La dura realidad del escritor, aunque no queramos reconocerlo a simple vista. Fuente. |
No tenía pensado publicar esta columna hoy, ¿por qué lo he hecho? He mirado atrás y he dicho: “¡tío, te lo estás tomando demasiado en serio! Estás cabreándote mucho escribiendo el Juntaletras. Cuenta algo divertido. Seguramente la gente te ignore aún más si dices algo simpático, pero al menos no vomitas bilis”.
Sí, cuando miro atrás, hablo demasiado. Sé que debes dedicarte al arte como si fuese tu dios, que debes sentir fe ciega y encomiarte a él ante todo para superar ese naufragio que puede ser la existencia; al menos, así lo creía Alan Moore y considero que tiene razón. Las cosas no serán fáciles, necesitas algo a lo que agarrarte. ¿Por qué no intentar disfrutarlo? Sí, el barco se va al fondo del mar, ¿por qué no sonreír con la brisa y el agua que golpea tu cara? Quiero decir, ¿por qué no nos divertimos más y nos preocupamos menos?
Pienso que escribir es imaginar mundos nuevos. ¿Dónde imaginamos por primera vez otros mundos? ¡Jugando! ¿Y qué es la lectura sino el juego del alma? ¿Qué puede ser entonces el acto de escribir sino un hecho plagado de magia y diversión? Todo es posible cuando tecleamos, ¿por qué no pasarlo bien?
Escribo, como sabéis, y he de reconocer que, a veces, lo pasas bien o mal dependiendo de cómo te encuentres, cómo vaya el proceso, qué ocurra a tu alrededor… Lo importante es rescatar todos los momentos buenos del acto de juntar letras, ¿sabéis por qué? Porque si los hay, serán los que harán que sigas tecleando hasta el fin del tiempo. Son esos instantes en los que te pierdes en frases lo que valen todo. Son esos instantes en que los personajes te muestran el camino cuando todo tiene significado. Son esos instantes cuando te das cuenta de que imaginar, escribir, leer… crear son las acciones que hacen que nuestra existencia valga la pena.
Creedme, pocas veces vivimos lo suficiente y el acto de escribir nos hace vivir más vidas de las que jamás podremos vivir.
¿Por qué deberíamos asustarnos del mundo editorial? ¿Por qué acongojarnos por un país donde no se lee? ¿Por qué deberíamos seguirle el juego a uno de esos autores que insultan o pregonan como si no hubiese mañana? ¿Por qué deberíamos continuar con modas que no nos harán felices? ¿Por qué debemos llorar por pensar que jamás cumpliremos nuestros sueños? ¿Por qué debemos reírnos de los fracasos ajenos? ¿Por qué debemos hundirnos con nuestras caídas?
Si tenemos un arma como escribir o crear en cualquier disciplina (o disfrutarlas como lector, espectador…), ¿por qué no utilizamos todo lo bueno de esos momentos para seguir adelante sin querer revolcarnos en el pozo de la amargura?
La vida es dura, te romperán el corazón y harán añicos tu alma, ¿por qué entonces no levantarse y decir: “tengo una luz que nunca se apagará”? Y sí, es una canción de Los Smiths.
Suena cursi, porque seguramente los sea (¿tengo un arrebato de “happy hippie”?).
Seguramente en alguna columna del futuro me enfadaré con algo y despotricaré, pero por ahora quiero recordar por qué escribo y por qué a uno de mis personajes (Garric Odell, de la novela Hollow Hallows) le hago creer que en el arte está el poder de cambiar el mundo. ¿Por qué? Porque sin duda lo está y no queda otra.
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