Vincent Price ante el virus del vampirismo en la primera y, seguramente, la mejor adaptación de Soy leyenda de Richard Matheson. Fuente. |
Dicen que la ciencia
ficción y el género fantástico no sirven para nada. Imagino que es la misma
gente que relega a un clásico como Soy leyenda de Richard Matheson. Pese
a que, en los últimos años, cada vez que se cita esta obra el respetable parece
recordar la horrible película protagonizada por Will Smith, sería interesante
que hablásemos de la novela y, si citamos alguna adaptación, fuese la
protagonizada por Vincent Price. Bien me temo que aquella que contó con
Charlton Heston o la que tuvo más tarde al Príncipe de Bel Air cometen el mismo
error: convertir en una película de acción un libro que trata sobre la soledad,
la epidemia, lo monstruoso y el legado de la humanidad y el del vampirismo
desde un punto de vista epidemiológico.
Escribió
Luis Martínez recientemente un trabajo en el periódico El Mundo titulado La
eterna resurrección de los vampiros: "Ha bastado una crisis o una
epidemia para que reaparezcan". Se centra en la exposición sobre los
noctívagos que se está llevando a cabo en el Caixa Forum de Madrid (a la que me
invitó la organización, pero no he podido ir por cuestiones laborales), al
estreno de la nueva adaptación de Drácula creada por Mark Gatiss y
Steven Moffat, el recomendable ensayo de Clive Leatherdale que terminé hace
poco, la posibilidad de una nueva crisis económica (el capitalismo es el auténtico
vampiro y nosotros… pobres desgraciados, nos desangramos sin más) y, no
olvidemos, el coronavirus, que algunos señalan que procede del murciélago (no
tanto de su mordedura, sino de comérselo en sopa). Sin duda, el vampiro está
ahí, siempre lo estará.
Soy
leyenda es una de esas extrañas novelas que siempre
permanecen frescas y que hacen añicos a sus imitadoras. Por mucho que se
defienda a las novelas de zombis tan habituales en España (a saber por qué,
quizá por el corta y pega que hacen de Guerra mundial Z), no hay ninguna obra
tan poderosa en este campo como la escrita por Matheson (ni siquiera Apocalipsis,
una obra de King, hija de Matheson). Fue una de las primeras que trató a los
noctívagos como una enfermedad, como una epidemia capaz de causar un
apocalipsis. Menos condes y más enfermos. Al centrarse en Robert Neville, el
último hombre de la Tierra, conocemos sus intentos de curar a la raza humana y
su desesperación cada noche, cuando los bebedores de sangre vienen a por él.
Pese a que leí la novela en 2013, hay pasajes que vuelven a mi memoria y
siempre que los comento con alguien que no ha leído la novela, como es el caso
de mis alumnos, se sienten irremediablemente atraídos por ella.
En
el caso de la película, Vincent Price da vida a un Robert al borde del
precipicio, que ha perdido toda la esperanza y se maldice a sí mismo al
comprender la realidad de lo que sucede. Ya no queda esperanza para él. El
blanco y negro de la película (y esos vampiros que nos recuerdan a los zombis
de las primeras películas de George A. Romero) resultan inquietantes, incluso
más cuando la música cesa y deja que el silencio acompañe.
No
hay lugar para la acción más básica o la búsqueda de la falsa espectacularidad
de la película de Will Smith; en la cinta de Vincent Price nos centramos en un
personaje, en las situaciones que vive, en los dilemas que se le presentan.
Mientras que en la versión de 2007 nos gritan todo el rato que Will Smith es un
héroe, en la versión de Vincent Price se nos deja entrever el tormento y el
sufrimiento que rodean a un Robert más cercano a la villanía que a la
heroicidad y es que, en la realidad, no hay héroes y, si por algo brilla la
novela, es por su retrato realista del vampirismo, considerado una enfermedad
en la obra, una plaga digna de las ratas que poblaban la pequeña ciudad del Nosferatu de Werner Herzog.
Pese
a algunos cambios con respecto a la novela, el film de Ubaldo Ragona y Sidney
Salkow es la adaptación que más fiel al espíritu original del libro. Sí, hay
transformaciones inevitables y otras que no terminamos de entender, como el
cambio del apellido del protagonista, pero más allá de eso, sentimos la
soledad, la locura y la agonía que recorren a Neville cuando recuerda a su
mujer y su hija, cuando intenta entablar una amistad con un pobre perro o
cuando descubre que él, al ser el último humano, es el auténtico monstruo de la
historia.
Uno
es incapaz de no sentir nerviosismo, lástima y angustia por el personaje de
Robert Morgan (en la película, Neville en el libro). Por un instante, la
epidemia, la muerte y la soledad nos embargan como al propio personaje y la
pregunta viene una y otra vez a nosotros, ¿qué significa el vampirismo? ¿Qué
significa ser un monstruo? ¿Qué haríamos si fuéramos el último ser humano en la
Tierra? ¿Cuál es el futuro de aquellos que yacen perdidos y derrotados?
Dicen
que la ciencia ficción y el género fantástico no sirven para nada. Una vez
termino de ver la película, consulto las noticias y veo que hay un nuevo
infectado de coronavirus, esa epidemia supuestamente nacida de los murciélagos,
en la isla donde vivo…
Yo soy de la idea de que la verdadera realidad es de lo más extraño, más próxima a la ciencia ficción o al género fantástico, que aquello que suele llamarse realismo. Si hasta la relatividad del tiempo está presente en los GPS de los autos.
ResponderEliminarInteresante reseña.
La realidad no existe, ¡graaacias por la idea!
EliminarSaludos.