Reseña de «Las cosas que perdimos en el fuego» de Mariana Enríquez

«Pensé que podía tener algo de razón. Que no era la princesa en el castillo, sino la loca encerrada en la torre».

He devorado en dos días Las cosas que perdimos en el fuego, una colección de relatos de terror escrita por Mariana Enríquez que nos demuestra que el español puede ser el idioma para el fantástico. Tras cerrar el libro, afirmo que estamos ante uno de esos libros que no pueden faltar entre las lectura de los amantes del terror.

Conocida por Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez es una periodista y escritora argentina que ha brillado con otras colecciones como Los peligros de fumar en la cama. En 2016 se publicó en nuestro país Las cosas que perdimos en el fuego, colección que ganó el Premio Ciutat de Barcelona 2017 y que sirve como obra perfecta para aquellos que quieran iniciarse en el mundo de Enríquez.

Igual que recuerdo cuando empecé a leer a autores que me han marcado como Ray Bradbury, creo que me acordaré en el futuro de cuando empecé a leer a Enríquez. Tuve la suerte de escucharla en el pasado Celsius y me quedé con ganas de leer más de ella tras Ese verano a oscuras. Sin duda, es una de esas escritoras que deberíamos celebrar dentro del panorama fantástico de nuestras letras.

En Las cosas que perdimos en el fuego tenemos doce historias que exploran los miedos reales e imaginarios de varias generaciones, pero también exploran los propios demonios que nos acompañan a cada uno de nosotros. Si estás dispuesto a descubrirlos, no podrás dejar de leer.

Una galería a la oscuridad

Uno de los aspectos más importantes de la prosa de Mariana Enríquez es cómo es capaz de filtrar su vida en sus relatos. Su primera novela, Bajar es lo peor, surgió del deseo de escribir una historia que quisiera leer, pero también narraba parte de su adolescencia, sumergida en la noche y en las drogas.

Haciendo un repaso por los cuentos, puedo decir que no hay ninguno malo y varios son candidatos a ser recontados y convertidos en leyendas que pueblen nuestro imaginario colectivo. A continuación, reviso cada uno de ellos:

Realidad y ficción

En el cuento Los años intoxicados asistimos, a través de varios años, a la vida de dos amigas marcadas por la pobreza del país, el consumo de las drogas y cómo su vida se va convirtiendo en un infierno. Hay mucho de Ese verano a oscuras y también de esa concepción de que el terror no necesita de seres sobrenaturales para tener monstruos.

Hay atisbos de verdad en todos los cuentos, aunque a menudo haya monstruos o seres extraños en sus páginas (acaso, ¿no los hay en la vida?). Dos cuentos donde encontré mucho de realidad fueron Fin de curso y Nada de carne sobre nosotras. El primero trata de la enfermedad mental, sobre unas colegialas que tienen una compañera que sufre una enfermedad mental que la lleva a automutilarse, pero ¿y si no es una enfermedad? ¿Y si hay algo más? El segundo trata la enfermedad también física, es sobre una joven anoréxica que encuentra un cráneo al que llamará Vera (de Calavera) y se convertirá en su amiga, viéndola como un espejo al que parecerse. Ambos son magistrales.

Como suele ocurrir con muchas escritoras, las obsesiones de Enríquez se repiten a lo largo de su carrera y esto podemos verlo en ese clásico que es La casa de Adela. En este cuento tenemos muchísimo de casas encantadas, pero también de la deformidad física, del pasado, de los sueños y de la profanación de la realidad. Dos hermanos pequeños y una niña con un brazo destrozado viven contando historias de miedo hasta que descubren una casa abandonada que parece contarles histoprias. Este relato funcionaría más tarde para Nuestra parte de noche.

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En Las cosas que perdimos en el fuego (al igual que en otras obras de la escritora) aparece Argentina devastada por la oscuridad, la pobreza, el pasado, los cortes eléctricos, el calor sofocante…

Ambiente y sentimientos

La atmósfera es crucial también en Las cosas que perdimos en el fuego. La ciudad devastada se repite en varias ocasiones, siendo un personaje más de El chico sucio. Nos recuerda a la parte hundida que describía Clive Barker en Lo prohibido, uno de sus cuentos más famosos de Libros de sangre y que sirvió de base para Candyman.

