El café de las leyendas de Travis Baldree: la falsa fantasía

Nunca me han gustado los libros que te pasan la mano por la cabeza y te susurran que todo te irá bien, mientras sabes que es una mentira. Siempre he preferido los libros con los que corres riesgos de salir herido, con cicatrices. Y es que la verdad duele y las mentiras son solo el sustento de aquellos que prefieren el conformismo que ver la realidad que les rodea.

Por tanto, esa «literatura cozy» que se está poniendo de moda últimamente con obras como El café de las leyendas es antagónica para mi perspectiva artística. Es decir, que si me das la opción de leerme uno de estos libros o tirarme por la ventana, seguramente te pregunte: «¿estamos muy alto?».

El café de las leyendas… hipsters

Los lectores que se refugian en esta literatura acogedora ponen como principal argumento su derecho a «sentirse bien» con una lectura. Es decir, ponen su ego por encima de todo y se convierte en ejemplo de nuestra sociedad, infantilizada, egocéntrica y deshumanizada en la que vivimos. Leemos novelas que nos hacen felices, compramos tazas de Mr. Wonderloquesea y decimos que todo saldrá bien, mientras vivimos en un infierno que haría palidecer al Leviatán de Hellraiser.

Si pensabas que los hipsters habían sido una plaga de 2010 o por ahí, me temo que dicha plaga se ha reproducido más que los Uruk-Hai que Saruman preparaba en las entrañas de Isengard. Y el problema es que aquellos bichejos gritones al menos eran carismáticos («dime, ¿quién es tu señor?»… «¡SARUUUUUUMAN!»). Porque los hipsters han sobrevivido y ahora han vuelto. Y con saña.

Crítica de El café de las leyendas de Travis Baldree: el problema de la autoindulgencia en el fantástico. Share on X

Así que nos toca una época de comedias tontorronas sin ningún atisbo de verdad. No pensemos en grandes obras de este género, sino pensemos en comedietas que cubren el espacio no de las carteleras de cine, sino de las sobremesas de las cadenas privadas de turno. De ahí que El café de las leyendas no deje de ser la historia de una orca (hembra del orco, lo otro habría sido más interesante) que tras años con una banda de cazarrecompensas se hace con una joya y decide utilizarla para abrir su propio café.

Y ya está. No esperes más.

Uruk Hai carne en el menú
¿El meme que sirvió de base para El café de las leyendas?

La literatura meme

En este aspecto debo decir que me resulta frustrante como una premisa que juega entre el meme y lo brillante acaba convirtiéndose en algo anodino. Es mi defensa de que un buen autor puede hacer magia con una idea: magia de la buena o magia de la chunga que echa todo a perder.

Hace poco, hablaba de Guía del club de lectura para matar vampiros y de la literatura meme de Grady Hendrix: ideas absurdas a las que un autor le saca un poco de su jugo para llamar la atención y vender libros. ¡Y le va bien! Así que olé por ti, Grady.

Hendrix suele ser un autor que al menos tiene alguna idea interesante, pero cae en este redundante vacío de las ventas e incluso de forzar la maquinaria para crear libros tan llamativos como en su día lo fueron las obras pulp. ¿El problema? Tienen fecha de caducidad y acabarán en ferias de a saldo, como las novelas de Christopher Moore.

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Lo siento si esta crítica te ha sonado a tu cuñado el que te dice que espabiles, que tienes poca calle y la vida te va a comer, pero… es que espabila, tienes poca calle y…

Así que sí, me repelen los libros meme igual que las pelis meme, como esa Heidi que se enfrentaba a fachas o esos osos que deciden que lo mejor que pueden hacer es aspirar hasta las rayas de la autopista. Es gracioso, pero, tras veinte minutos, cansa. Como una película de Sharknado.

En El café de las leyendas tenemos lo mismo, ingredientes simplistas para convertirse en la comidilla de Goodreads, Instagram, TikTok o cualquier red social enfermiza de eso que se llaman «booktubers» o lo que sea. Por cierto, consejo de viejo mago: si en la portada de un libro dicen que es tendencia en TikTok, ha revolucionado TikTok o TikTok se comió a tus gatitos, ¡HUID, INSENSATOS!

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El café de las leyendas, uno de los éxitos literarios de las redes sociales, es también una de las grandes decepciones del año.

Una premisa perdida

Y la segunda opción (la de haber sacado oro de esta idea), es posible, pero hay un contratiempo: para ello deberíamos haber contado con el genio de un autor como Terry Pratchett, padre del Mundodisco, pero sir Terry es irrepetible, aunque a algunos les cueste creerlo. Cada año que pasa, se le echa más de menos. Mientras leía El café de las leyendas pensaba en lo que un escritor brillante como Pratchett podría haber hecho con esta premisa, mientras que Travis Baldree se conforma con hacer un abecé que suena a ya conocido y que es fruto, cómo no, de esos maratones de escritura conocidos como NaNoWriMo.

