Hace unas semanas, mis alumnos me preguntaron que para qué servía la materia de Filosofía. Donde algunos docentes verían agravio y drama, yo veo a chavales que desarrollan su propio espíritu crítico para preguntarse el porqué de las cosas. Y de eso, entre otras cosas, va precisamente la Filosofía. También va de someter a debate ideas que surgen a medida que avanzamos o creemos avanzar.
Cualquier idea de progreso supone un continuo conflicto entre antiguos y nuevos ideales. Si bien se puede debatir si la idea de «progreso» es real o solo un convencimiento deudor de los ilustrados, cabe pensar que las nuevas tecnologías han supuesto para nosotros un terreno para dudar, reflexionar y cuestionar… y hacernos creer que seguimos en vez de detenernos o retroceder.
En tiempos de San Junipero
Uno de los puntos fuertes del género fantástico, sobre todo de la ciencia ficción, es su capacidad para hacernos imaginar cómo será el mañana.
En La vista desde las últimas filas, Neil Gaiman compartía un ensayo donde hablaba sobre cómo el gobierno chino había incentivado la ciencia ficción tras descubrir que la mayoría de los creadores tecnológicos de Silicon Valley eran aficionados a esta. La capacidad de repensar nuestra realidad es fundamental, siempre lo ha sido.
La serie Black Mirror de Charlie Brooker ha generado muchas veces el terror, la incomodidad o la duda a través de sus argumentos sobre cómo la tecnología nos influye. Sus capítulos abarcan diversas problemáticas vinculadas a la parte más oscura del ser humano, a menudo potenciada por la tecnología. Lejos de quedarse en la idea del «viejo que grita a las nubes», encontramos acertadas metáforas del futuro más o menos lejano para discernir sobre nuestro presente.
Uno de mis capítulos favoritos de la serie es San Junipero. Lo es porque durante semanas me dejó preguntándome sobre la posibilidad de que, cuando muramos, en vez de ir al cielo (si es que existe), vayamos a la nube, pero no a una nube de carácter religioso o «real», sino a una distinta: una nube de datos, cifras y algoritmos.
Mis preguntas al respecto eran variadas. Al morir, ¿aceptaríamos seguir existiendo en un cielo a nuestra imagen y semejanza? Es decir, ¿permitiríamos que aquello que somos, quizá nuestra alma, permanezca en un servidor durante el resto de la eternidad?
¿Y si falla? ¿Y si al ir a ese cielo 2.0 no podemos reunirnos con nuestros seres queridos tras la muerte? ¿Y si renunciamos a algo parecido al cielo 2.0 esperando atisbar una auténtica visión del cielo, pero este no existe? ¿Y si estar eternamente en un servidor acaba transformándose en una tortura, un cielo transfigurado en un infierno 2.0?
Nuestra META
Durante los últimos meses, Facebook ha hecho publica su idea de crear el Metaverso. Aparte de los consabidos anuncios (una forma de vender humo y limpiar su imagen, bastante dañada en los últimos años), se han comentado las posibilidades de este submundo dentro del ya de por sí submundo digital. Muchos hablan de revolución, otros hablan de un experimento que quedará fallido. El tiempo dirá.
En este tema otros vemos una oportunidad para el debate: ¿por qué vivir vidas ficticias en vez de reales? ¡Como si acaso, fuera nuevo! Puede que lo sea el soporte, pero no lo es la idea. Es más, parece inherente al ser humano. Hay mucha gente que juega a Los Sims, hay mucha gente que escribe sobre personajes ficticios… Nosotros mismos creamos nuestra propia realidad a partir de recuerdos que, quizá, se modifican a través de nuestra propia apreciación de los hechos.
¿Nos deshumanizará Meta? Buena pregunta, pero también cuestionable. ¡Lo decimos como si ser «humano» fuese algo bueno…! Puede que no podamos «deshumanizarnos» porque nunca hemos sido humanos y si lo somos, puede que ser humano nunca haya sido el culmen de la creación, que «ser humano» no sea igual a «ser bueno». Ya nos advirtió sobre eso Bradbury, pero quizá no estábamos ahí para escucharlo.
Una nueva vida
Lo que sí está seguro es que podríamos plantearnos que quizá en un futuro lejano, los mundos digitales podrían albergar las mentes y los recuerdos de personas que no han podido vivir una vida.
