Viaje a Japón (2024), recuerdos vivos

Viaje a Japón
¿Por qué tendrías que viajar a Japón al menos una vez en la vida?

Hace tres semanas desde que regresé de Japón. Sé que ahora podría soltar cursiladas como «me ha cambiado la vida» o «soy otro desde que volví del país del sol naciente». Incluso podría soltar alguna chorrada como «nunca nadie vuelve de Japón, siempre se queda una parte de ese país y de esa cultura en nosotros». Pero más allá de las palabras huecas, lo que sí puedo decir es que hay una parte que desea atesorar todo lo vivido y no compartirlo, hacer que forme parte del misterio que somos, de la historia empezada a la mitad que somos para cualquiera que nos conoce. Sin embargo, eso implicaría no explicar gran parte de la visión del mundo que tendré a partir de ahora.

Si bien llegar a Japón conllevó dos días de vuelos (Tenerife, España, Egipto, Japón… y vuelta… El viaje más largo de mi vida), cada una de esas horas mereció la pena como nos repetimos sin parar cuando pisamos por fin tierra. Pese a que tengamos una visión de que Japón desde los cielos es una especie de macrourbe entre Godzilla, Coruscant o Akira, en realidad es una extensa masa verde… y aún así, guarda las ciudades más grandes que he visto (más que Barcelona o París), con rascacielos imponentes y todo tipo de sorpresas en cada esquina. Y tienes la inmensa sensación de que nada te aburre y todo es nuevo, algo que buscaba desde hacía mucho tiempo, hastiado de mi día a día y de la sociedad en la que vivo.

Exposición-Junji-Ito-Japón
Encontré por casualidad una exposición sobre el arte de Junji Ito en Japón… ¡Y no pude faltar!

Lo tradicional y lo moderno de un país único

Durante veintiún días, conocí el Parque Yoyogi, el corazón de Tokio con Shibuya y la estatua de Hachiko (pobre estatua), el centro comercial que parecía una ciudad (el Sunshine City), el templo de Asakusa, la comida japonesa como el okonomiyaki, la friki y fantástica Akihabara, los bosques de bambú, templos como Hase Dera o el del buda gigante (Kamakura Daibutsu), el paseo de Shinyuku con su cabeza de Godzilla y los cines de la Toho, las tiendas de anime y manga Animate, los caóticos Don Quijote y los enormes BicCamera, el hermoso parque de Ueno, el mercado de Asakusa, las experiencias «samurai» (primera vez que tomo una katana, ¡qué difícil es!), lo tradicional y moderno de Kioto, el mercado de Nishiki, los arcos de Fushimi Inari-taisha (no vayas a las cinco de la mañana… con subir lo suficiente, ya tendrás un buen sitio donde sacar una foto), los ciervos del Parque de Nara (que te saludan por una galleta… aunque a las doce prefieren el agua), el puente de las geishas, un parque con monos (donde se nos encerraba a los humanos… por suerte… y ellos hacían lo que querían), el Pabellón Dorado (Rokuon-ji), el Museo Internacional del Manga de Kioto (mezcla perfecta de museo y biblioteca), el castillo de Niko, Osaka, los fantásticos sushis en cinta, las tiendas de Godzilla, Pokémon, Shin Chan, Ghibli; el espectacular castillo de Osaka (como viajar en el tiempo), la arteria comercial de Dotonbori, el Museo de Hiroshima (durísimo, pero más que necesario), el santuario con un demonio gigante (Namba Yasaka), el riquísimo mercado de Kuramon, la zona friki de Dendentown, el Castillo Himeji (otra puerta para viajar en el tiempo), los jardines Koen, la cafetería Hamamoto que parecía sacada de un manga, una exposición sobre Junji Ito, el mirador del Skytree… Ni siquiera un tifón ni un miniterremoto (y la consecuente amenaza de maremoto) pudo hacer que sintiese deseos de irme.

Pero un país es también su gente. A menudo se vende a los japoneses como máquinas programadas que van de un lado a otro sin vivir (quizá llevados por la imagen del «salaryman» que va en el metro a las ocho de la mañana, con su camisa y su pantalón largo, aunque haga 35º y haya una gran sensación de humedad), pero los he visto también con sus niños (hay cientos de niños), sus ancianos (los mayores que he visto), sus amigos, sus parejas… y he visto mucha vida en ellos, una vida que no les importa entregar a tareas tan variopintas como el arte en el Museo Internacional del Manga de Kioto, podar con unas pinzas en uno de los grandes jardines, cantar en las calles de Shinyuku o soñar en las calles de Akihabara. A todo ello se suma que la mayoría de la gente es amable, que intentan ayudarte como pueden en todo momento. Y por otra parte, he de decir que deben tener una paciencia infinita: muchos turistas los menosprecian, pegan gritos por todas partes, faltan el respeto en los templos… Y todo es aún más marcado cuando estás en una sociedad que ha hecho del silencio y la cavilación parte de su esencia.

Berserk-Carlos-J-Eguren-Japón
El Museo Internacional del Manga de Kioto es la perfecta mezcla entre museo y biblioteca. En él, aparte de descubrir originales, puedes leer lo que te apetezca. Yo encontré el primer volumen de Berserk, uno de mis mangas favoritos.

¿Has pensado alguna vez en ir a Japón?

No quiero ser pesado ni empezar a perderme en pensamientos efímeros que solo me importarán a mí. Con esto quiero decir que si alguna vez has querido visitar Japón, no dudes en hacerlo. Te permite descubrir un país riquísimo que trasciende cualquier idea preconcebida que tengamos (baste con pensar que muchos animes populares aquí ya han sido olvidados allí, aunque parezca una frivolidad por mi parte). Y también, si eres escritor o artista de cualquier índole, alimenta tu imaginación: ya sea con los paisajes, las gentes, el choque cultural… Los artistas son vampiros a la espera de alimentar su arte con vida y muerte, con experiencias, y Japón es un lugar perfecto para inspirarse.

En los últimos años, tras tanto caerme y tener que volver a levantarme, he ido fijando mi vista en otros lugares: Fuerteventura, Barcelona, Alicante, Cartagena, París, Tokio… y sigo divagando (o vagando) con la mirada en otros lugares a los que me gustaría ir (Dublín, Edimburgo, Londres…). Y también recuerdo algo que decía uno de mis tíos, que nos dejó hace un año: «al final solo nos llevaremos con nosotros aquello que hayamos vivido». Y puede que una parte de mí se haya cansado de vivir más allá de las pantallas o las páginas (mis otras vías de escape… y encuentro conmigo mismo).

Sé que cualquiera que es un turista (ser endeble que no me extraña que Rincewind catalogase de idiota en mundo disco) tienda a romantizar y veamos el mundo como lo verían un Blackthorne de Shogun, que nos olvidemos de todas las tinieblas que tienen las sociedades. Pero tres semanas después, una parte de mí sigue ansiando volver a Japón y puede que signifique más de lo que pueda expresar con palabras. Queda esta entrada como intento y como recuerdo vivo. Y puede que, tal vez, como promesa.

Manga Carlos J. Eguren
Y aquí, en el tren, contándole mis problemas a un colega.

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