La sonrisa que siempre cae al vacío. Fuente. |
Ayer resulta que iba con mi novia en el coche y estábamos hablando de Watchmen, porque habíamos estado escuchando algunas canciones de la banda sonora (como The Times They Are A Changin' de Bob Dylan), y me dio por ver de nuevo la intro de la película. Puede que sea la escena a la que más cariño le guardo por todo lo que supuso verla por primera vez, por mucho que me la hubiesen destripado o que mucha gente se quejase de que no venía a cuento. A mí me maravilló.
Más tarde, ayer, cuando llegué a casa, resulta que veo que la adaptación cinematográfica de Watchmen (aquí mi crítica, demasiado hypeada tal vez, del film) ha cumplido diez años y, si algo aprendí del Doctor Manhattan, es que las casualidades no existen.
Pasa el tiempo y sigo recordando cómo Watchmen fue el cómic que, junto a V de Vendetta, me enamoró del medio y expandió mi visión del mundo: me permitió acercarme a la literatura, la historia, la filosofía... Pocas obras pueden llegar a atisbar si quiera la sombra de esos dos titanes escritos por Alan Moore.
En el caso de Watchmen, pese al agrio regusto que dejan las polémicas (que debe ser lo mismo por lo que Moore la rechaza) y la rabia que da que el medio del noveno arte mainstream no aprendiese de Watchmen que era una obra para romper los moldes, no para plagiarla y quedarse con lo más vacuo (olvidemos chorradas como el before o el Doomsday Clock, que no dejan de ser Watchmen apócrifos al estilo el Quijote de Avellaneda, pero, incluso, menos interesantes), sigo albergando un gran amor por esta obra, por sus personajes, por sus frases, por su sentimiento nostálgico, por su ambiciosa estructura (su colosal uso de la simetría) y por ese eterno debate de ¿quién es el malo de Watchmen? Si es que existen malos en Watchmen, si es que existen malos en la vida...
El pasado verano pude ver la edición extendida de la película (la que incluye más tiempo para Hollis Mason o los relatos de cierto náufrago condenado, como todos) y ahora noto que hay ciertos recursos estilísticos (como las cámaras lentas o la búsqueda de la espectacularidad) que no me llaman nada y me sacan de la película. Watchmen va sobre la vida, sobre los fracasos, sobre las derrotas... y es una historia sobre nosotros mismos. Desde que, en el film, el Comediante responde pegando a su atacante, el director Zack Snyder demuestra que no recuerda que Eddie Blake se dejó matar, porque aceptó su filosofía de que la vida era una broma sin gracia y debía morir para que el plan de cierto personaje siguiera adelante y pudiera, tal vez, haber paz. Justamente esto es lo que aprende doce números después Rorschach (ay, la diabólica simetría).
Ahora que se habla de la nueva adaptación de Watchmen, pero en formato de serie para HBO y con la idea de ser una secuela espiritual del cómic, ¿habrá entendido su creador Damon L. Lindelof de qué va realmente este cómic? ¿De qué es lo que, en realidad, hace de esta obra una de las cumbres del arte? ¿Será un The Leftovers, un Lost o un Prometheus? Solo el tiempo dirá.
Regresando a la película de 2009, seguirán habiendo algunas buenas escenas y otras con las que me llevo las manos a la cabeza; parte de crecer supone empezar a reconocer defectos y virtudes en aquello que una vez amaste u odiaste, pero siempre recordaré a aquel chaval que se gastó treinta y cinco pavos en Watchmen (lo más caro que había comprado) cuando tenía dieciséis años, ese mismo chaval que salió de clase en marzo de 2009 y fue corriendo hasta el cine para ver Watchmen en el cine (película que llegaría a ver tres veces en pantalla grande). Ese mismo chaval.
Las historias no acaban nunca y menos si empiezan así...
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