«—Eh, amigo, ¿quiere dejar de dar por saco? —gritó—. Aquí tenemos un buen lío montado.
«Por supuesto que lo tenéis —pensé—. ¿Acaso no lo tenemos todos?».
Los mejores relatos suelen ser como un buen chiste: necesitan un remate, un último golpe (de gracia), que deje huella en el lector. El ejemplo paradigmático de esos autores que no suelen conseguirlo está en Joe Hill, como comenté en la reseña de su última colección: A tumba abierta. Podríamos decir que, tal vez, lo ha heredado de su padre, el celebérrimo Stephen King, aunque no seríamos justos, ya que hay muchos cuentos y novelas cortas del escritor de Maine que sí logran dejar huella. No es el caso de Almuerzo en el café de Gotham.
Viaje a la locura
Convertido en un pequeño libro de noventa y seis páginas por Nórdica Libros, siguiendo el estilo de El día antes de la revolución de Ursula K. Le Guin, esta edición del cuento (que no llega ni a novela corta, en realidad) viene ilustrada por Javier Olivares, uno de los mejores dibujantes de nuestro país, al que tuve la suerte de entrevistar en el Festival Celsius hace unos años.
Más allá del hecho de compartir su nombre y apellido con el creador de El Ministerio del Tiempo, Olivares es famoso por haber realizado cómics e ilustraciones a partir de grandes obras de clásicos de la pintura como Velázquez o de la literatura como H. G. Wells. Su estilo, minimalista, con una gran fuerza visual capaz de deformar la realidad para plasmar sus horrores, brilla por encima de la historia de King.
Crítica de Almuerzo en el café de Gotham, un relato de Stephen King, ilustrado por Javier Olivares, que nos arroja a la locura. Share on XEn Almuerzo en el café de Gotham, el narrador, en primera persona, acude a un restaurante para hablar con su futura exmujer sobre el divorcio. Él sigue sin comprender por qué ella lo ha abandonado. ¿Será por su abuso del tabaco? ¿Por ser arrogante? ¿Por creerse una especie de cowboy machista? Muchas son las preguntas que asaltan a un narrador con el que King intenta que empaticemos, pero no llega a conseguirlo por cierto tufillo misógino que lo rodea.
La soledad
Sin embargo, es más interesante cuando se desata la locura, que no tiene que ver, para nada, con entidades fantasmagóricas, monstruos ni todas esas cosas que tanto le gustan a King, sino con un brote que sufre el camarero del restaurante. Es ahí cuando empieza todo un delirio, con momentos de acción, horror y una búsqueda de sentido que nunca llega.
A su alrededor, la ciudad y la sociedad moderna se dibujan como fríos entes donde poco importa la enfermedad mental, el dolor o la marginalidad. Todos los personajes están, al final, solos. Cualquier atisbo de humanidad, se ha perdido. Solo quedan abogados soberbios, restaurantes caros y una pequeña cuenta atrás hacia la muerte. No logra hacer la denuncia que hace Ray Bradbury sobre la deshumanización en su obra, no consigue convertir a la ciudad en un ser maléfico como Clive Barker, no obtiene el golpe final que otros autores como Richard Matheson o Shirley Jackson sí obtienen en sus historias.
Hasta el tema de los cigarrillos y la dependencia del tabaco ha sido abordado con más gracia por el propio King en su relato Basta S.A., donde un hombre que no puede dejar de fumar es sometido a un experimento para acabar con su amor por el humo. En Almuerzo en el café de Gotham solo es una especie de contador que va incrementando el desasosiego. No lo consigue como debería y más cuando este relato de King fue publicado en 1995, antes del accidente de tráfico que marcó a King, pero después de que dejase las drogas y el alcohol que lo condenaron durante años. Él, más que nadie, debería saber lo que es pasar por ese camino de clavos.
Solo hace falta un mal día…
Y todo ello para al final plantearnos la idea de que todos estamos a un mal día de perder la cabeza y convertirnos en un monstruo. La filosofía del Joker de La broma asesina, si pensamos en el famoso cómic de Alan Moore y Brian Bolland (ahí está el peso del “Gotham” del título, me imagino). Si somos capaces de ponernos en los zapatos de aquel que ha caído en un brote violento, ¿podríamos llegar a caer también?
Es una idea interesante, pero tal y como se refleja, no pasa de ser una anécdota que suena ya manida, sobre todo cuando sabemos que Stephen King lo sabe hacer mejor, muchísimo mejor.
El trabajo de Javier Olivares
En cuanto al trabajo de Olivares, puede sumar a su larga trayectoria el haber ilustrado a un genio como lo es King: aparte de ser un autor superventas y el escritor vivo más adaptado al cine de la historia (hasta este poco sustancial relato fue adaptado como cortometraje en 2005), podemos suponer que pasarán las décadas e incluso los siglos y se seguirá hablando de Pennywise, Jack Torrance, los vampiros de Salem’s Lot y todos los seres que han ido apareciendo bajo su pluma.
De este modo, Olivares concibe a los monstruos de King como fruto de una pesadilla donde los colores fríos se rompen por el rojo o un blanco que evoca al reflejo en un cuchillo. La disposición de sus líneas rectas y su llamativo estilo, una mezcla entre el cómic, el cartoon y los carteles más clásicos, consiguen transformar toda la historia en un mal sueño del que nos gustaría escapar. Me hace preguntarme qué podría haber hecho con un relato mejor de King.
En resumen, Almuerzo en el café de Gotham merece la pena para los más curiosos de King, pero sobre todo, vale la pena por el dibujo de Javier Olivares, que lo hace perfecto como regalo para los Lectores Constantes, pero que poco aportará al lector esporádico o aquel que espere ese remate, ese último golpe, que deje huella en el lector.
Y si alguien se lo pregunta: no, pese al título, no aparece Batman.
«La mayoría hacemos lo que hacemos únicamente para prolongar un momento de placer o detener el dolor. Y aun cuando actuamos por las razones más nobles, el último eslabón de la cadena demasiado a menudo está manchado con la sangre de alguien».
Valoración: ★★★
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