El hombre que fue jueves supone una obra digna de reconocimiento, un clásico capaz de descolocar a cualquier lector. Hoy, hablo de él. Fuente. |
Decía Edgar Allan Poe que todas las obras de arte debían empezar por el final y, cuando uno lee El hombre que fue jueves de Gilbert Keith Chesterton, evoca estas palabras con cierta sonrisa. Hablar de esta novela debería ser fácil para el más avispado, pero incluso así, esta obra, que aún se lee con gran avidez, descoloca con una habilidad que muy pocas consiguen.
Recuerdo cuando leí Estudio en escarlata, con ese Sherlock que señalaba al culpable sin, aparentemente, venir a cuento y, de pronto, la novela se rompía y nos íbamos al oeste, con otros personajes y con piezas que debíamos ver cómo encajaban. Arthur Conan Doyle lo conseguía y un servidor no le quedaba otra que aplaudirle. En el caso de El hombre que fue jueves, me quito el sombrero ante Chesterton. Debe ser difícil escribir una novela que al principio sea de misterio y, en realidad, desde el principio, fuese una historia no solo sobre filosofía sino sobre religión (y más cuando el autor es un escritor converso al catolicismo tras años de no creer en Dios). Muy agudo, señor Chesterton. No me lo esperaba.
El hombre que fue jueves es un digno juego de sombras y sagacidad. A simple vista es eso que ya comentaba, una novela de intriga, pero las miradas más simples no valen para apreciar el auténtico arte que se esconde en sus palabras. Su historia trata sobre Syme, un policía que se infiltra en el Consejo Anarquista formado por siete misteriosos hombres que reciben el nombre en clave de los días de la semana. Él consigue convertirse en el jueves y debe enfrentarse al complot dirigido por el terrible líder del grupo, Domingo. Pero ¿qué secretos guardan los otros miembros del concilio? ¿Y ellos mismos? ¿A qué atentado debe hacer frente? Y sí, ¿a qué parece un thriller? ¿A qué llama por eso? Porque se vende como tal...
Y lo es, aunque al final...
No lo es.
Me explico. Cuando me acerqué a esta obra, no me esperaba un desenlace como el que tiene, donde se raya la alegoría religiosa y deja al lector sin saber muy bien que pensar. Chesterton, famoso por su sabiduría, creo que disfrutaría de ver las caras que ponían sus lectores cuando terminaban la lectura. Digamos, de forma un poco burda, que El hombre que fue Jueves es como si Infiltrados o Misión Imposible terminase con el descubrimiento de que el (aparente) gran villano es una deidad. Surrealista es decir poco. Hace vacilar incluso más que el fin de Solo dios perdona. No extraña que a un autor como Neil Gaiman le encante la obra de Chesterton (no olvidemos el homenaje que hay al escritor con el aspecto de uno de los personajes de Sandman).
Durante este periplo que se hace ameno en su mayor parte (el estilo que algunos consideran rimbombante o barroco de Chesterton, deudor de su gusto por la poesía, al que firma este comentario le gusta y considera que no roza el nivel de saturación de Henry James), leemos sobre el anarquismo llevado a niveles de paroxismo, a un relativismo que impide pensar en cualquier cosa como una verdad y más cuando se habla sobre la identidad con la calidad y la progresión con la que un espectador de una pintura como El hijo del hombre de Magritte observaría este. Olvídense más de ese anarquismo sin líderes, no sin orden, de obras como V de Vendetta (en El hombre que fue jueves al Domingo también se le conoce como el Presidente, por muy anarquistas que sean), sino más bien piensen en él como la postura en que nada es nada porque todo puede ser todo. Ya el debate del comienzo entre el poeta Syme y su adversario, el poeta Gregory, deja esto claro.
Sin ignorar cómo el pobre Syme descubre que algunos de los miembros del Consejo anarquista no solo resultan que son bastante humanos (o más o menos), sino que son también… ¡Policías infiltrados! Y esa revelación nos conduce a los cuentos donde las cosas se repiten y ansiamos conocer el porqué, pero ¿nos lo ofrecerá G.K. Chesterton? Todo esto aderezado con humor. Una sátira que también puede dejarnos en jaque por cómo la novela a veces se toma en serio a sí misma y, en otras ocasiones, decide tirar de la exageración con esos personajes que sienten remordimientos imposibles por mentir o que no pueden, pase lo que pase, romper promesas. De ahí que se tire a veces hacia la hipérbole superlativa de los marcados rasgos de cada uno de los personajes.
G.K. Chesterton nos propone de tal modo una partida de ajedrez donde nos deja en jaque por cómo vende la novela, cómo la escribe, cómo la acaba y cómo el lector debe decidir sobre ella. Solo por el jaque mate final, El hombre que fue jueves ya es una novela que merece ser descubierta aunque sea para sumar a su legión de lectores fieles partidarios o airosos detractores. Ah, y en inglés, el título incluye un subtítulo: A nightmare. Jaque mate.
Toca pensar y decidir. Gracias por eso, Chesterton.
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