Los Anillos de Poder, segunda temporada: la corrupción de Morgoth

El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y esto podría aplicarse a lo que me ha ocurrido con Los Anillos de Poder. Pero, Carlos, ¿no odiaste la primera temporada y dijiste que huirías de la segunda? Sí, eso dije, mi problema es que soy un hipócrita y que si sale algo de fantasía, me siento en el deber de verlo. Lo siento.

Un intento de contentar a los fans

Y es que si bien me quedó claro con la primera temporada que esta obra tenía muy poco de Tolkien, quise creer que se podía “mejorar” algo lo hecho con los apéndices de la obra del profesor de Oxford, pero me temo que, aunque se han añadido algunos personajes del legendarium (Tom Bombadil, Círdan…), la obra ha comenzado a ser incoherente incluso consigo misma. Hay una especie de bipolaridad presente en la obra: una especie de bicefalia que hace que, por un lado, quieran hacer su propio espectáculo y, por otro, contentar a los fans acérrimos que no van a disfrutar por escuchar un nombre conocido como Beren, Morgoth o Manwë.

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Hablamos de la segunda temporada de Los Anillos de Poder y sus garrafales problemas.

Partamos de que, al menos, esta temporada no se me ha hecho tan cuesta arriba como la primera, que los personajes más odiosos han tenido menos tiempo y que ha habido alguna secuencia incluso buena (como el momento de “Sauron, el Señor de los Anillos”). En la primera, me tuve que levantar varias veces del sofá, enfadado (el shippeo de Sauron y Galadriel, el “nacimiento” del Monte del Destino, el destino de Celeborn…). Sin embargo, Los Anillos de Poder sigue, en su segunda temporada, estando muy lejos de lo que podría ser. Solo hay que ver cómo las críticas de la propia Amazon alaban la “acción sin parar” y se olvidan de lo que debería hacer realmente buena la obra: su historia.

Los Anillos de Poder no consigue en su segunda temporada contentar al fan ni al mero espectador. Otra oportunidad perdida. Share on X

Subtramas y más subtramas

En la segunda tanda de capítulos, brilla con luz propia la trama de Annatar y Celebrimbor. Aunque tenga varias escenas que no logran impactar como deberían y el tema de la forja de los Anillos es un lío en la serie sin pies ni cabeza, tienen los mejores momentos de esta secuela de la serie de Amazon.

Por desgracia, la trama de Galadriel y Elrond se convierte en una telenovela (cuidado con los besos a tu suegra, ay) y la de Adar, pese a sus buenas intenciones, sufre los reshoots (“sé que eres Sauron, pero te suelto y luego voy a por ti” ¿?). A esto se suman los fallos de los errores de casting, con un Celembrimbor o un Gil-Galad mucho mayores que la propia Galadriel.

Un poco mejor resulta toda la trama de Khazad-Dum, aunque se exagera el poder del anillo y su corrupción desde un primer instante: todo para tener una escena con el Balrog (con diseño copiado de las películas de Jackson, por cierto).

Al menos, han intentado darle algo de empaque a la parte de Númenor (aunque todo parezca una mala copia de los culebrones dinásticos de Juego de Tronos y la actriz que interpreta a Míriel… no hay quien se la crea).

Que hayan añadido a Isildur dando vueltas a lo Jon Snow con cierta salvaje y a Arondir reviviendo porque sí, tampoco ha ayudado por mucho que veamos Ents con caras raras. Del mismo modo, de poco sirve incorporar a los tumularios, inventarse a un dark wizard (un siempre magnífico Ciarán Hinds, incluso cuando el guion es lo que es) o tener a un Tom Bombadil que poco se parece al cantarín extraño que conociéramos en La Comunidad del Anillo. Si todo esto desemboca en un Gandalf que aburre con sus crisis de identidad y unos protohobbits con un diseño que da vergüencita ajena, poco se puede hacer.

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Annatar es lo mejor de esta segunda temporada de Los Anillos de Poder.

Melkor no podía crear, solo corromper…

Y es que Los Anillos de Poder es un producto de Amazon, no una obra artística de Tolkien. Tenemos un acabado perfecto o casi perfecto en los efectos especiales, la excelente música de Bear McCreary, mucho de los reinos creados… Pero luego falla en el interior: en el alma y el drama de sus personajes, y, sobre todo, en el concepto de cómo adaptar el espíritu (no solo los hechos) de la Tierra Media. Y pese a que algunos hablan de cómo esta obra no puede hundir el significado que Tolkien tiene para muchos, deberíamos señalar que entre la fallida trilogía de El Hobbit, el horripilante videojuego de Gollum o esta Los Anillos de Poder, la obra de Tolkien no vive su mejor momento a la espera de La Guerra de los Rohirrim y las trilogía sobre Gollum que desea producir Peter Jackson.

Mientras uno ve la serie, finalmente recuerda que el dinero no lo es todo. Que por mucho que se hagan planos secuencias, batallas espectaculares o se intente vender que estamos ante una superproducción, si no hay alma, si no emociona, si no conecta con nosotros, de poco sirve. Y el lector habitual de Tolkien, puede aceptarla como una parte más o un fanfic inofensivo, o simplemente ignorarla. Mientras, si alguien conecta de este modo con los libros (primero la serie, luego las pelis y después los libros), algo bueno habrá conseguido ya para una generación que ha nacido tras la trilogía de Peter Jackson.

Eso sí, que los guionistas y showrunners de Los Anillos de Poder no nos intenten vender que a Tolkien le hubiese gustado esta obra (solo hay que leer sus cartas y lo tiquismiquis que era con cualquier concepto de adaptación de sus libros). Tampoco creo que sea de recibo que se acuse a todos aquellos que no nos gusta de ser troles: hay muchos, sin duda, pero algunos simplemente no encajamos que aquellos libros con los que crecimos, que nos dieron refugio y esperanza, se hayan convertido en un espectáculo banal, pueril y, a menudo, vacío como es Los Anillos de Poder.

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