Crítica de Déjame entrar (Låt den rätte komma in), la fábula vampírica

Detalle del póster de Déjame entrar. Fuente.

«I'm twelve. But I've been twelve for a long time», Eli.

Somos prisioneros todavía de ese prejuicio elitista que afirma que toda película es peor que el libro que adapta. Personalmente, no soy un gran fan de la novela Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist, que considero que se perdía demasiado en la trama de los habitantes de aquel mísero bar sueco, a merced de la llegada del vampiro que les otorgase a sus parroquianos algo similar a la vida poco antes de darles su verdadero regalo: la muerte, y siempre preferí la historia de los niños Oskar y Eli. Es irónico si pensamos que el guion de la adaptación cinematográfica está en manos del propio Lindqvist, que se muestra más centrado en el film que en la novela. Si pienso que Låt den rätte komma in (Let the Right One In) se ha convertido en una de las grandes películas de vampiros es porque sabe dónde focalizarse y cómo desarrollar la extraña amistad entre el acosado y marginado Oskar y la misteriosa Eli, convirtiéndose en una cinta que mezcla una perturbadora ternura macabra.

A través de Oskar, recorremos el tormento de la adolescencia de un joven que sufre acoso escolar. Fuente.

El silencio del vampiro

Teniendo un remake estadounidense, cabría esperar que se hubiese olvidado el film original de Tomas Alfredson, pero es todo lo contrario: la versión de Matt Reeves se convirtió en un simple sucedáneo, mientras que la película que sigue siendo estudiada en escuelas de cine, libros teóricos y en foros de debate es la película sueca. Es precisamente a través de su estudio como he alcanzado a comprender la importancia de este film. Si vemos la serie documental La historia del terror de Eli Roth, el director estadounidense la señala como una de las mejores películas de vampiros de la Historia. Y, aunque no lo parezca a simple vista, lo es. Pienso que las grandes obras artísticas tienen el don de ser complejas, pero, en apariencia, parecer simples: son caballos de Troya, pensamos que son meros corceles de madera, pero una vez profundizamos en ella, nos encontramos con las huestes de Odiseo: las interpretaciones, las metáforas, los juegos de cámara, los simbolismos, los personajes…

En el caso de Déjame entrar, el vampiro se transforma en un raro sinónimo de esperanza. Si bien Eli siembra de muerte la pequeña ciudad sueca donde la noche y la nieve parecen interminables, mientras se aprovecha de su propio Renfield, un hombre que vive por y para la niña inmortal, también es, en sus encuentros con Oskar, su única forma de escapar de una sociedad que lo maltrata. Oskar está desamparado, sufre acoso escolar, pensamientos oscuros recorren su mente, no tiene un modo de mantenerse a flote… y la única persona que se preocupa por él ni siquiera es una persona, sino una vampira que le demuestra que, en la oscuridad, queda esperanza.

Eli es la vampiresa de Déjame entrar. Fuente.

Apoyándose en la música de Söderqvist y la fotografía de Hoyte van Hoytema, Déjame entrar es una modernización del vampiro que, a su vez, es bastante respetuosa con la figura tradicional del chupasangre. Puede que nos hable de vampiros y adolescencia, incluso de algo parecido al amor (por parasitario que sea), pero no cayó en los devaneos románticos de cierta cinta estrenada ese mismo año en Estados Unidos y de la que mejor será no hablar…

Si bien todos recordamos la escena de la piscina del final, que bien podría hermanarse con los libros de Stephen King, la viveza de este drama está en sus protagonistas (Kåre Hedebrant como Oskar y Lina Leandersson como Eli); ambos logran dar vida a un siniestro cuento de hadas que habla sobre cómo los monstruos pueden ser la esperanza para aquellos que se sienten marginados, apartados, destruidos. Más allá de estos personajes o un perturbador asesino o unos desempleados sin futuro, otro personaje de la película es el paisaje: los bloques de edificio, la nieve, los fríos espacios que recuerdan lo gélido de la tumba, el hielo de una vida que se vive sin vivir...

Déjame entrar se ha convertido ya en un film imprescindible del género vampírico. Fuente.

Como si de una pesadilla se tratase, pero sin prescindir de cierta moraleja que deja al espectador sumergido en sus más tenebrosos pensamientos, la grandeza de Déjame entrar radica en la capacidad de Alfredson para narrar una historia macabra alrededor de estos niños, efímeros y eternos, de cómo la condena que caiga sobre Oskar será una promesa de perturbadora liberación. Es lo que Lindqvist no lograba atisbar con claridad en la novela, pero sí en esta película que sigue formando parte de las listas de mejores películas de vampiros de la Historia. Y con razón.

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