Ya se lo dice la RAE.
Corrigiendo a los grandes
Has corregido obras de grandes autores como Oscar Wilde, Stephen King, Thomas Ligotti, Pilar Pedraza, Edgar Allan Poe… ¿Existe cierta predilección por la prosa más oscura o, simplemente, es una cuestión de trabajo? ¿Cambia la corrección de autores extranjeros a autores nacionales en demasía? ¿Cómo enfocas trabajar con textos que pertenecen a autores que cuentan con tantísimos lectores y con estilos únicos?
Como te comentaba al principio de esta entrevista, desde pequeña soy una fan total del terror. Mi hermano y yo siempre convencíamos a mi madre para que nos dejara ver las películas del programa Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador. Eso sí, luego le suplicaba que no cerrara la puerta de mi cuarto y dejara la luz del pasillo encendida. A pesar del miedo que sentía esas noches, siempre volvía a convencerla.
Pero que me encante el terror no significa que no me gusten otros géneros, como por ejemplo la prosa poética bien escrita, o el teatro de Oscar Wilde ―uno de los que mencionas― traducido por Mauro Armiño para Valdemar: una auténtica joya.
A mí me gusta la buena literatura, sea del género que sea. Por poner un ejemplo, Pilar Pedraza es una grande de la literatura de género, pero es mucho más que eso: es una grande de la literatura. Retomando el tema del ego de los escritores, te cuento como anécdota que a Pilar le he corregido doce o trece libros para Valdemar, y jamás ha puesto un «pero» a una corrección.
La corrección de una traducción o de un autor nacional sí es diferente, como te he comentado antes. Si tienes una duda en un manuscrito de otro idioma, lo correcto es consultar el original y transmitir la duda a la editorial o al traductor si tienes una relación fluida con él.
Con escritores nacionales es más fácil porque puedes hablar directamente con ellos, aunque a veces también transmites la duda a la editorial. Todo depende del nivel de confianza que tengas con el escritor.
Soy consciente de que corregir obras de Stephen King, Clive Barker o Ligotti es algo que llama la atención al ser autores muy conocidos, pero me tomo esas correcciones como todas las demás: intento hacer mi trabajo lo mejor posible sea de quien sea el texto.
También he corregido a los mejores de la literatura española contemporánea. Además de a Pilar Pedraza, he corregido obras de Jesús Cañadas, Emilio Bueso, Ismael Martínez Biurrun o David Jasso. Ojalá algún día pueda corregir a Mariana Enríquez. La sensación de responsabilidad es la misma con todos los libros.
En De qué hablo cuando hablo de escribir, Haruki Murakami comparaba la escritura con la música, planteando que incluso el ritmo al teclear tenía mucho que ver con el ritmo de una composición musical. La música forma una parte muy importante de tu vida, al igual que la literatura. ¿Tú también ves esa relación que encontraba Murakami? ¿Cuál es la similitud entre la música y la escritura para ti?
La única similitud que yo encuentro es que ambas disciplinas artísticas nos sirven para «desahogarnos», para gritar, para expulsar demonios, pero cada una de distinta manera. Creo que Murakami no toca ningún instrumento musical, pero yo he estudiado la carrera de piano y, desde mi experiencia, son dos formas muy diferentes de expresarse.
Agradecemos a Ana García de Polavieja su participación en este ciclo de entrevistas sobre el fantástico, donde hemos podido desentrañar la magia de la corrección.
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