Edgar Wright es uno de esos directores que, poco a poco, ha ido construyendo una filmografía de lo más interesante, sobre todo, porque su voz está patente en cada película que ha dirigido. Desde sus comienzos con Shawn of the dead (y la trilogía del Cornetto) y pasando por joyitas nerds como Scott Pilgrim o muestras de puro ritmo como Baby Driver, siempre hemos sabido que estamos ante una película suya y lo vuelve a hacer con Last night in Soho.
La última noche de Edgar Wright
El terror de Dario Argento y de la Hammer y el cine de terror inglés de los ’60 se dan la mano con una premisa que parece salida de un capítulo de Doctor Who: la joven y apocada Eloise parte a Londres para estudiar Diseño de Moda, dejando atrás a su abuela, sus crisis mentales y los recuerdos del suicidio de su madre. Y ese es solo el inicio de una pesadilla con döppleganger incluido.
Una vez llega a la ciudad, la joven se cruzará con la decadencia londinense que, progresivamente, la irá cambiando… hasta que llega a una pequeña casa con una habitación en alquiler. Será en esa habitación, marcada por las luces de neón del exterior, donde vivirá una nueva vida. La sombra de películas como Repulsión o The tenant de Polanski está también presente.
Cada noche, Eloise vivirá una nueva vida como la cantante Sandie, que llega en los años ’60 a Londres para convertirse en cantante. El representante Jack pronto se convertirá en su sombra. Y lo que parece un sueño acabará convirtiéndose en una pesadilla cuando Eloise comprende que la nostalgia del pasado solo es una droga que puede destruirla cuando descubra la verdad.
Y todo eso en una película que aunque no se basa en ninguna obra previa (un milagro), toma varias influencias que el guion de Edgar Wright y Krysty Wilson-Cairns no ocultan.
Suspiria
Con el estilo visual de la maravillosa Suspiria y los delirios de la fantástica Paprika de Satoshi Kon, Edgar Wright se apoya en la fotografía de Chung Chung-hoon (Stoker, Oldboy) y en una banda sonora repleta de temas de pop de los años ’60 (véase el tema que le da título a la película o Eloise de Barry Ryan, que da nombre a la protagonista).
Sobre el tema de la música, merece su propio apartado por cómo funciona para la narrativa. Por ejemplo, la inclusión de un tema posterior a los ’60, como lo es Happy house de Siouxsie and the Banshees supone una maravillosa ruptura de la trama. Pocos directores son capaces de combinar de un modo tan excepcional el montaje y la música para narrarnos la caída de su protagonista.
Si a esto añadimos a dos actrices hipnóticas como Anya Taylor-Joy como Sandie (asombrosa en su escena cantando Downtown) y Thomasin McKenzie como Eloise la película se vuelve un deleite para todos aquellos que amamos el género fantástico. No podemos tampoco relegar a Matt Smith como el tétrico Jack, Terence Stamp como un misterioso personaje que seguirá a la protagonista y tampoco a la magnífica Diana Rigg en su última película antes de que falleciese, como la propietaria de la casa donde se hospeda Eloise.
Temáticamente, Last night in Soho toca las teclas perfectas para convertirse en una representación de un tópico clásico como es el vita somnium. ¿Es la vida un sueño? Ya se lo preguntó el gran Calderón de la Barca y el ser humano sigue repitiéndose esa cuestión. Edgar Wright también lo hace en una clave que recuerda al fantaterror.
El film no obvia el aire de denuncia cuando se centra en cómo la mujer sufre el machismo y los abusos de una sociedad que queda desmitificada ante una Eloise que creía en un pasado idílico que, en realidad, nunca existió.
Every night I’m there
Como ya hiciese Argento, más allá de los juegos de luces, su terror se impregnaba también de aquella violencia de grand guignol y, al situarse esta historia en Londres, podemos pensar en uno de los precursores del penny dreadful (la guionista de la película guionizó la serie que llevó este título): Sweeney Todd, célebre historia que quedó inmortalizada en el musical de Stephen Sondheim y la adaptación de Tim Burton.
Además, otra característica que rescata con acierto Wirght es el tema de la sexualidad. Eloise evoluciona en este aspecto a lo largo de la película, encontrando en sus sueños una liberación. Y, a su vez, vemos también estéticamente un cambio en el personaje, pasando de ser esa chica que viene del campo a una copia de Sandie para luego convertirse en una gótica tardía que intenta escapar de su propia pesadilla.
El único elemento que me ha chirriado es el cliché del magical negro, ese estereotipo en el que un personaje negro secundario tiene alguna especie de conexión mística, y que vemos insinuado con el personaje de con el tema del personaje de John (Michael Ajao).
Conclusiones
Puede que el desenlace de Last night in Soho sea esperable (el propio Wright muestra sus cartas segundos antes de confirmar lo que en realidad ha estado oscurriendo), pero hay dos mensajes interesantes: uno, que al pasado no debemos volver ni para coger carrerilla; dos, que la heroína no debe recurrir a la violencia de los hombres para estar en paz con sus propios fantasmas, que van más allá de aquellos que provienen de la muerte.
Más «juguetona» resulta una última escena donde no sabemos si estamos ante un sueño o ante la realidad, pero lo que sí que nos deja con una pregunta cuando vemos ese último espejo, ese último guiño.
Y más allá de los simbolismos, tenemos a un Wright en estado de gracia también a la hora de maravillarnos: hay multitud de trucos que me recuerdan a aquel cine que cada vez se da menos, el que nos hacía preguntarnos ¿cómo han hecho eso?
Hoy parece que podemos responder a esta pregunta con «CGI», pero en Last night in Soho es más complejo. Hay un maravilloso plano secuencia en una escena de baile y varios espejos que no existen que nos hacen pensar en la genial coordinación de todos los implicados.
Y sí, es que hay magia en Last night in Soho. Pero también sueños. Fascinanción. Música. Ritmo. Amor. Muerte, Nostalgia. Noche. Y una maravillosa película.
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