La chica que amaba a Tom Gordon: peregrinatio vitae


«El mundo tenía dientes y podía morderte en cualquier momento».

Los géneros literarios son grandes mentiras. Útiles para los libreros, bibliotecarios, estudiosos y los escritores que se conforman con las pautas, los géneros subyacen como una limitación a la creación desbordante de mundos que presenta la literatura. Las grandes novelas los trascienden. Y, en el fondo, adquiere más relevancia el tema, por encima del tópico, que otros vulgares convencionalismos.

Visto desde esta perspectiva, el tema de la supervivencia puede ser el más importante, ya que abarca la dificultad de la experiencia vital y el enfrentamiento contra la muerte al que todos estamos condenados. Y es en esta idea donde obras dispares pueden aunarse, desde la Epopeya de Gilgamesh pasando por Meridiano de sangre y llegando a obras como La chica que amaba a Tom Gordon de Stephen King.

La supervivencia y Stephen King

Más allá del terror o el fantástico, el escritor de Maine es habitual en el género de la supervivencia. Lo hemos visto en El juego de Gerald, por ejemplo, obra donde una mujer queda maniatada a una cama durante unos días en los que se enfrentará a sus propios demonios. ¿No sucedía de un modo similar con el pobre escritor Paul Sheldon, a merced de su fan número uno en Misery? ¿Y qué decir de La larga marcha, ese viaje enfermizo por un mundo distópico?

Pero también lo vemos en La chica que amaba a Tom Gordon a partir de la premisa de una pequeña de diez años, Trisha, que se pierde en el oscuro bosque de Maine y comenzará una odisea entre la naturaleza y fuerzas más oscuras que marcan el sino de nuestro mundo.

«Mi idea era escribir una especie de cuento de hadas. Hansel y Gretel sin Hansel. Mi heroína sería la hija de un matrimonio divorciado que vive con su madre y mantiene un vínculo importante con su padre, principalmente a través de su pasión mutua por el béisbol y los Boston Red Sox. Perdida en el bosque, se imaginaría que su jugador favorito de los Red Sox estaba con ella, haciéndole compañía y guiándola en la terrible situación en la que se encontraba. Tom Gordon, el dorsal n.º 36, sería ese jugador. Gordon es realmente un lanzador de los Red Sox; sin su consentimiento no habría querido publicar el libro. Él lo dio, por lo que le estoy profundamente agradecido»- Carta a los lectores, traducido en La zona muerta.

El dios del béisbol

A partir de esta idea, La chica que amaba a Tom Gordon es también una declaración de amor de Stephen King hacia su hijo Owen. Vilipendiado por la crítica literaria cuando ha cargado con el sanbenito de su apellido (a diferencia de su hermano, Joe Hill), Owen es célebre dentro de la estructura del Lector Constante porque King le ha dedicado varias obras y, si ha tratado el tema del béisbol, ha sido por él.

Famosa es la anécdota de cómo King llegó a pagar un campo de béisbol para que el equipo de su hijo y otros chavales de la zona pudiesen jugar en unas condiciones dignas. Pero también es conocido como King escribió la novela corta Blockade Billy y La chica que amaba a Tom Gordon como homenajes al deporte estadounidense por antonomasia (que igual te lo juega King que los vampiros con purpurina de Meyer).

Pero, curiosamente, en Blockade Billy encontré una novela casi indescifrable en el sentido de que el béisbol me despierta tanto interés como quedarme mirando cómo crecer una mala hierba en el descampado que diviso desde la ventana de mi casa. Sin embargo, en La chica que amaba a Tom Gordon es un elemento que, aunque importante, juega realmente un papel en la trama, ya que será el amor de Trisha hacia el jugador Tom Gordon y sus Red Sox los que articulen toda una trama de supervivencia, donde su pequeña protagonista deberá encontrar un motivo para seguir adelante y lo hallará a través de este deporte.

Peregrinatio vitae

En este aspecto, la moraleja está clara, pero la novela consigue convertirse en una trama angustiosa donde King hace que nos perdamos junto a la pequeña Trisha. Y King sabe cómo hacer que lo pasemos mal: desde ciénagas que recuerdan a las de Tolkien (a quien se cita varias veces gracias a El Hobbit) pasando por bayas y helechos que producen alucinaciones, sin olvidar las apariciones fantasmagóricas de tres divinidades siniestras. Y es aquí cuando King acierta de lleno a la hora de transformar el viaje de Trisha en un peregrinatio vitae donde todos podemos sentir empatía por ella y por las difíciles pruebas que atraviesa.

El ritmo de la novela se adapta a todo ello. Comenzamos con capítulos que siguen más o menos una extensión para después llegar a otros donde el viaje se vuelve más arduo y también se torna más larga su lectura. Y, al final, tenemos capítulos más cortos, pero decisivos: el tiempo se le acaba a Trisha, pero también a la propia novela. Entonces es cuando llegamos hasta el dios-avispa, un ser monstruoso que evoca a un oso cadavérico cuyo rostro está colmado de insectos zumbantes, que amenaza a Trisha como la amenazaría la Muerte… ¿O la propia vida?

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La pequeña Trisha se enfrenta a las sombras del bosque… y de la propia naturaleza del mundo.

Contra el pesimismo

Asfixiante y sombría, La chica que amaba a Tom Gordon refleja también gran parte de la filosofía de Stephen King. Aunque tiene relatos y novelas que nos destrozan o nos dejan a merced de la mayor de las incertidumbres (quizá esta sea la peor de las condenas, en realidad), el mensaje de muchas de las historias del autor, aunque doloroso, resulta también… extrañamente esperanzador.

En las últimas páginas de La chica que amaba a Tom Gordon, King, que ama a autores como Lovecraft, rechaza su pesimismo, su horror cósmico, para dar una oportunidad a la protagonista y al lector. Y comprendemos en qué punto vital se hallaba el escritor de Maine.

Deslizarse en el sueño…

Y resulta muy interesante esa búsqueda de la esperanza, porque La chica que amaba a Tom Gordon se publicó en abril de 1999 y fue en junio de ese año cuando King sufrió el atropello que estuvo a punto de costarle la vida.

Tras ese momento, el autor de Maine cambiaría y, aunque ha habido momentos para las tinieblas en sus futuros trabajos, a menudo hemos encontrado en Trisha y en otros personajes de King la lucha por la salvación y la esperanza. Acaso, ¿no es eso la supervivencia? Y puede que lo que nos enseñe merezca más la pena que cualquier género. Al fin y al cabo, ¿no es también nuestro viaje?

«Hay un momento en que la gente abandonada a sus propios medios deja de vivir y se limita a sobrevivir. El cuerpo, agotadas sus fuentes de energía, recurre a las calorías almacenadas. La lucidez empieza a embotarse. La percepción empieza a reducirse, al tiempo que se despierta de una forma perversa. Las cosas comienzan a borronearse alrededor de los bordes. Trisha McFarland se estaba aproximando a esta frontera entre la vida y la supervivencia a medida que su segunda tarde en el bosque iba declinando».

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