«Pero solo la luna miraba esos huecos de oscuridad, las profundas cavernas. Afuera, unas bestias nocturnas colgaban medio galope sobre un tiovivo».
Con la llegada de octubre, pocas cosas mejores se me ocurren que leer un buen libro de Ray Bradbury, escritor que me acompaña cada año desde hace más de una década. Volver a sus páginas es revivir en esta continua muerte que llega a ser la vida. Y de eso trata La Feria de las Tinieblas, de las apuestas que hacemos no con el diablo, sino con nosotros mismos.
Something wicked this way comes
La Feria de las Tinieblas (como se tituló en español a la referencia shakesperiana original: Something wicked this way comes) es un recorrido por una siniestra noche en la que dos amigos, Jim y Will, harán frente a una amenaza como nunca han visto.
La llegada de una siniestra feria desvela que las criaturas que la merodean puede alimentarse del dolor de aquellos que la visitan. Los dos adolescentes deberán descubrir en las entrañas de este carnaval el auténtico horror al que hacen frente: la vida y la muerte. Con ayuda del padre de Will, Charles Halloway, tendrán que comprender que quizá no haya triunfo posible.
«Halloway es un bibliotecario que vive en su propio mundo de sueños, que es lo suficientemente niño como para entender a Will y a Jim, pero que también es lo suficientemente adulto como para proporcionar, al final, lo que los muchachos no pueden proporcionar solos, ese ingrediente último en nuestra percepción de la moralidad, la normalidad y la rectitud apolíneas: simple responsabilidad» (Stephen King, Danza macabra, pág. 478, ed. Valdemar).
Estamos ante una novela rebosante de imaginación, donde ese macabro tren que parece una catedral gótica nos trae el horror de la Gente de Octubre. Cada uno de sus monstruos representa una parte de la oscuridad que portan los amigos que protagonizan la novela. Comandados por el señor Dark, el Hombre Ilustrado, buscan almas que torturar para alimentar su insaciable poder.
«A las siete y cuarto, a las siete y media, a las siete y cuarenta y cinco de un anochecer de domingo, la biblioteca era un claustro de mareas de silencio y avalanchas petrificadas de libros, como piedras cuneiformes de la eternidad puestas en estantes tan altos que las nieves invisibles del tiempo caían allí todo el año.
Ellos sí conocen bien esa hora. Oh, Dios, la medianoche no es grave: uno se despierta y duerme de nuevo. La una o las dos no son graves: uno se revuelve en la cama pero al fin se duerme otra vez. A las cinco o a las seis de la mañana hay esperanzas, pues el amanecer está justo debajo del horizonte. ¡Pero las tres, Cristo, las tres de la madrugada! Los médicos dicen que el cuerpo está en letargo a esa hora. El alma está fuera. La sangre se mueve lentamente. Solo en el momento de la muerte está uno más cerca de la muerte. El sueño es imitación de la muerte, ¡pero estar con los ojos abiertos a las tres de la mañana es estar muerto en vida! Uno sueña entonces con los ojos abiertos. Dios, si uno tuviera fuerzas para despertar del todo, ¡acabaría con ese duermevela a balazos!».
El origen de una historia
En varias de sus obras, Bradbury habla de qué le llevó a escribir. Siendo un crío, en una feria, conoció al Hombre Eléctrico. Este le dijo que viviría eternamente y le revelaría quién había sido Bradbury en otra vida. Ese encuentro le llevó a escribir sin parar desde la infancia y alimentó muchas de sus historias, pero sobre todo esta, La Feria de las Tinieblas.
«En la parte apolínea, el libro nos pide que recordemos y reexaminemos los mitos y verdades de nuestras propias infancias, especialmente nuestras infancias transcurridas en pequeñas ciudades americanas» (Stephen King, Danza macabra, pág. 474, ed. Valdemar).
Como curiosidad, la novela nació como un guion cinematográfico que no llegó a rodarse, pero el escritor de Illinois convirtió en una novela.
Cuando publicó la obra, contaba ya con cuarentaiún años y como le ocurriría décadas después a Stephen King mientras escribía Eso, vería La Feria de las Tinieblas como un homenaje a su niñez y el paso a la vida adulta.
