La importancia de la palabra o el hecho de sumergirnos en el oscurantismo formal. Imagen libre de derechos. |
A veces, me quedo pensando y me dan ganas de ser el escritor más indescifrable de la historia. Eso o ser un escritor irlandés o, mejor, soviético o algo así, de esas cosas que parecen que dan caché sin más. Cosas mías, pero el oscurantismo es lo que tiene.
Estuve leyendo sobre Finnegans wake de James Joyce y me hace preguntarme cómo debía ser Joyce. Recuerdo que en la carrera me hablaban del Ulises como una obra densa y enrevesada que Joyce le dedicó a la crítica para que, durante años y años, discutiesen sobre ella. Me imagino que con Finnegans wake quiso hacer esto hasta el nivel de reventar la cabeza de toda la gente más cercana. Y no sé por qué, pero me parece interesante, curioso e incluso... divertido.
Con el problema además de que las traducciones son casi imposibles (aunque se han intentado), Finnegans wake representa un desafío para la mayoría de los lectores, un reto que parece solo preparado para un bookworm del nivel de Rupert Giles. Además de una historia que ofrece siempre nuevas lecturas y descubrimientos como los ritmos casi matemáticos.
Solo el primer párrafo supone ya un enfrentamiento con Joyce. Quizás, sería mejor no tomarlo como un "enfrentamiento", sino como una búsqueda (no sé si del disfrute o del cumplimiento de un deber). Con diecisiete años de escritura a sus espaldas de papel, Finnegans wake es ese mundo circular, esa novela que termina y comienza una y otra vez, en un ciclo juguetón que no sabemos bien si podremos escapar, sumergirnos o, si quiera, entrar.
No sé si algún día la leeré más allá de su primera página, pero me interesa. Recientemente, leí que uno de los capítulos de Jerusalem de Alan Moore estaba dedicado a la hija de Joyce y escrito con un estilo similar al del padre. La traducción está siendo realmente complicada, así que compadezco a su autor, agradezco el resdescubrimiento cultural que me ofrecen los cómics (From Hell cambió mi vida) y espero que el dolor de cabeza que tengo hoy no termine de reventarme la cabeza como bien podría hacerlo el Finnegans wake. Quizás, no he nacido para el oscurantismo.
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