La Dama Blanca de The Magicians, capaz de concederte un deseo si la atrapas. El maquillaje de la actriz es fantástico. Fuente. |
En las historias de fantasía, el
hecho de que exista la magia siempre es un quebradero de cabeza para el autor
más avispado. Puede poner una serie de reglas y establecer un sistema o crear
limitaciones como las que suponen la muerte si el hechizo es más poderoso que
la destreza y la habilidad del mago. En el mundo de The Magicians (tan similar
al nuestro en sus oscuros), el límite es de otro tipo y eso ha quedado claro con The Flying Forest, el cuarto capítulo.
En el cuarto capítulo de su
segunda temporada se vuelve a notar la mejoría de la serie tras los dos
primeros episodios más dubitativos. Entre la búsqueda de la mítica Dama Blanca (con mal vocabulario), hechizos que empiezan a fallar en el mundo real y
un Fillory dispuesto a discutir el reinado de Elliot (un rey que no quiere ser
rey), los personajes aún se enfrentan al hecho de haber perdido a una de sus
compañeras (Alice), mientras que su “enemiga” Julia, recurre a Kady (otra
estudiante expulsada de la universidad de magia), para intentar hacer frente al
diabólico Reynard. Esto, que suena a un tapiz de obra fantástica sin más, es
acompañado por una serie de miedos muy reales: el hecho de que tus amigos lo
sean por miedo, la traición, la ambición, los errores del pasado, etc. Y esta mezcla con esa aura tragicómica según la cual un toque de humor bien puede
mirarse como un toque del horror que acompaña a la vida real: esa donde
fracasamos, sufrimos y nos lamentamos.
Si ya el personaje de Quentin
había visto como la magia no podía salvar a su padre enfermo, ahora le toca
aprender que no puede recuperar a la mujer que amaba y a la que tuvo que
destruir cuando el poder de ella amenazaba con acabar con todos. Como si Alice hubiese sido la Fénix Oscura de X-Men a la que hay que decir adiós entre el
dolor increíble de la pérdida, Q comprende que de nada sirve tener magia, saber
que la fantasía existe, si no puedes recuperar a la gente que realmente vale la
pena. Y es en ese momento cuando decide abandonar el mundo fantástico que
siempre había deseado, aquel que en el fondo no es tan maravilloso como
aguardaba, aquel que solo le ha supuesto tanta melancolía como el real y, como
si fuera aquel Peter Parker que lanzaba su traje de Spider-Man a la basura y le
daba la espalda a su lado heroico, Quentin emprende la vida real. La triste y
sombría vida real.
La magia es real, pero quizás la
realidad no sea tan maravillosa como la ficción.
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