Reseña de «La quinta estación» de N. K. Jemisin
«Tienes que recordar una cosa: el final de una historia no es más que el comienzo de otra. Al fin y al cabo, todo esto ya ha sucedido antes. La gente se muere. Los antiguos órdenes establecidos se acaban. Nacen nuevas sociedades. Y cuando decimos que esto es el fin del mundo, no es más que una mentira, ya que en el planeta no ha sucedido nada.
Pero así es el fin del mundo.
Así es el fin del mundo.
Así es el fin del mundo.
Por última vez».
¿Qué hacemos cuando nuestra vida se rompe en mil pedazos? Buscamos reconstruirnos, pero hay heridas que nunca cicatrizan. Hay mentiras que nunca nos creemos. Hay caminos que jamás dejaremos de recorrer.
La Tierra Fragmentada es una de las trilogías más famosas dentro del panorama fantástico de los últimos años. Las tres novelas recibieron el premio Hugo y han recibido reseñas que destacan cómo utiliza el género fantástico para hablar de temas reales como la marginación y el racismo. Y más allá de su moraleja, es una gran novela.
El origen del fin
En La quinta estación, la escritora N. K. Jemisin utiliza la fantasía como denuncia. Su génesis es interesante: la novela surgió a partir de la asistencia de Jemisin al Launch Pad de la NASA, cuya finalidad era que los escritores de fantasía y ciencia ficción contibuyesen con sus trabajos a fomentar la Ciencia. A partir de lo descubierto en ese encuentro, Jemisin encontró la idea para una ambiciosa trilogía que estuvo a punto de dejar inconclusa debido a su nivel de exigencia, y que, aunque se acerca más a la fantasía que a la ciencia ficción, se ha convertido en una obra moderna más que reivindicable.
A nivel de escritura también es interesante el uso que hace de la segunda persona del plural en uno de sus segmentos y cómo utiliza la técnica para darle un giro al tercio final. Al principio, pensamos que argumentalmente se usa para que el personaje recupere sus recuerdos; técnicamente, esa segunda persona nos permite involucrarnos todavía más en la historia (si el lector disfrutó de Así se pierde la guerra del tiempo, disfrutará de esta obra, aunque no llegue a la poesía de la obra publicada por Insólita). Cuando nos acercamos al desenlace, descubrimos la auténtica naturaleza de este truco narrativo
La fuerza de su narrativa radica en que la escritora no se limita a contar una historia sin más, sino que, como los buenos narradores, se fija también en cómo narrla sin convertirlo en un ejercicio vacuo.
Rumbo al final
Uno de los puntos más loables de la novela es su ritmo y no porque tenga pocas páginas un capítulo o haya exceso de diálogos (que no es el caso), sino porque lo consigue debido a que lo que me cuenta es interesante. Es una novela que engancha al lector. Si analizamos el apartado técnico, comienza con capítulos más cortos que luego dan paso a otros más largos hasta llegar al interludio y vuelve a repetir ese ritmo. Los capítulos más largos son de poco más de veinte páginas lo que permite que la narrativa no se resienta y la historia transcurra con facilidad. Al centrarnos en lo argumental, todo suma en la progresión de la historia.
La narrativa de N. K. Jemisin posee un gran carisma. En cuanto a su estilo, se usa un lenguaje cercano que no se corta a la hora de emplear palabrotas o muletillas como «llorar a mares», «brilla por su ausencia»… Donde cobra más riqueza (porque ayuda a la construcción del mundo), es en las metáforas basadas en el mundo geológico como cuando describe una cabellera como de color «gris pizarra».
Cuando un orogen utiliza su poder, lo vivimos encandilados de un modo que me recuerda a cómo Ursula K. Le Guin utilizaba la magia en sus libros: las palabras que se requieren son las justas. Comparándola con otras obras que he leído este año, si Patrick Rothfuss tiende a perderse en El temor de un hombre sabio, se agradece que N. K. Jemisin se centre en el tema principal de la obra, aunque en ocasiones deseemos saber más de los personajes (la estructura «fragmentada» contribuye a esta impresión).
Destacaría además el buen uso de los diálogos. No tenemos tonterías baladíes donde los personajes sueltan toda su charlatanería, sino que se habla cuando es necesario, dándole a la obra un tono todavía más solemne en algunos puntos. Lo agradezco. No suele darse en estos tiempos.
«En el fondo, esto es lo que eres: una criatura pequeña e insignificante. Estos son los cimientos de tu existencia. El Padre Tierra hace bien en despreciarte, pero no te avergüences. Puede que seas un monstruo, pero también eres maravillosa».
