«Cada país es un gran cementerio y en casi todos, de una u otra manera, todo se echa a perder, tarde o temprano. En diferentes momentos, con idas y vueltas. Pero estamos acá para morir y, ¡si tenemos suerte!, para que los vivos nos entierren. Para tener una tumba».
Los autores del Romanticismo vagaban por los cementerios sabiendo que estos enclaves eran, en el fondo, una colección de historias. Al fin y al cabo, una necrópolis es una biblioteca de vidas. Y no es raro pensar que, si el tiempo es relativo, todos tenemos alguna tumba esperándonos en algún lugar del tiempo.
Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez es ese camino que la escritora ha trazado entre diferentes lugares de descanso eterno para descubrir que la muerte parece ser algo de lo que se huye, sin que nos demos cuenta de que solo corremos hacia ella. Y, mientras, el tiempo ríe.
Sobre la coimetromanía
«Coimetromanía» es el nombre que recibe la atracción por visitar los cementerios. En la web Dialektica se recoge lo siguiente:
«La coimetrofilia, del griego koimeterion (cementerio), es una parafilia definida como una persistente, anormal e injustificada atracción por los cementerios. De todas las parafilias, es una de las menos estudiadas, y aunque exista el término coimetromanía, que es solamente la manía de visitar los cementerios, la relación que se establece al tener coimetrofilia, trasciende el acto físico de la sexualidad y se manifiesta de modo más espiritual, en una relación con el espacio».
Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez es la crónica de los viajes a cementerios que ha realizado la escritora argentina y es una oda a la coimetromanía. Autora de la celebrada Nuestra parte de noche y de colecciones de cuentos fantásticas como Las cosas que perdimos en el fuego o Los peligros de fumar en la cama, esta es una de esas obras para los que aman aquello que se supone que no debe ser amado.
No temer a la muerte
La muerte es uno de los tabúes más perjudiciales para el ser humano. Si perdiésemos el miedo a la muerte, lograríamos aportarle a nuestra vida otro significado. Lograríamos no vivir con miedo. Puede que a las religiones, a los mandatorios o a nuestra propia moral les interese que vivamos atemorizados por nuestro fin, pero como es inevitable, ¿por qué debemos temer a la muerte?, como cantaba la famosa banda Blue Öyster Cult.
Cuando Neil Gaiman escribió El sonido de sus alas, el octavo número de Sandman, presentó a Muerte no como un personaje macabro o terrorífico. No, no era un esqueleto con una guadaña. Era una chica gótica, simpática, que te esperaba con una sonrisa en los labios, al final de tu camino. Era un modo de superar el terror atávico a nuestro fin. Y créame si le digo que prefiero imaginarme así a la Muerte, como una vieja amiga, antes que como a un esqueleto.
Que cite a la Muerte de Gaiman no es baladí, ya que una cita de su miniserie Muerte: el alto coste de la vida aparece en la apertura de esta colección de crónicas donde Enríquez nos habla de las diferentes concepciones de la muerte, desde la seriedad en España a la felicidad en México. Pero ese es solo uno de los enfoques.
A través de sus crónicas aprendemos de historia, escultura, curiosidades necrománticas, el pasado de los cementerios, los diferentes ritos, las extrañas tumbas que pueblan algunas necrópolis… Y, a medida qe recorremos con ella este camino, el lector desea perderse en estos caminos que lo conducen hasta su propia tumba.
El imperio de la muerte
Mariana Enríquez, con un estilo cercano, no pierde tampoco las reminiscencias literarias que la han hecho una de las autoras más importantes del fantástico. Sabe conjugarlo con su visión periodística. Seguramente prefiera más cuando añada toda su experiencia al texto que cuando se vuelve meramente histórica, que no ocurre tampoco con excesiva frecuencia.
Adoro más cuando su voz de narradora se impone y habla de estos lugares como narraría uno de sus oscuros cuentos. Es en esos instantes cuando estos viajes por San Sebastián, Nueva Orleans o Buenos Aires cobran un nuevo sentido a la hora de dar luz a mitos como el Black Mausoleum de Edimburgo o los secretos tras algunas tumbas que aguardan todavía ser descubiertas, cuando habla de cuidadoras del camposanto que vivieron toda su vida de una forma modesta para después contar con una estatua magnífica para su tumba o cuando cuenta sobre extrañas bromas con cuerpos decapitados. La muerte puede ser seria, como en España, o un motivo de celebración, como en México.
Cuando los textos de Enríquez consiguen ser, más que una crónica, una confesión, es cuando realmente notamos la viveza de este libro sobre la muerte. Me refiero, por ejemplo, a cómo rememora el mítico Cementerio de los Inocentes de París, aquel que se hizo archiconocido por El perfume, y se transformó en una visión perturbadora.
A continuación, nos narra su visita a las catacumbas y los osarios, y será de uno de ellos de donde saque un hueso, a escondidas, que se llevará consigo como recordatorio del inminente final… Todo ello a riesgo de no darse cuenta de lo más importante: que todos llevamos huesos de los muertos en nuestro interior.
Conclusiones
Como persona que también le gusta perderse por los cementerios y ha vagado entre los panteones y las estatuas de ángeles del cementerio de Avilés, encuentro en Enríquez la evocación y la fascinación por aquello que nos espera a todos, por la gran igualación que supone caer a merced del gran imperio de la muerte. Baste decir que he plagado mi volumen de notas, subrayados y otros recordatorios para futuros textos, relatos, ensoñaciones. Un libro nunca muere.
No se puede decir lo mismo de los que todavía respiramos. La muerte es parte de nosotros mismos y, seguramente, seríamos mejores si aceptásemos esto. Así que Alguien camina sobre tu tumba funciona a modo de anecdotario, crónica y, sobre todo, como revelación y, aun mejor, como revelación. Quizá esas palabras sobrevivan, quizá no, ¿qué más dará al final?
Alguien camina sobre tu tumba es un homenaje a ese mar al que va a parar el río que representa la vida. Es vagar entre lápidas y estatuas de ángeles marchitos para recordar que se está vivo, pero, más importante si cabe, algún día se estará muerto. Nosotros seremos los que elegiremos qué hacer en ese breve trecho de luz entre dos oscuridades que es la vida.
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