«Amar es como morir lentamente»- Stephen King.
Stephen King es uno de esos autores que son capaces de leerte su lista de la compra y logra que sea más interesante que la mayoría de falsos clásicos y bestsellers que se agolpan en nuestras pilas de lecturas. Incluso un libro menor, como El ciclo del hombre lobo, se antoja como una lectura perfecta para octubre, con Halloween a la vuelta de la esquina. Te cuento por qué a continuación.
Historias de luna llena
El ciclo del hombre lobo relata los doce meses en el que el pequeño pueblo de Tarker’s Mills se ve asediado por un licántropo. Cada capítulo del libro corresponde a un mes en el que la luna llena trae a este sanguinario villano a las calles de este lugar donde a la gente se le da bien dos cosas: creer que un hombre lobo puede campar a sus anchas y morir bajo sus garras.
Por suerte, tenemos a Marty, un niño discapacitado de diez años, que, como héroe improbable, cual hobbit de la hombre homónima de Tolkien o cual perdedor de It (Eso) para no alejarnos de la trayectoria bibliográfica de King, se antoja como nuestra última esperanza frente a la bestia.
Crítica de El ciclo del hombre lobo de Stephen King: clásico donde la licantropía toma forma gracias a Bernie Wrightson. Share on XY ya está.
El ciclo del hombre lobo es una historia que hila a con c pasando por b. Aunque no sea muy exigente (ni llegue a la altura de las grandes obras de Stephen King), se disfruta como una buena película de monstruos con sustos, sangre, gritos y todo lo que la hace perfecta para ser leída cuando se acerca la época de atiborrarse de dulces y dar un susto (en realidad, esta sería la descripción de cualquier buen fin de semana, ¿no?).
El pulp de King
Estamos aquí ante un King menor, sin duda. Un King más cercano al R. L. Stine de Pesadillas (¡no es un insulto!), que al King perturbador de joyas como Misery, Eso, El resplandor… Eso significa que tenemos un estilo llano, accesible, efectista y con varias exclamaciones ¡para darle más ímpetu al relato! Nada asusta más que una buena exclamación. Eso hace que nos imaginemos a un King más pulp, pero también más… travieso, jugando, pasándoselo bien. Y aquel lector dispuesto a disfrutar, que se prepare, porque King acelera y nos entrega grandes momentos.
Es una lástima, porque el escritor de Maine, cada vez que incursionaba dentro del subgénero de algún monstruo clásico, dejaba su huella. En El resplandor teníamos fantasmas; en El misterio de Salem’s Lot, vampiros; en The Stand (Apocalipsis, cuyas ilustraciones también eran de Wrightson), el virus del fin del mundo…
En cambio, aquí, cuando toca al hombre lobo, no logra dejar su huella, solo a un ser con un traje de plástico con pelo de pega. Me parece más perturbador aquel licántropo en el que se convertía Pennywise en It (Eso), el que tenía pelo que recordaba a… pelo púbico. Gracias, Stephen King, por las pesadillas. Una vez más.
La grandeza de Bernie Wrightson
Pero si por algo destaca El ciclo del hombre lobo es por la colaboración de Stephen King con un grande de la ilustración del terror como fue Bernie Wrightson. En más de una ocasión he hablado de este artista debido a sus adaptaciones de Lovecraft, Poe y otras historias que aparecieron en revistas como Creepy. Además, cocreó La Cosa del Pantano, dotándole de la fuerza oscura que Alan Moore explotaría años más tarde, y daría rostro a la criatura de Frankenstein. Sin ningún lugar a dudas, cada vez que imagino al monstruo de Frankenstein lo hago con las facciones que le dio Wrightson ya fuese en su cómic con Steve Niles o en la versión ilustrada del clásico de Mary Shelley que, por cierto, como curiosidad, cuenta con prólogo del bueno de Stephen King.
En este caso, cada capítulo tiene una ilustración a doble página al comienzo y una pequeña al final, en blanco y negro, y un conjunto de imágenes a color que aparecen hilvanadas a la mitad de la novela. ¡Cuidado con estas últimas! Pueden llegar a destripar el libro al lector así que casi mejor ir directamente al final de la novela y después regresar a estas imágenes, aunque siempre sea una tentación disfrutar del arte de Wrightson (incluso cuando considero que funciona mejor en blanco y negro que a color).
El cine y los monstruos
Como curiosidad, a mediados de los ’80, poco después de la publicación del libro, El ciclo del hombre lobo fue adaptada a la gran pantalla en una película que, aunque pasó sin pena ni gloria, la considero bastante disfrutable. Ya hablé de ella en su día y sigo recomendándola para amantes del terror ochentero del estilo The Lost Boys o de la falsamente actual Stranger Things.
Aunque en España se tituló Miedo azul («Silver» significa «miedo» y «bullet» significa «azul», ¿no?), la historia es bastante fiel al libro… aunque está peor contada. Sin embargo, inventan algunos detalles que considero curiosos (que tío Al sea un borracho y nadie le crea ayuda a su relación con Marty, un chaval del que su familia pasa por ser discapacitado… Ay, los nostálgicos ’80) y otros muy… extraños (la silla de ruedas motorizada que tiene Marty gracias a su tío siempre me pareció una de esas insólitas locuras del cine de los ’80).
Hablé de la película aquí, por si te has quedado con ganas.
Cine y balas de plata
La película no es lo único que ha envejecido de una forma «rara». El libro también tiene algunas ideas que huelen un poco a rancio. Mientras que el trato de la familia hacia Marty me parece interesante (la madre, básicamente, lo culpa de ser discapacitado; su hermana de ser un mimado y su padre lo trata con condescendencia), el tema de King asesinando a una pobre mujer obesa o regodeándose en algunas muertes un poco al azar se me antoja como lo que es: un homenaje a la literatura de baratillo y poco más. Una lástima, porque cuando King quiere, puede ser perturbador y no simplemente chabacano.
En definitiva, que las ciento ochenta páginas de El ciclo del hombre lobo se leen en un santiamén, se disfrutan una barbaridad y se convierten en un divertimento para los amantes del fantástico. Eso sí, como si fuéramos hombres lobos bajo la luz de la luna, nos quedamos con hambre de más King y, por suerte, contamos con docenas y docenas de libros para saciar nuestra hambre. Bon Appétit!
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