Baldree podría haber aprovechado el escenario de una cafetería para reflexionar, burlarse y satirizar el cliché de las tabernas donde se reúnen los protagonistas de las novelas y los juegos de rol de fantasía… Tenía potencial para ello, pero se queda en «oh, mira qué cuqui esta cafetera que acabo de poner», «oh, mira, ¡han descubierto el chocolate!». Señor, por favor, suélteme el brazo.

De este modo, donde con Pratchett tendríamos reflexiones agudas sobre lo fantástico, completamente extrapolables a nuestra vida, como en la magnífica ¡Guardias! ¡Guardias!, en El café de las leyendas solo tenemos a orcas, súcubos, gnomos y otros seres que intentan caernos bien a medida que Baldree se conforma con escribir el guion de una mala serie de Disney Channel. No hay ni siquiera atisbo de la grandeza de propuestas fantásticas radicales como Gravity Falls o, por poner un ejemplo de la competencia, Hora de aventuras.

Hora de aventuras
¡Ponte tus mejores gafas de hipster, Finn!

¿Qué es el fantástico?

El fantástico debería ser un desafío. No hablo de que todas las obras deban ser Malaz y tengas que sacarte una carrera de seis años y dos másteres para entenderla, pero tampoco que tengan que ser tan inocentes como esas figuras de porcelana con damas del rococó que tenían nuestras abuelas en su casa. Incluso La princesa prometida o Stardust resultaban obras fantásticas que, en su clasicismo, eran maravillosas. Pero en El café de las leyendas encontramos una premisa llamativa a la que nunca se le saca partida más allá de algún destello de lo que pudo ser y jamás fue. Baldree prefiere impostar el final feliz a cualquier atisbo de realidad. A eso le llamo autoindulgencia.

Puede que el problema es que su autor solo ha tenido una idea buena y una idea buena no puede sostenerse sin ningún andamiaje más y menos cuando el estilo literario es tan, tan descafeinado. No esperes hallar una auténtica gran frase en este libro y, si crees haberla hallado, ponla a prueba: ¿podrían ponerla en una taza de Mr. Wonderloquesea y regalársela a tu prima la cursi? Si la respuesta es sí, mal vamos.

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Ojalá el libro hubiese sido tan prometedor como la portada.

Sin nada fantástico

Ni siquiera estoy seguro de que Travis Baldree sea un auténtico seguidor de la fantasía. Más allá de algunos guiños de rigor a El Señor de los Anillos, no hay nada subversivo como lo visto en Vox Machina o Dragones y Mazmorras. Ni siquiera hay una reflexión sincera sobre el género y su significado. Solo se molesta en hacerlo todo acogedor, con ese falso buen rollo que lucen las pizarras pintarrajeadas de la cafetería hipster de turno, porque sí, me temo que todavía quedan hipsters en el mundo.

No hablo de que la fantasía deba resumirse a batallas y sangre, como en el grimdark. Ya la gran Ursula K. Le Guin hablaba de cómo consideraba que el abuso de estas en el fantástico hablaba de la pobreza de ideas del género y, por ende, de sus autores. Pero la autora de Terramar hablaba de la responsabilidad del autor y Baldree se conforma con crear el equivalente a un rollito de canela que te susurra al oído que todo irá bien mientras te hundes en arenas movedizas.

El-Hobbit-Goblin
Me siento más sucio que el moñeco… el rey goblin de El Hobbit por hablar de Tolkien, Le Guin, Pratchett y demás en la reseña de este libro que es tan cozy que es mejor que lo escondas debajo del petate de tu abuela que huele a coles de Bruselas (¿el petate, tu abuela o el libro? ¡Elige tu propia aventura!).

Conclusiones

Ni el arco de redención de Viv ni su relación con una súcubo, ni los alegatos contra la discriminación o la defensa de que todos podemos cambiar (ideas interesantísimas) sirven para esta historia que se conforma con ser una de esas tazas de chocolate caliente a la que le echan tanta nata y azúcar que acaba produciendo arcadas a la vez que te sube el azúcar a unos niveles que hacen que sea recomendable tu ingreso.

Así que quien busque un libro que sea el equivalente a tomarse un café por el que le van a sacar un ojo y un dulce de un par de días, pero con buen aspecto para sacarle una foto y colgarlo en Instagram, tiene El café de las leyendas de Travis Baldree como ejemplo perfecto de libro que sirve para hacerle fotos y cosechar me gustas. Quien busque un libro de verdad, que lo haga en otra parte.

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