«LEAR: Sed bienvenido.
KENT: Nadie lo es. Todo es tristeza, sombras, muerte.
Vuestras hijas mayores se han aniquilado
y han muerto en la desesperanza».
William Shakespeare, El rey Lear.
Toda historia es una tragedia y Ran es una de las mayores que se han contado. Narra la historia de un padre, Hidetora, que deja su reino a sus tres hijos Tarō, Jirō y Sanburō, pero acaba desterrando a este último, el único que es capaz de advertirle de que su decisión acabará con la muerte de todos ellos. Y nos habla sobre la hecatombe que rodea a unos personajes ávidos de poder, incapaces de captar la comedia absurda, rodeada de ruido y furia, de unos dioses dementes que ríen o lloran.
La cacería del viejo jabalí
Akira Kurosawa culmina su cine sobre samuráis, el jidaigeki, con una obra maestra como es Ran. Durante diez años, el director japonés pensó en una historia que acabaría tomando tintes trágicos a partir de su comparativa con El rey Lear de William Shakespeare. No era la primera vez que el director tomaba elementos del Bardo: ya en su día había adaptado Macbeth con la magnífica Trono de sangre, protagonizada por un Toshiro Mifune que parecía destinado a encarnar al patriarca de Ran, pero que debido a desavenencias con Kurosawa, finalmente no estuvo en Ran.
Estrenada en 1985, Ran sigue sorprendiendo por su capacidad para una grandeza mayor que la vida misma: las batallas resultan épicas, el caos que da título a la cinta toma forma en escenas vitales, los paisajes son únicos…, pero si por algo conmueve es por el núcleo de la historia: una tragedia familiar que asolará a todo un clan y todo un reino.
Crítica de Ran de Akira Kurosawa, una de las grandes obras maestras del cineasta japonés Share on XSangre y lágrimas
Al final, es una historia tan antigua como el mismo mundo: un conflicto generacional entre padres e hijos. Lo podemos ver en Ran, pero también en historias antiguas como la de Lucifer o la de Caín, o modernas como El Padrino, Sucession o La Casa del Dragón. Recordemos aquel texto sobre negro en la primera escena del drama basado en la obra de George R. R. Martin: los Targaryen llegaron tan alto que solo ellos mismos podrían provocar su caída. Y es lo que ocurre con el clan Ichimonji.
Pero Ran nos habla de la ambición, la codicia, la maldad, la locura, los errores, la venganza, la fatalidad… Son estos los que hacen que el mundo siga girando y Ran sea una obra maestra por la que no pasa el tiempo. La sangre y las lágrimas siguen corriendo en un caudal infinito.
Sangre y lágrimas que se vierten en la película, pero también durante el rodaje, cuando Akira Kurosawa solo detuvo el rodaje un día para despedir a su esposa, que falleció mientras él creaba el drama familiar de unos personajes ficticios. La tragedia siempre está cargada de inevitabilidad.
La fatalidad queda patente desde un primer momento: la que podría antojarse como una victoria pronto se resquebrajará y se hará añicos en cuanto el patriarca tome una decisión equivocada. Será entonces cuando los demonios del pasado, encarnados por las hijas de sus adversarios a las que ha convertido en esposas de sus hijos, se alíen con los buitres del presente (dos enemigos ahora reconvertidos en inesperados aliados) y, por supuesto, los cuervos encarnados por sus hijos. Todos ellos acabarán devorando la carne pútrida del campo de batalla que conocemos como vida.
Caída y llanto
El reparto brilla con fuerza, haciendo real una historia sobre la destrucción, sobre cómo el ser humano parece destinado a matarse. Tenemos a un Tatsuya Nakadai que supuestamente “heredó” el papel de Mifune, pero logra darle su propia entidad, incluso bajo la labor de maquillaje. A lo largo de la película, asistimos a su caída: desde su poder hasta cuando se ve “insultado” por sus dos hijos mayores, pasando por el momento en el que sufre su mayor derrota y pierde la razón; esto último le obliga a vivir entre las sombras que vio en su sueño, en la oscuridad de aquellos a los quemó y destruyó.
También destaca Mieko Harada como una magistral y maquiavélica Lady Kaede, digna de ser categorizada como una Lady Macbeth o una Cersei Lannister. Ella anhela vengar a su familia caída… y está dispuesta a conseguirlo con una figura fantasmagórica, demoníaca, vampírica.
Entre los secundarios brillan Hisashi Igawa como el general Shuri Kurogane y Pîtâ como Kyoami.
La belleza del caos
La reciente remasterización de la película ayuda todavía más a captar el cautivador uso del color que emplea Akira Kurosawa, ya sea en las ropas y armaduras, o en los paisajes o el mismísimo cielo. Y es que el entorno natural de Ran acaba siendo otro protagonista: desde los campos verdes hasta las tierras de ceniza volcánica, pasando por el rojo de la sangre. Con Kurosawa, que ya en este momento tenía dificultades para ver, la composición toma un carácter magnífico para expresar los sentimientos de soledad y devastación que rodean a sus personajes. La película le valió una nominación al Oscar, pero más importante es que su nombre quedase ligado a una de las grandes películas del séptimo arte. Al igual que la banda sonora de Tōru Takemitsu, magistralmente empleada, y que regresa al uso de la flauta como elemento que nos recuerda la destrucción de los personajes. Tragedia como paradigma del mejor arte.
El amargo desenlace de Ran nos evoca a Rashomon en el sentido de que en ambas somos los espectadores los que debemos tomar una decisión. En esta, se habla de cómo los dioses disfrutan de la barbarie de la humanidad, pero también se presenta la idea de que los dioses lloran ante esta destrucción, pero acaso, ¿hay dioses? Puede que, como pronunciase Kent en El rey Lear, solo haya tristeza, sombras, muerte.
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