La esperanza de Bradbury
La buena fantasía nunca está vacía y menos si está escrita por un genio como fue Ray Bradbury, que nos regaló magníficas obras como Fahrenheit 451, De la ceniza volverás o Crónicas marcianas. Hablando de sus cuentos, curiosamente, podemos encontrar en La Feria de las Tinieblas al Hombre Ilustrado que da título a la colección de relatos (otra alusión está en la colección El vino del estío).
Como siempre me ocurre al leer a Bradbury, he terminado con el libro lleno de marcadores que señalan grandes citas que el autor estadounidense nos deja a lo largo de la obra. En su ensayo sobre escritura El zen en el arte de escribir (más que recomendable para escritores y lectores), Bradbury hablaba del necesario entusiasmo a la hora de escribir.
Mientras leemos La Feria de las Tinieblas, percibimos ese entusiasmo, esas ganas, ese aire poético que impregna cada uno de sus párrafos para entregarnos una atmósfera que solo puede ser bradburiana.
Y, pese a su oscuridad, también hay esperanza. Siempre la hay en la obra de Bradbury y es quizá por lo que leer al escritor me devuelve un poco la fe en la humanidad, si es que esto no es una necedad.
«Y ese hombre, el primero, supo lo que nosotros sabemos ahora: que nuestro tiempo es breve y la eternidad es larga. Así nacieron la piedad y la misericordia, y aprendimos así a cuidar del otro, para que pudiese recibir el último, el más intringado y misterioso beneficio del amor».
La Gente de Octubre
«Para algunos el otoño llega temprano y se queda mucho tiempo en la vida; octubre entonces sigue a septiembre y noviembre sigue a octubre, y luego, en vez de diciembre y el nacimiento de Cristo, no hay Estrella de Belén, no hay regocijo, y septiembre vuelve otra vez y el viejo octubre, y así durante años, sin invierno ni primavera, ni invierno vivificante. Para estas gentes el otoño es la estación normal, el clima único sin alternativa. ¿De dónde vienen? Del polvo. ¿Adónde van? A la tumba. ¿Es sangre lo que les corre en las venas? No, el viento de la noche. ¿Qué se les mueve en las cabezas? El gusano. ¿Quién habla por las bocas de estas gentes? El sapo. ¿Quién ve por esos ojos? La serpiente. ¿Quién oye por esos oídos? El abismo entre dos astros. Pasan la tormenta humana por el dezado en busca de almas, devoran la carne de la razón, llenan las tumbas de pecadores. Los impulsa un frneesí. Invaden todo como escarabajos en ráfagas; reptan, se arrastran, se filtran, oscurecen las lunas y enturbian las aguas claras. La tela de araña los oye, tiembla… y se rompe. Son las gentes del otoño. Cuídate de ellos».
El alma de la Feria
Más allá de las metáforas, las hipérboles y otras imágenes con las que nos obsequia Bradbury, brillan los símbolos que aparecen en la novela. Ese tiovivo capaz de rejuvenecer o envejecer, ese laberinto de espejos que muestra cada faceta de uno mismo, esos monstruos que nos rodean y nos condenan a transformarnos en uno…
Me quedo también con la confrontación de la niñez de Will y Jim. El primero todavía sigue siendo un crío, pero, en cambio, Jim siempre ha portado una sombra en el alma que le hace ser más adulto y quizá lo lleve a la tentación. Frente a esa niñez está el padre de Will, Charles, un hombre trágico que comprende el paso del tiempo y lo que eso supone. Bradbury aprovecha ahí para poner parte de sí mismo: Bradbury fue Will, fue Jim, fue Charles. Y aquí se representan las etapas por las que pasa la vida de un hombre.
«Es el libro que más me gusta de todo cuanto he escrito. Lo adoraré, y a la gente que en él aparece (mi padre y Mr. Eléctrico, y Bill y Jim, las dos mitades de mí mismo duramente tentadas y puestas a prueba) hasta el día en que me muera»- Ray Bradbury, citado por Stephen King, Danza macabra, pág. 470, ed. Valdemar).