La desesperanza y los límites
«Invierno, primavera, verano, otoño. La muerte es la quinta, y la que controla todas».
La quinta estación es una obra dolorosa. Acaso, ¿todas las obras deben ser «alegres algodones de azúcar»? No. Es más, agradezco cuando una obra artística es capaz de sacudirnos, de hacernos pensar, de replantear nuestras creencias. Hay muchos momentos duros, muchos descubrimientos crueles, pero Jemisin no nos abandona en ningún momento. Si algún despistado sigue pensando que la fantasía no dice nada de nuestro mundo, se equivoca (y mucho).
Parte de la grandeza de este título está en algo evidente; siempre lo diré: una buena novela lo es gracias a sus personajes y en La quinta estación tenemos muchos y muy humanos, todos ellos unidos por la necesidad. Al igual que su mundo, ellos están rotos. Infanticidio, asesinatos, traiciones, canibalismo, muerte… La quinta estación relata el conflicto entre táticos (aquellos que no dominan la tierra), orogeneres, guardianes, comepiedras y las propias estaciones que destrozarán el mundo.
Sin poder hacer nada, los habitantes de la Quietud ven cómo una nueva estación se acerca, una que arrasará con todo. Llevan viviendo toda su vida preparados para morir. Ahora, el desastre está a un segundo de distancia.
Por otra parte, la fantasía debe ser un género que también trascienda las convenciones y la parte del poliamor de tres de los personajes me ha resultado sumamente interesante. Además, tenemos otro personaje que es trans en la obra y que, como hace la buena literatura, nos permite desarrollar nuestra empatía y ver otras perspectivas de la realidad. Para eso leemos, para vivir más vidas que aquella que nos ha tocado.
«Te limitas a seguirla, porque ningún misterio ni leyenda es comparable a la infinitésima posibilidad de que haya un atisbo de esperanza».
Construir para destruir
«La Quietud es un lugar que no está quieto ni en el mejor de los días».
Decía Brandon Sanderson que, en cuanto a la construcción del mundo, el trasfondo del libro debe parecer un iceberg del cual, en la obra, solo vemos la punta. «Debe parecer», no hace falta pasarse años construyendo el trasfondo. Es más inteligente dar la apariencia de que hay dicho iceberg y N. K. Jemisin logra crearnos esa impresión.
La Quietud es el mundo de La quinta estación. Está habitada por comunidades de personas entre las que habitan los orogenes, que son tratados como esclavos. Son aquellos que son capaces de manipular la tierra y crear, por ejemplo, seísmos. A menudo, cuando pierden el control, pueden llegar a destruir lugares con su poder. En un mundo sometido a terremotos, erupciones y otras catástrofes, los orogenes (llamados «orogratas», alusión a «negrata») son esclavos que deben mantener el control de esos movimientos que arrasan cada cinco estaciones con sus continentes.
Lo mejor del worldbuilding (o la construcción del mundo) es que se hace poco a poco y es muy interesante. Presenta diferentes orogenes, castas… Su forma de sentir y ver el mundo. Normal que el lector esté descolocado al principio, pero solo al principio.
«Hay quien afirma que la Tierra está disgustada porque le gustaría estar desolada. Yo digo que la Tierra está enfadada porque se siente sola».
Rompiendo a los personajes
La historia se divide en tres. Seguimos a Essun, una madre que va en busca de su esposo (Jija), que ha matado a su hijo mayor (Uche), al descubrir sus poderes, y secuestrado a su otra hija (Nassun); Essun quiere vengarse. También conocemos a Damaya, una niña que es comprada por un Guardián (Schaffa) para llevarla al Fulcro, una «escuela» donde le enseñarán a usar sus poderes como orogén para servir al Imperio. Y tenemos a Sienita, una orogén que recibe el encargo de concebir un hijo de otro poderoso orogen, Alabastro, y que reciben la misión de ir a un misterioso lugar en cuyas aguas hay algo que amenaza con cambiarlo todo.
Mediante estos tres puntos de vista, descubrimos la crueldad de la Quietud. Cada una de las líneas argumentales sirve para explicar la construcción del mundo, las castas, el «sistema de magia» de la historia… Cobra importante relevancia aquí el personaje del Guardián y el de Alabastro.
