Fragmento de la portada de El mago de Oz de L. F. Baum. Fuente. |
“Creo que en los países civilizados no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras ni brujos. Pero, verás, el País de Oz no ha sido civilizado nunca, pues estamos aislados del resto del mundo. Por lo tanto, todavía tenemos brujas y magos entre nosotros”.
El mago de Oz de L. Frank Baum llevaba mucho tiempo esperándome. Hace unos once o doce años leí Wicked: Memorias de una bruja mala de Gregory Maguire y, desde entonces, quise acercarme a esta obra infantil clásica.
El argumento es bien conocido: relata las peripecias de la pequeña Dorothy y su perro Totó para volver a Kansas y los extraños personajes que descubre por el camino: como el león cobarde, el espantapájaros sin cerebro y el leñador de hojalata que ansía un corazón. Todos ellos buscan algo y solo el Mago de Oz puede dárselo. No será gratis. Este ser, amo de la Ciudad Esmeralda, promete otorgárselos si, a cambio, vencen a la pérfida Bruja del Oeste.
Como en muchas obras clásicas, L. Frank Baum demuestra una gran imaginación en cada capítulo, con ese aire entre lo naíf y, a veces, lo macabro. Me explico: todo parece ingenuo, pero, de pronto, el leñador puede decapitar a un lince o un lobo sin problemas. A ese subtexto se suma el giro de argumento cuando se descubre quién es, en realidad, el Mago de Oz. Sin embargo, tampoco alcanza lo oscuro de otras historias, pero el resultado es una obra bastante entretenida que recoge algunos elementos de los cuentos de hadas.
Puede que otra de sus virtudes (el ir directamente al grano, sin perder el tiempo) sea, por otra parte, uno de sus defectos: al narrar siempre tan veloz que, apenas, se profundiza en algunos personajes, aunque se intente dejar una moraleja en cada momento. Lo interesante es que se puede someter esta obra a constantes relecturas y perspectivas y encontrar enseñanzas como que todos los personajes podían salvarse a sí mismos si tenían confianza o que las soluciones no eran tanto externas, sino propias.
No obstante, El mago de Oz sigue captando la atención del público. No solo ha sido llevado en numerosas ocasiones a otros medios, como el séptimo arte, sino que sigue cautivando a todo espectador que emprende la búsqueda de cerebro, corazón, valor o la vuelta a casa, elementos sin los cuales no podemos ser nosotros mismos. Recordemos que, al fin y al cabo, irónicamente, el Mago de Oz era un buen hombre, pero no un muy buen mago.
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