Igual que hay personas que viven postradas en camas y han encontrado una vida a través de Second Life, ¿por qué no hacerlo a través de Meta? Este es el caso de Nanci Schenkein, enferma de esclerosis múltiple, que encontró en Second Life un modo de continuar su vida.
Esto nos conlleva el consabido debate de si podríamos decir adiós a nuestra vida o, directamente, si diríamos adiós a nuestros seres queridos. En el capítulo Vuelvo enseguida de Black Mirror se trataba este tema: ¿y si las personas que amamos nunca murieran gracias a una aplicación que crea una falsa versión de ellos?
Dar el paso
UNO de Nieves Delgado, editado por Cerbero, fue un regalo del compañero J. J. y abarca estas preguntas a través de la vida de Sasha, una investigadora del proyecto UNO.
En esta noveleta, asistimos a cómo el mundo está a punto de vivir una gran revolución cuando den su salto a una nueva nube que asimile las vidas de todos aquellos que quieran aceptar esta oportunidad.
Mientras conocemos a personajes dispares dispuestos a cruzar la frontera, Sasha descubre que su madre tiene una enfermedad degenerativa. Podría llegar a vivir en UNO con ella, pero su madre se niega. ¿Puede aceptar el adiós?
A su vez, ¿qué pasaría si el proyecto UNO fracasase? ¿Adónde irían a parar las «almas» de todas las personas que quisieron unirse a UNO?
Ya la tecnología ha empezado a inundar el mundo de la historia. UNO está ya vinculado a la tecnología, con implantes que, como Siri, acaban convirtiéndose en partes de nosotros mismos. ¿Podríamos decirles adiós a estos extraños ángeles de la guarda?
No obstante, en ocasiones, aceptar el salto no es solo un tema baladí, sino también un modo de poder obtener la vida que se desea: Sasha nació siendo hombre, aunque siempre ha sentido que es una mujer. En UNO podrá ser lo que tanto desea, podrá ser ella.
Aceptar la Caverna
Platón en su mito de la caverna hablaba del intento de liberarnos de las sombras y afrontar el mundo real más allá de la cueva, pero ¿y si quisiéramos quedarnos para siempre en la cueva? ¿Y si quisiéramos volver a ella? ¿Y si construímos un mundo a nuestra imagen y semejanza del que no queremos salir?
Ursula K. Le Guin hablaba de la imposibilidad de negar lo que realmente somos en Quienes se marchan de Omelas: una vez sabemos la verdad, no podemos olvidarla y solo nos queda abandonar ese condenado lugar cuya naturaleza siniestra ahora conocemos.
Sin embargo, el mundo digital nos sumerge en toda su vorágine y olvidamos el mundo que nos rodea. Puede que por eso la madre de Sasha desee huir de la ilusión que supone UNO. Nos pasamos horas y horas creando identidades en redes sociales cuando carecemos de nuestra auténtica realidad. Pero ¿no puede servir para que personas como Sasha logren cumplir con aquello que desean realmente?
Puede que los más optimistas afirmen que, en el fondo, todos hemos vivido siempre en nuestra propia historia, en nuestra propia visión de la historia, y, acaso, ¿no todas las historias son ficticias?
Conclusiones
La liberación a través de un nuevo mundo y las dudas que conlleva esta revolución hacen que UNO se sume a la lista de las mejores novelas de ciencia ficción de nuestro país en las últimas décadas. No es solo lo que cuenta, sino también lo que cuenta y lo que deja en los espacios en blanco para que nosotros completemos.
Si a esto sumamos la capacidad de Nieves Delgado para evocar la ciencia y las funciones cerebrales con la misma fuerza poética con la que trata el día a día de sus personajes, UNO es una lectura obligatoria para todos los amantes del género.
Al fin y al cabo, llegará una época en la que nos preguntemos para qué sirve la Filosofía, cuando en realidad, el mero acto de preguntarnos eso, es una forma más del pensamiento…, aunque a veces los mundos digitales o reales nos distraigan del horizonte.
Así, afrontamos retos como pocas generaciones han afrontado antes. Nuestras armas son aquellas que hemos acumulado como especie a lo largo de los años y con ellas debemos decidir que herramientas tomamos. La cuestión es saber si estamos forjando nuestro propio cielo o nuestro propio infierno, pero, acaso, ¿esa no ha sido la eterna constante de nuestra especie? Lo ha sido, lo es y lo será.
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