El 21 de septiembre es el Día de la Paz y aprovechamos para hablar de Picnic, una obra de teatro de Fernando Arrabal, que satiriza la guerra. Fuente: Pixabay. |
"Perdone, mi capitán, ¿cuándo empieza otra vez la batalla?... Y las bombas, ¿cuándo las tiro?... ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante?... No se ponga usted así conmigo. No lo digo para molestarle… Capitán, me encuentro muy solo".
El 21 de septiembre es el Día de la Paz Internacional según la Organización de las Naciones Unidas y el mero hecho de escribirlo me hace pensar en lo irónico que resulta celebrar algo que no existe (no obstante, tenemos muchas festividades similares). Muchos hablan de que fechas así lo que hacen en realidad es centrar el foco en la problemática: la guerra, ese invento tan antiguo que parece que jamás se erradicará, sea el conflicto bélico que sea.
Con un tono más serio, la película Senderos de gloria de Stanley Kubrick también hablaba de la deshumanización y la estupidez de la guerra. Fuente.
La sangre de la locura
Desde su estreno en los años cincuenta en los escenarios teatrales, Pícnic de Fernando Arrabal continúa siendo uno de los alegatos perfectos contra la guerra. Más allá de la personalidad de Arrabal (marcada por aquella intervención donde avecinó estos apocalípticos tiempos, más allá de la "minoría silenciosa que no calla"), Arrabal trató a través del humor de la estupidez de la guerra y es mediante la ironía donde la obra juega de un modo más espectacular como sátira sobre la decadencia del ser humano.
La violencia se aviva a partir de la deshumanización. El enemigo siempre es un monstruo y nuestro triunfo representa el triunfo de todo lo bueno: esa idea está presente en ambos bandos y se sustenta en un infantil maniqueismo del que se burla Arrabal durante su obra. Si todos nos conociésemos, si todos nos diésemos una oportunidad, si todos recordásemos que somos humanos... ¿Cuántas guerras continuarían? Puede que muchas si el hombre es un lobo para el hombre.
Pícnic parte de la premisa rocambolesca, pero que conduce perfectamente el mensaje de la obra. Un soldado, Zapo, espera solo el reinicio de la batalla, justo cuando sus padres llegan para hacer un pícnic con él y pasar el fin de semana. A lo largo de los minutos, se encontrarán con un soldado "enemigo", Zepo, unos camilleros que buscan muertos y la malicia de la absurda guerra. El humor, en ocasiones cruel, casi siempre surrealista, recuerda a los monólogos del gran comediante Miguel Gila, que hizo de las llamadas al frente uno de sus gags más reconocidos.
Lejos de centrarse en una batalla concreta (aunque el eco de las armas seguía escuchándose en España), la situación es extrapolable a cualquier lugar del mundo asediado por la violencia. Ese es uno de los principales aciertos de la obra y por lo que todavía es disfrutada por los espectadores. Con un ritmo ágil y unos personajes exagerados que onsiguen transmitir el sinsentido de la guerra, Arrabal nos deja clara la estupidez de esta.
Portada de una de las ediciones de Pic-Nic, incluida junto a otras dos obras de Arrabal. Fuente: Cátedra. |
Senderos sin gloria
Sobre la crítica que realiza del mundo bélico: en las guerras, nunca suele morir el causante de estas. Los presidentes enemistados, los monstruos económicos y otros señores de la guerra se quedan tranquilamente en sus casas, pensando en cómo seguir alimentando esa grotesca máquina que es la muerte. En Picnic queda todo esto representado cuando nos damos cuenta de que Zapo y Zepo podrían haber llegado a ser amigos de no ser porque alguien decidió, no ellos, que estuviesen en bandos enfrentados, enfrentados por poderes superiores que solo buscan alimentar sus carteras mediante la violencia.
¿Y cuál es el precio de la intolerancia de la que se alimenta la guerra? Antonio Machado dijo (o escribió): “Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. No nos extraña que la intolerancia y la falsa de empatía esté tras tantos conflictos que nos rodean. Si escuchamos a los otros, si practicamos la empatía, se hace casi imposible el odio.
Años más tarde, otras obras han reflexionado sobre la sinrazón de la guerra (recordemos la escena de la alambrada en Caballo de batalla), pocas en nuestro país, con el acierto de Arrabal en Picnic, porque la música deja de sonar y solo quedan las luces rojas de la muerte. La absurda guerra ha ganado una vez más. Montada sobre el corcel del dinero, mostrando calaveras con dientes que son balas, ya vuelve a surcar el río de sangre y a servir a la oscuridad de la muerte.
Solo la barbarie triunfa en una guerra. Fuente Pixabay. |
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