Hay una gran riqueza formal y argumental en la Feria de las Tinieblas y cualquier lector capaz de captarla disfrutará de una enorme fábula sobre el precio de nuestras almas. Bradbury defiende que es la bondad lo que nos hace humanos. Habla de cómo la inmortalidad, más que un don, es una condena y que la muerte es un regalo por el que debemos dar gracias para apreciar el valor de nuestras cortas vidas.
Aparte del estilo, destaca el uso del ritmo: los capítulos cortos nos precipitan de un episodio a otro de la historia sin que podamos parar, aunque sí se percibe que hay cierto segmento que puede ralentizarse. Bradbury aprovecha para reflexionar sobre lo material y lo inmaterial, sobre nuestro destino y lo que somos, sobre la congoja que atormenta el alma humana. Y no podemos olvidar la importancia de esto.
«Porque a veces el bien tiene armas y el mal no. A veces los trucos fallan. A veces no se puede sorprender a la gente y llevarla al matadero».
Las huellas del señor Dark
Puede que Bradbury alcanzase la gloria pronto gracias a Fahrenheit y que La Feria de las Tinieblas no consiga esa grandeza, pero es que pocos podrían llegar a la altura de las sombras de las llamas de Montag y compañía.
Publicada a principios de los años ’60, es innegable que la Feria de las Tinieblas ha influido en obras posteriores de escritores como Neil Gaiman (Coraline), Clive Barker (El ladrón de días) o en obras de Stephen King (el poder de la risa que veremos también en It nace de aquí).
Cabe señalar que, desde 1960, el mundo ha cambiado mucho y, en algunos campos, debemos dar gracias. Algunos puntos que no han envejecido bien en la obra son las referecias que hace a la mujer, convirtiéndolas en muchos casos en amas de casa o quedándose como cliché de la época.
Puede que otro tema que haya envejecido sea el uso de los diálogos rimbombantes de Bradbury, pero creo que encajan bien con los personajes y el enclave en el que transcurre la obra. Sí, los chavales actuales no hablan como hablan Jim y Will, pero nos transportan al tiempo que el escritor buscaba captar con su novela. Incluso las reflexiones de Charles, el padre de Will, se convierten en ecos de la propia voz de Bradbury.
Dado su éxito, el libro fue llevado a la gran pantalla a principios de los años ’80. No obstante, dada su temática, no nos extrañaría verla convertida en una película de stopmotion de Henry Sellick, ya que captaría perfectamente el espíritu de la obra.
El precio de un alma
«¿Comprar almas, cuando pueden obtenerlas gratis? […] La mayoría de los hombres está siempre dispuesta a darlo todo por nada. No hay cosa que respetemos menos que nuestra propia alma inmortal. Suponéis, además, que el mismísimo diablo está metidio en el asunto. Yo solo digo que estas criaturas han aprendido a vivir de las almas, y que no necesitan a las almas mismas. Siempre vi ese problema en los viejos mitos. Me he preguntado una y otra vez para qué quiere Mefistófeles un alma. Qué hace con ella cuando la consigue, qué utilidad le encuentra. […] Un alma muerta no alimenta ningún fuego. Pero un alma viva y que sufre, torturada por su propia condenación, oh, es un magnífico bocado».
Es inevitable leer la anterior cita y no pensar en aquel Lucifer de Sandman que preguntaba para qué necesitaba el comprar un alma, como si fuese una especie de mercader. Y es que, en el fondo, es el sufrimiento lo que alimenta al mal.
La Feria de las Tinieblas es una defensa de la risa, de la esperanza, de la vida, frente a la tristeza, el tormento, la muerte. Es volver a comprender nuestra existencia como un bien preciado que no debe caer en las atracciones de una siniestra feria que siempre estará ahí fuera o, peor, dentro de nosotros mismos.
El señor Dark, el Hombre Ilustrado, nos espera, nos acompaña, pero en nosotros está también una forma de defendernos: nuestra risa, nuestra esperanza, nuestra vida.
«Al fin uno es el propietario del tiovivo, el guardián de los monstruos…, dueño de un fragmento de la eternidad en una oscura feria ambulante».
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