Como contraposición, Tela de araña se centra en la naturaleza, a la vez que en el desamor, la insatisfacción y el odio: a medida que un matrimonio se rompe, se rompe todo. Natalia, la vidente, cree haber visto un fuego espectral, pero ¿ya ha ocurrido o está por ocurrir?

La malicia también está vigente en Las cosas que perdimos en el fuego. El relato Pablito clavó un clavito está lleno de un terrible humor negro: un guía turístico que narra los asesinatos acaecidos en Buenos Aires recibe la visita del fantasma de uno de los asesinos más salvajes de la ciudad. A su vez, la vida con su esposa y su bebé recién nacido se va fracturando. La decisión final se clava en su alma y sugiere, más que cuenta, al estilo de la grandísima Shirley Jackson.

La melancolía también está presente en su obra. En Verde rojo anaranjado se nos habla de un joven que vive encerrado en su habitación, explorando los abismos de la deep web. Una joven nos cuenta cómo es su único nexo con el mundo a través de un chat de Internet. El desenlace, cercano a Vuelvo enseguida de Black Mirror, me hace pensar también en la sensación de congoja que impera al final de muchos de los cuentos de Objetos frágiles de Neil Gaiman.

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Mariana Enríquez se ha convertido en una de las voces más importantes del terror gracias a novelas como Nuestra parte de noche o colecciones de cuentos como Las cosas que perdimos en el fuego. | This image was originally posted to Flickr by Ministerio de Cultura de la Nación at https://flickr.com/photos/52498302@N08/52062948541. It was reviewed on 16 August 2022 by FlickreviewR 2 and was confirmed to be licensed under the terms of the cc-by-sa-2.0.

Homenajes y llamas

El homenaje más evidente de Las cosas que perdimos en el fuego está en Bajo el agua negra. Es una mezcla de la pobreza, la contaminación y la injusticia tratados en los cuentos de Enríquez, pero incluyendo el horror primigenio de H. P. Lovecraft, de un modo similar a como se presentaba en la majestuosa Providence de Alan Moore.

Siguiendo una temática lovecraftiana, aunque aquí más cercan a las mutaciones y la degeneración de la especie, tenemos El patio del vecino. Una joven se muda con su pareja y su gata a una casa desde la que puede ver el hogar de su vecino. El terror se apoderará de ella cuando vea a un niño encadenado que parece pedir ayuda. ¿Podrá ella, marcada por un pasado en el que no pudo ayudar a los inocentes, socorrer a este crío y salvarse?

Las cosas que perdimos en el fuego, el relato que da nombre a esta colección, denuncia el machismo, pero es también un cuento sobre siniestras epidemias que nos llevan a pensar en aquellas descritas por el mangaka Junji Ito en sus relatos terroríficos.

Las cosas que perdimos en el fuego
Las cosas que perdimos en el fuego es una de esas colecciones de cuentos que tenemos que reivindicar como todo un logro del fantástico.

El poder del terror

La voz de Mariana Enríquez se alimenta de leyendas urbanas y de cuentos tradicionales, de las drogas y la contracultura, del pasado y la represión en Argentina. A su vez, vemos el influjo de autores como Elizabeth Braddon, H. P. Lovecraft, Shirley Jackson, Richard Matheson, Stephen King, Clive Barker, Neil Gaiman… Mariana Enríquez es digna heredera de todos ellos, pero lejos de hundirse, su tono y estilo persiste.

Uno de los grandes logros de Enríquez es su capacidad para transportar el horror a nuestras vidas. En varias charlas y columnas, Mariana Enríquez habla de cómo descubrir a Stephen King la marcó por cómo el creador de Pennywise traía los miedos sobrenaturales al mundo real. Enríquez lo hace en Las cosas que perdimos en el fuego. Desde la dicatura argentina pasando por la pobreza, las parejas rotas, el machismo, la desesperación, las drogas o la pérdida, la escritora nos deja ver las sombras de nuestra realidad.