Por suerte, la obra no cae en el infodumping, aunque hay cierta parte al principio que podría resultarnos que sí (cuando se usa la segunda persona y se nos va «recordando» lo que ya deberíamos saber). Un ardid que, para algún lector avezado, no pasará desapercibido. Un ejemplo sería:
«Voy a buscar a Eran. -Eran es la portavoz de la casta al uso de los Resistentes. Lerna es un lomocurtido, pero al volver a Tirimo después de hacerse doctor lo adoptan los Resistentes. La ciudada ya contaba con los lomocurtidos suficientes y los Invocadores no tuvieron suerte cuando se la jugarán a lanzar la esquirla. Tú también has pedido ser una Resistente. Voy a decirle que estás bien y que ella se encargue de decírselo a Rasc. Tú a descansar».
A menudo, para ampliar horizontes, al final de los capítulos, se incluye un fragmento de estudios, textos litúrgicos, discursos, leyendas, refranes… que sirven para ampliar datos del mundo y crear diferentes emociones en el lector. Es una técnica utilizada por Brandon Sanderson en El Archivo de las Tormentas y, en los cómics, por Alan Moore en Watchmen, por ejemplo.
Para aclarar algunas cuestiones, se incluye un glosario y un resumen de cada estación al final del libro.
Documentando la destrucción
Por supuesto, se percibe la documentación sobre la geografía y se ha desarrollado los poderes de los orogenes de un modo convincente, marcando la civilización en la que habitan (o, mejor dicho, sobreviven) nuestros personajes.
«Los habitantes de la Quietud viven siempre preparados para el desastre. Han construido muros, cavado pozos y guardado comida y podrían vivir fácimente durante cinco, diez o veinticinco años en un mundo sin sol.
En este caso poco a poco significa en unos miles de años».
La construcción mitológica en torno al Padre Tierra también es sumamente interesante, ya que existe un mensaje ecologista que podemos aplicar a nuestro día a día. Nadie nos dice que la Quietud no pueda ser nuestro mundo tras un apocalipsis provocado por nosotros mismos y nuestro egoísmo. Es más, es hacia lo que señala toda la obra a lo largo de sus cuatrocientas páginas.
«El Padre Tierra percibe el tiempo en eras, pero no duerme nunca jamás ni tampoco olvida».
Persiste la enseñanza sobre nuestro destino, con ese Padre Tierra furioso por lo que los humanos hicieron con él. Podríamos decir que La quinta estación es una historia sobre el daño que le hacemos al mundo y a nosotros mismos.
Conclusiones
La primera entrega de La Tierra Fragmentada está rota. La quinta estación tiene dos tonos muy marcados para mí. Esta el que denominaría como «tono posapocalíptico», el que me recuerda a La carretera de Cormac McCarthy, y, después, un «tono de fantasía» (o más aventurero) que se introduce poco a poco hasta llevarnos a personajes tan misteriosos como los comepiedras y su relación con los obeliscos. Gran parte del libro, no obstante, consigue huir de los tópicos e ir hacia donde no lo esperamos, regalándonos grandes instantes a lo largo de la trama, aunque, en cierto tercio final, puede resultar más simple
Puede que también veamos ciertos hilos con facilidad, como lo que justifica los tres puntos de vista de la historia (sobre todo cuando se repite al descubrirse quién es Tonkee). También podemos llegar a ponernos filosóficos y entender que si la Tierra se quiebra, la historia de sus personajes también; que si un continente se divide, una persona también puede fragmentarse, lo que haría un alarde de argumento y forma bastante interesante.
El mayor pero de La quinta estación es que es, irónicamente, su propia naturaleza: es la primera parte de La Tierra Fragmentada. Aunque es disfrutable, lo es más al completarla con los otros dos libros. Hay que aclarar que no es una obra autoconclusiva, así que aquel lector que desee una novela con principio, nudo y final y poder elegir si continúa con continuaciones, no está ante el caso. Hay muchos misterios y muchas preguntas que quedan pendientes. Esta primera parte culmina con un cliffhanger espectacular que nos lleva a querer seguir leyendo esta ambiciosa y poco convencional trilogía.
Abría esta reseña hablando de qué podemos hacer cuando nuestra vida se rompe en mil pedazos. Puede que deba concluirla diciendo que no tenemos una respuesta correcta. Podemos seguir, envueltos en una capa hecha con remiendos de lo que hemos sido. Podemos detenernos y dejar que nos entierren. Podemos dejar nuestras heridas abiertas. Podemos ver cómo todo cae. Podemos ser cualquier personaje de La quinta estación y eso demuestra que la fantasía no es un simple juego. Nunca lo ha sido. Y nunca lo será.
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