El vampiro puede ser cualquier cosa. Desde un muerto cercano a un zombi hasta un aristócrata malvado o una víctima de la inmortalidad; incluso algunos han querido ver a estudiantes atormentados que jamás acabarán el instituto y brillan a la luz del día como si estuviesen llenos de purpurina. Y lo bueno de estas criaturas es que, dependiendo del espectador, siempre tendrá una historia acorde. Es lo que ocurre con Somos la noche de Dennis Gansel.
El vampiro híbrido
Estrenada en 2010 (y resucitada en plataformas como Netflix o Prime), Somos la noche cuenta la historia de una joven delincuente (con complejo de Lisbeth Salander), que es transformada en vampira por una élite de vampiresas berlinesas (rima) que buscan a su alma gemela (bueno, lo busca su jefa y las otras dos pues no son celosas). Sin embargo, lejos del gozo de las primeras noches (y por culpa de un poli guaperas), pronto se desencadena una cacería que acabará con todo lo que han logrado.
¿Qué da esta mezcla? Somos la noche es un extraño híbrido. Se aleja de una película contemporánea como Déjame entrar (dramón) o incluso del cine de «vampiros» de moda en ese momento como Crepúsculo, para acercarse a la estela del videoclip de la maravillosa The Hunger (El ansia) o incluso de la ya mítica Blade para sus escenas de acción. Puede que haya incluso algún guiño a la genial Entrevista con el Vampiro y a su terrible «secuela», La reina de los condenados.
Aunque hubiera sido interesante que tuviéramos, por nacionalidad, guiños al Nosferatu de Murnau, lo que sí tenemos es alguna idea de Vampiro la Mascarada que no le sienta mal al film, siempre que suspendamos la credibilidad. Y es que si aceptamos eso, lo pasamos bien con la película. De lo contrario, es un desaguisado importante.
¿Para qué la acción?
Es interesante ver cómo en Somos la Noche se logran imágenes potentes, como esas vampiras que juegan al límite con la salida del sol, la que es capaz de apagarse un cigarrillo en un ojo (para luego guiñarlo… Viva la ley antitabaco) y que es la misma que se queda fija mirando unos patucos y recordando a la hija que abandonó cuando se convirtió. Hasta ideas un poco tontorronas como cortar un cuello con la página de un libro parece funcionar.
Más convencional resulta cuando tenemos las escenas de acción de rigor, a manos de la policía berlinesa, que se toma como algo normal tener a un nido de vampiros en su ciudad. Ahí roza más el telefilm o una serie tipo Alerta Cobra. No olvidemos, no obstante, que los alemanes son los padres de Nosferatu, esa joya del cine mudo que incluso cien años después, continúa provocando terror.
Terror que no provoca Somos la noche, porque es más efectiva cuando retrata el drama que cuando decide jugar con otros géneros, como la acción o incluso el desfase, por mucho que Gansel (La ola) quiera demostrar que es capaz de rodar como si fuese un director de videoclips. Por desgracia, no es Tony Scott.
La vida de los no muertos
Sobre el reparto, destaca Karoline Herfurth (a la que habíamos visto en El perfume) como la protagonista y Jennifer Ulrich como la vampiresa marcada por su pasado, con la que se juega con la idea una vez más del cine como vampiro (véase La sombra del vampiro, joya que retomaba el clásico de Murnau, por cierto).
Lástima que no dedicasen más metraje al personaje de Nina Hoss, ya que resulta poco creíble su final cuando no hemos visto auténtica tensión violenta o sexual entre su personaje y el de la protagonista.
Sobre Anna Fischer, como una especie de Alice crepusculera, pues aporta lo justo para una trama que quizá con menos persecuciones y más drama hubiese funcionado mejor.
Crítica de la película alemana de vampiros Somos la noche, una reinvención interesante, aunque fallida. Share on XEl mito vampírico
Somos la noche añade poco al mito del vampiro. Quizá lo más interesante es que en este mundo no hay vampiros varones debido a que estos eran salvajes, se mataban entre sí y ponían en peligro a toda la especie. Las mujeres se los quitaron de en medio. Por desgracia, esta idea tan interesante es apenas explorada y es más, puede que haya un mensaje que signifique lo contrario: la protagonista rehúye a su sire, otra mujer, y abraza a un mortal, hombre, con el que se marcha (y seguramente transforma). Y si le damos una vuelta más, una de las primeras cosas que hacen las vampiras cuando la transforman es… irse de compras. Quizá no sea el discurso más proge del mundo.
Lejos de esto, todo lo que vemos en ella ya lo habíamos visto antes, pero no por ello es un defecto. En una época donde los vampiros eran señores que iban al instituto o zombis, películas como esta o el remake de Noche de miedo resultaron un oasis para un subgénero consumido por el mainstream de la romántica más insulsa.
Lo que destaca cuando terminan los créditos de Somos la noche es la idea con la que abría este análisis: al final, el vampiro se transforma y se convierte en lo que deseamos. Es interesante ver cómo su figura evoluciona y transforma a lo largo de la historia del cine y la literatura, ambos géneros, al fin y al cabo, son dos chupasangres que se alimentan de los deseos de sus artistas y de su público. Dejamos atrás nuestras vidas, para vivir vidas que jamás fueron reales. Hay algo perturbador y mágico en ello. Como en el vampiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes comentar mediante nick, anónimamente o con tu cuenta de correo o similar. No almacenamos ninguna información.
¡Muchas gracias por tu comentario!