¿Qué es? ¿Qué es? Cantaba un Jack Skellington que alucinaba con las luces de la Ciudad de Navidad, mientras un pequeño Carlos de tres años se quedaba marcado de por vida por aquella versión gótica del Grinch.
Sí, fui uno de aquellos niños odiosos que adoraba la Navidad. Luces, comida, regalos… Como ya he dejado caer, fui de aquellos críos que disfrutaron (se traumatizaron) con Pesadilla antes de Navidad, que para mí es como el momento en que los monos de 2001 descubren el monolito (pero menos pretencioso). Tengo la casa invadida de Jacks y Sallys y estoy orgulloso de ello. No me arrepiento.
Luego, con los años, te das cuenta de que la Navidad solo es una farsa. Durante mi época de estudiante, boicoteaba todas las iniciativas que tenían que ver con la Navidad. Ahora, como profesor, doy gracias a que algunas de esas actividades me impiden tener que estar degenerando en las tutorías, por ejemplo, durante cincuenta minutos. Mejor ponerles a decorar que el hecho de que me aguanten… La vida.
Más tarde, te das cuenta, a medida que te van faltando más seres queridos, que hay ausencias que no se compensan ni siquiera con los recuerdos. Al final, venimos y nos vamos solos, pero hay instantes en la memoria que se quedan para siempre contigo. Quizá eso es lo más parecido que tenemos a la inmortalidad.
Le he dado vueltas a todo esto mientras veía la película de animación Klaus. Y sí, por fin, he saldado esta deuda. No sé tú, pero soy de esas personas que tiene listas infinitas de películas o series que quiere ver algún día, pero ese «algún día», nunca llega. Es como una maldición de Sísifo moderna. Por suerte, ponerte al día supone, en ocasiones, disfrutar de joyitas como esta.
La historia de Klaus
Recuerdo que en 2019 (aquella época prepandemia que parece haber quedado tan lejos) me recomendaron que la viera, pero como suelo rehuir todo lo que tenga que ver con Navidad, no ha sido hasta 2022 cuando me he cruzado de nuevo con la película de Sergio Pablos, dejándome llevar por las buenas críticas que estaba leyendo en redes sociales. Sin duda, ha sido una sorpresa que ha merecido la pena.
Klaus relata la historia de Jesper, un joven cartero que se dedica a la buena vida hasta que su padre (que es también su jefe), lo manda de una patada a un recóndito lugar donde dos clanes viven enfrentados. Hasta que no consiga seis mil cartas, no volverá a casa. Jesper se propone entonces conseguir las misivas y, tras un cruce con el misterioso Klaus, un ermitaño que vive rodeado de polvorientos juguetes, encontrará un modo de lograrlo.
Klaus es una película de animación que no solo funciona como film navideño, sino también como film de aventuras. Share on XKlaus: año uno
Klaus es, en el fondo, una especie de Batman, año uno. No, este Klaus no se dedica a repartir mamporros y soltar monólogos a lo Frank Miller. Poco tiene que ver con ese Papá Noel superhéroe que nos ha tirado a la cara el bueno de Grant Morrison. Me refiero a que esta película se dedica a explicarnos cómo surgió Papá Noel sin caer en los rollos religiosos de turno, con San Nicolás y todo ese asunto. Prefiere dar explicaciones, próximas a la fábula, y que encajan a la perfección durante una hora y media que nunca aburre, entretiene y sorprende por su mensaje.
Por suerte, Klaus no se conforma con ser un producto edulcorado con el que adormecer a esas bestias que llamamos niños mientras nos vamos a comprarles regalos con los que atiborrarles de falsas ilusiones consumistas. Klaus es un film que funciona como película de aventuras que sigue al pie de la letra el viaje del héroe de Joseph Campbell y nos presenta a unos personajes con los que rápidamente conectamos y que funcionarían aunque no tuvieran nada que ver con estas fiestas. Eso es más que loable.
Fantasía y buen mensaje
A medida que juntamos lecturas y películas, nuestro cerebro hace extraños cruces. Todo el argumento e incluso el diseño de Klaus me han recordado a los libros de Terry Pratchett. Puede que por su humor o por sus ganas de dar otra versión sobre nuestra realidad. No he podido evitar pensar en Papá Puerco y otras de las historias de Mundodisco mientras veía la película. Y, como buen lector del Mundodisco, todo lo que me recuerde al escritor del sombrero merece la pena. No sabes cuánto.
Aparte de los trama, el apartado visual es arrollador. No solo el diseño (que en ocasiones me ha recordado al Dixit), sino también resulta loable la animación, que hace que cada fotograma sea digno de enmarcarse. ¡Para que luego digan que el cine español no nos puede sorprender gratamente! Esta es una producción que sirve no solo para nuestras fronteras, sino también para fuera de ellas (ha contado con un doblaje al inglés lleno de actores conocidos como J. K. Simmons). Calidad, en definitiva.
La magia de Klaus
Otro punto a destacar es la música de Alfonso G. Aguilar resalta muchas de las escenas, con unos tonos que sin caer en el almíbar, están cerca de un estilo que nos recuerda a grandes como John Williams. Hacen que, hasta la canción popera de turno, sea soportable.
Más allá de la magia musical, está también la magia del formato. Recientemente, con el estreno del Pinocho de Guillermo del Toro, ha resurgido el reconocimiento hacia el cine de animación como algo más que un mero entretenimiento para el público infantil.
Somos muchos los que sabemos, desde hace año, que la animación es un formato más que loable para contar cualquier tipo de historias. Klaus es otra demostración. Sí, es un cuento de Navidad que funciona, pero también es una buena película.
¿De qué va la Navidad?
Con la llegada del invierno, apetece ver películas como Klaus, que nos devuelven a otra época donde creíamos en lo imposible: en que las cosas irían bien, en que la vida tenía un sentido, en la que teníamos seres queridos que nos acompañaban… Puede que el auténtico significado de la Navidad sea ese. O no, puede que vaya sobre comprar hasta endeudarse, comer hasta vomitar y desear que la gente que tira petardos se los tire a sí misma y nos libren de ellos. ¿Quién sabe?
Al final de Klaus, hay un mensaje de que, más allá de la Navidad, serán los actos generosos los que nos salven y ojalá recordásemos más esto. Quizá volveríamos a ser críos, no los que esperábamos los regalos, sino los que todavía teníamos fe en un mundo que no siempre tuvo por qué ser cruel y cínico. Ese sí que es un milagro navideño.
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