No obstante, por suerte, no desligitima el poder inmenso del fantástico. Con esto quiero decir que Enríquez no hace una mera alegoría intelectualoide sino que evoca la grandeza de todo un género (su capacidad para hacernos imaginar) y lo plasma con acierto en nuestro idioma.

 

El estilo de Enríquez

Nuestra lengua parece vivir marcada por esa idea de que Miguel de Cervantes, al «repudiar»  al fantástico con su Quijote, recogía el desencanto de los españoles hacia la fantasía y nos condenaba así al realismo. Una idea que es más bien un prejuicio y, como todo prejuicio, reduccionista. Aceptar esta versión de nuestro idioma sería olvidar a José de Zorrilla, José Cadalso, Gustavo Adolfo Bécquer, Pedro Antonio de Alarcón, Pilar Pedraza… y es olvidar la riqueza del español de allende de los mares que ha trabajado con el fantástico: Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges… Y sería obviar la obra actual de Mariana Enríquez, un faro con el que podemos guiarnos los autores del fantástico.

La autora bonaerense no sacrifica sus raíces ni su estilo ni su forma de escribir en ningún momento. Por ejemplo, las descripciones poseen metáforas vívidas para causarnos la incomodidad, el sufrimiento o el miedo de sus escenas. A menudo, los diálogos se reproducen sin raya para recordarnos a la familiaridad de una confesión en voz alta. Y es que muchos de estos cuentos recuerdan a insólitas y perturbadoras confestiones. Puede que uno de los puntos fuertes de su obra es posiblemente eso: cómo la autora es capaz de hacernos creer en lo increíble.

Como reflexión, el uso del español de Argentina sirve para dibujar bien la realidad de la obra. Leer a los hablantes del español del continente americano siempre es enriquecedor. Espero que eso no lo hayamos olvidado tras el ya lejano Boom de la Novela Hispanoamericana. Como curiosidad, al ser canario (con toda la influencia que Hispanoamérica ha tenido en nosotros) encuentro a veces más cercano el modo de escribir de artistas como Enríquez. Además, la lectura variada de nuestro idioma le permite crecer. Cada modo de hablar, escribir y leer es un modo de captar la realidad, pero también el fantástico.

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Las cosas que perdimos en el fuego es una colección de relatos que deslumbra por su atmósfera inquietante.

Conclusiones

Publicado por Anagrama, Las cosas que perdimos en el fuego bien podría ser uno de los títulos de editoriales como Valdemar, más centradas en el terror. Sin embargo, si al publicarse con un sello como Anagrama se acerca la obra a un público mayor que quedará deseoso de leer más del género, sea bienvenido.

Sobre la edición, solo he echado en falta una cuestión. Stephen King que los posfacios donde los escritores relataban el origen de los cuentos de sus colecciones solo interesaban a futuros escritores, pero pienso que puede resultar interesante también al lector de a pie. Las cosas que perdimos en el fuego carece este paseo por la trastienda, seguramente porque se ha preferido que los relatos cuenten por sí mismos toda su historia y no haya nada más. Y aunque entiendo la decisión, eso no evita que quiera saber más de estos cuentos.

Y es que uno jamás abandona del todo la oscuridad de las sombras que rodean las llamas de Las cosas que perdimos en el fuego, pero tampoco el resto de la prosa de Mariana Enríquez y el resto del oscuro séquito de los creadores del terror.

«No te hagas la estúpida. Nunca fuiste estúpida. Los policías empezaron a tirar gente al agua porque ellos sí son estúpidos. Y la mayoría de los que tiraron se murieron, pero varios lo encontraron. ¿Sabés qué viene acá? La mierda de las casas, toda la mugre de los desagües, ¡todo! Capas y capas de mugre para mantenerlo muerto o dormido: es lo mismo, creo que es lo mismo el sueño y la muerte. Y funcionaba hasta que empezaron a hacer lo impensable: nadar bajo el agua negra. Y lo despertaron. ¿Sabés qué quiere decir: «Emanuel»? Quiere decir «Dios está con nosotros». De qué Dios estamos hablando es el problema».

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