Póster de la película El club de los monstruos, homenaje al cine de terror clásico. Fuente. |
“Can we truly call this a monster club if we do not boast amongst our membership a single member of the human race?”- Eramus.
Un
escritor de obras de terror R. Chetwynd-Hayes (John Carradine) se topa una
noche con un misterioso vampiro Eramus (interpretado por el gran Vincent Price)
que, tras alimentarse de la vena artística del juntaletras (literalmente), decide devolverle el
favor al humano dándole un garbeo por un antro de monstruos donde el autor
obtendrá ideas para nuevas historias.
Así empieza la película y sabemos que es honesta: desde
el minuto uno, con ese plató que simula una calle, sabemos que estamos ante una cinta que no oculta su bajísimo
presupuesto y su aire de (homenaje a) serie B y es que El club de los monstruos es eso: un
dulce homenaje a las cintas de terror episódicas, aderezadas con números
musicales, y todo ello con un aire cínico inglés que no le sienta nada mal a la
cinta de Roy Ward Barker.
El
club de los monstruos (The Monster Club) ha sido relegada a ser recordada por
sus últimos cinco minutos y algunas de las líneas que pronuncia el vampiro
Eramus, encarnado por Vincent Price, nada más y nada menos.
La
primera historia está dedicada a una pareja de ladrones. La joven acepta
trabajar como secretaria en una misteriosa mansión cuyo monstruoso propietario
quiere realizar un inventario de todos sus caros objetos. Sin embargo, este
extraño ser, con un horripilante rostro y un alma cándida, tiene un siniestro poder cuyo silbido
puede destruir a cualquier ser. Un La Bella y la Bestia con fundimientos de materia a lo Lovecraft.
El árbol genealógico de los monstruos de la película. Fuente. |
En
la segunda historia un niño sufre acoso escolar y se siente abandonado por su
padre, el cual trabaja toda la noche y duerme por las mañanas. Una brigada de
cazadores de vampiros empezará a buscarlo. Es una historia con un humor negro,
como toda la cinta, que es bastante entretenida. Como curiosidad, el padre
estuvo a punto de ser interpretado por un actor que ya había encarnado a un
noctívago: Klaus Kinski, el Nosferatu de Herzog. No, no puedo imaginármelo en este papel de vampiro familiar.
El
tercer capítulo trata la historia de un cineasta que busca enclaves para el
rodaje de su película. Atravesando un muro de niebla descubre una pequeña aldea
habitada por gules, seres que se alimentan de carne. Es allí donde conoce a una
joven mitad ghoul, mitad humana que desea escapar de ese lugar junto al cineasta.
Con un toque que recuerda a los zombis de George A. Romero y a los finales de
H. P. Lovecraft. Lástima que el presupuesto fuese más corto que el de la compra.
En líneas generales (y no olvidemos las líneas de cierta escena de animación), aunque
con varios segmentos anodinos o fallidos, marcados por una pobre puesta en
escena, destaca la originalidad de algunas de las escenas y su humor sarcástico
que culmina con la gran revelación: el gran monstruo que falta en el club no
son vampiros ni demonios ni momias ni hombres lobos ni gules, sino… seres
humanos.
La
moraleja es simpática, el humor negro interesante, hay escenas que superan el
poco presupuesto y sale Vincent Price, así que ya merece la hora y media de
visionado. Y punto.
La encontré en youtube. Y la vi.
ResponderEliminarCoincido mucho con tu reseña. En la primera historia, es inevitable estar a favor del monstruo. Tal vez en la segunda. Tal vez en la tercera, ser monstruo sea no ser una coda o la otra, sino ambas.
Interesante el recurso del cine dentro del cine.
Saludos.
Está divertido, ¡gracias por el comentario!
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