«Todo es verdad menos las partes que son mentira», escribió una vez el escritor Neil Gaiman. Lejos de ser un juego de palabras sin más, es también una forma de captar la imposibilidad de captar la verdad. Ya lo afirmaba Will Storr en La ciencia de contar historias: «la realidad es una alucinación colectiva». Es innegable que cada uno de nosotros percibe su propia realidad y, a partir de elementos comunes, establecemos una «realidad» para no perder la razón. Tú y yo podemos experimentar la misma situación y cada uno puede asumirla con su propia perspectiva: fijándonos en los detalles más nimios, jerarquizando lo que sucede (y lo que no)…
Y mientras, vivimos y morimos; muchos sin llegar a preguntarse si alguna vez sabemos realmente la verdad de algo, muchos prefiriendo simplemente seguir respirando o dejar de hacerlo a empezar a cuestionarse esa telaraña por la cual nos tambaleamos.
¿Qué es la verdad?
Rashōmon es una de las grandes películas de Akira Kurosawa y lo es precisamente porque aborda este tema. Relata un suceso (una y otra vez) para ofrecernos una reflexión sobre qué es la verdad y, más importante, si podemos llegar a confiar alguna vez en alguien. Parecen dos ideas simples, pero una vez profundizamos en ellas, comprendemos la existencia de un gran corpus filosófico que, siglos después, todavía no ha podido llegar, precisamente, a eso: a una verdad.
La película empieza con un monje, un leñador y un mendigo que se refugian de una lluvia torrencial bajo la puerta de Rashōmon, el arco destrozado de la ciudad que un día será Kioto. Bajo un aspecto apocalíptico, realzado por una fotografía y por un cuidado blanco y negro que convierte a la naturaleza en otro personaje más, se reflexiona sobre aquello que reconcome a los protagonistas.
Crítica de Rashōmon, clásico del cine dirigido por Akira Kurosawa, donde se nos plantea la duda de si alguna vez sabremos la verdad. Share on XEl vagabundo, sabiendo que el monje y el leñador no se encuentran bien, les pide explicaciones y estos le cuentan que han sido testigos de un juicio: en el bosque, un bandolero atacó a un noble y su esposa. Este hecho, casi anecdótico, se convierte en el eje de la historia. ¿Es cierta la versión que dio el delincuente? ¿La que dio la mujer? ¿La que dio el muerto a través de una médium? ¿La que da el leñador? Y volvemos a la pregunta: acaso, ¿llegamos a saber alguna vez la verdad?
¿Qué ocurrirá?
Tomando elementos de varios cuentos y centrándose en la duda que destroza a sus personajes, Kurosawa hace partícipe al espectador, ya sea por cómo sitúa la cámara en cada versión de la historia o por cómo los protagonistas, durante el juicio, apelan al espectador como si apelasen ante el juez. Del mismo modo, se puede hacer una reflexión sobre la sociedad nipona tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Los tres protagonistas representan tres estamentos que buscan sobrevivir bajo un arco resquebrajado, mientras el cielo derrama la lluvia como lágrimas por lo aciago del ser humano y su necedad. Somos los juguetes rotos de un dios demente o, simplemente, estúpido.
Y así, cuando todas las líneas convergen en la idea de que es imposible alcanzar la verdad, se plantea lo realmente importante: ¿qué se decidirá con la vida de un recién nacido que es abandonado en el templo? El noble del juicio ya ha muerto, pero el niño abandonado sigue con vida. Es el presente lo que importa. Hay que tomar una decisión… El vagabundo roba sus ropajes, sabiendo que está condenado a morir; el monje pide piedad y el leñador duda para luego llevarse al niño y criarlo con los suyos… aunque el monje no puede apartar la vista mientras el leñador se marcha con el crío. ¿Le ha dicho la verdad? ¿Puede confiar en él? ¿Qué ocurrirá…?
Nosotros, los espectadores, tampoco lo sabemos y es entonces cuando Rashōmon se nos revela como una gran película: nosotros también nos preguntamos qué ocurrirá y, como con las grandes obras maestras, cualquier respuesta podría ser posible. ¿De qué dependerá? De nosotros y de nuestra visión del mundo y, sobre todo, de la humanidad.
La danza de las gaviotas
Estrenada en 1950, Rashōmon fue un film que consiguió gran relevancia más allá de las fronteras nipones, valiéndole el Premio de la Academia a mejor película extranjera. Kurosawa se convertiría en el director a seguir por autores que lo versionarían, como John Sturges (Los siete magníficos) o Sergio Leone (Por un puñado de dólares), o que directamente lo considerarían su maestro, como George Lucas, Francis Ford Coppola o Steven Spielberg. Es imposible no encontrar su huella en muchas de las grandes películas del siglo XX (e incluso XXI). Paradójico cuando los japoneses lo consideraban demasiado occidental y los occidentales demasiado oriental.
En el epílogo de la obra maestra del cómic que es From Hell, el guionista Alan Moore y el dibujante Eddie Campbell hablan del valor de la Historia y qué es la verdad en una historia titulada La danza de los cazadores de gaviotas. En ella, los protagonistas nos hablan de todas las versiones posibles que hay de quién era Jack el Destripador para al final llegar a la conclusión de que jamás se podrá capturar la auténtica verdad. Es la conclusión a la que llegamos también con Rashōmon.
Porque ¿qué es lo cierto entre tantas mentiras? Porque la propia película no deja de ser una ficción, una que plantea una realidad. A Platón se le quebraría la cabeza al hablar de copias de una copia, pero para nosotros, setenta años después de su estreno, Rashōmon continúa siendo una de las grandes películas de la Historia del Cine, no solo por cómo retrata una época, sino por cómo habla de los grandes dilemas éticos y morales que jamás quedarán añejos. Eso es lo que hace el auténtico arte, incluso cuando utiliza mentiras para contar… ¿la verdad?
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