Sobre presentaciones de libros y otros horrores lovecraftianos

Inauguramos una sección (y un nuevo enfoque para el blog) donde escribiré sobre… escribir. Más allá de la paradoja (y la función metalingüística; ¡gracias Roman Jakobson!), espero poder compartir experiencias, curiosidades, anécdotas del mundo de las letras, consejos de grandes autores, programas y aplicaciones que voy utilizando (Scrivener, Artbreeder), hechos interesantes… Estáis invitados a descubrir este apartado que comienza hoy con una historia sobre la trastienda del mundo literario y, por tanto, una historia de… terror. Sí, sí. Terror. Terror algo patético, pero terror. (No me hago responsable de los traumas (literarios) que cause. Advertidos estáis). Hoy hablaremos de… las presentaciones de libros.

Presentaciones de libros
Escritor hablando de su libro. Óleo sobre lienzo (hecho en Canva y Pixabay, porque Graphic Design is my passion y esas cosas).

Puede que la culpa la tengan las películas. O los videojuegos (sí, la culpa siempre es de los videojuegos, ¿no nos ha enseñado nada Estados Unidos y el tema de tirar balones fuera cuando hay un tiroteo?). Aquí, quizá la culpa está en los falsos oropeles del mundillo literario que vemos en países anglosajones, sobre todo en las películas, como comentó la escritora de misterio Arantxa Rufo en su Instagram hace poco. En Estados Unidos, al menos saben leer o fingen que saben leer muy bien, aquí somos más de películas… las películas que nos montamos para intentar pensar que nuestra vida es algo más que una sucesión de hechos sin sentido alguno.

«La presentación es útil para el autor, pero también para el librero: una firma con gancho atrae a público a su tienda. […] Su eficacia promocional depende de la difusión del acto (cuántas personas saben de la presentación) y de la competencia (qué otros actos se celebran el mismo día, a la misma hora, en la misma ciudad). […] Encajar bien la decepción: cada vez hay más actividades culturales que compiten por nuestro tiempo y es difícil atraer lectores a las presentaciones. Si tu acto no llena, piensa que ésa es la norma, no la excepción. Tómatelo con sentido del humor y no pagues el pato con el responsable de la librería: él o ella quería -como tú- que hubiera una buena asistencia». (Neus Arqués, Marketing para escritores: Cómo publicar, promocionar y vender tu libro, 2021:172-173).

La broma infinita (ojo, apuntar título para novela. Seguro que nadie lo ha cogido). Decía Carlos Ruiz Zafón que el mundillo literario estaba compuesto de un 90% de mundillo y un 10% de literario. Puede que por aquí, todavía menos, pero me sirve para arrancar esta triste narración sobre lo más triste de todo: ¿que te deje tu novia? ¿No encontrar trabajo? ¿Que tu vida sea un montón de vacíos que podrían llenarse de la más absoluta nada y tampoco lo notarías? No, la presentación de un libro.

El dramón de las presentaciones de libros

Cuando vemos presentaciones de libros en las películas, vemos a un montón de gente interesada por un libro y un escritor que se harta de firmar, mientras su agente va contando billetes. Pienso que es la única escena buena de Twixt de Francis Ford Coppola es aquella donde el protagonista, un escritor en horas bajas (interpretado por Val Kilmer), presenta un libro en un supermercado y nadie la hace caso. Cuando una mujer se acerca, él le dice que ha escrito el libro y ella, como si se sintiese asaltada por un asesino en serie, le responde: “¿enhorabuena?”. O algo así. Me gustó mucho ese momento, porque es tremendamente realista. Y puede que sea lo más parecido a la presentación de un libro en la vida real.

Hace poco, Fer Alcalá comentaba en un hilo su experiencia sobre las presentaciones literarias de sus obras. Eso me hizo recordar (como si fuera una experiencia en la guerra de Vietnam) mi última presentación de uno de mis libros, que tuvo lugar en un espacio digno para la cultura en nuestro país: un bar. Ycabo mal porque todo el mundo terminó borracho salvo yo. Y no vendí ni un solo libro.

Ah, y también me peleé.

Y lo peor de todo: me intentaron vender un seguro.

Bueno, todavía peor: otro escritor me intentó vender un seguro.

Ay.

Escribes libros de fantasía pensando que serán para todos los públicos, pero quizá, pese a los comas etílicos de los más jóvenes, ir a hablar de tu libro a un bar no es la mejor estrategia de marketing que se haya realizado.

Twixt-Francis-Ford-Coppola
El escritor de Twixt dándose cuenta de que alguien no ha muerto de muerte natural precisamente. No es la escena que he descrito, pero habla mucho (y bien) de la peli. Fuente.

El Capitán Lo Que Sea

Quizá deberían haber saltado todas las alertas cuando los minutos pasaban y se habían olvidado de anunciarme o de que hablaría durante el evento (mi sentido arácnido no cumplió con su cometido). Para cuando lo hicieron, me sentía como el típico señor que habla fuera de tiempo. Y me sentía avergonzado. Más que «síndrome del impostor» era síndrome de «señor, ¿qué hace aquí?».

El autor que había hablado antes, que había hecho una especie de parodia del Capitán… lo que sea, decidió que su presentación debía terminar con un chascarrillo. ¿Y qué mejor chascarrillo que utilizarme a mí como blanco? “Vaya, Carlos, se nota que no sabes vender tu novela”, me dijo con el mismo sentido del humor que el típico monologuista que no ha salido de las fiestas de su pueblo.

Pero puede que me saliese la vena vasca, porque acabé respondiendo más tarde que prefería escribir libros de fantasía para adolescentes en vez de seudoplagios del Capitán lo que fuese.

Nunca fui una persona muy sociable. Y continué.

El mundillo literario está lleno de tiburones, solo que los tiburones suelen ser más majos. No, ahora en serio, pido disculpas a los escualos  (pobres, años sin evolucionar y tener que soportar además que te comparen con el tío este). No se merecen ser comparados con el típico señoro que suelta chorradas en presentaciones a costa de otros que están empezando, porque claro, ellos son los amos del cotarro.

Aunque no los conozca nadie salvo los cafres de turno.

Y lo siento mucho por los cafres.

Y por los turnos.

Police
La SGAE entrando en la casa del Capitán Lo Que Sea. Fuente.

Melopea

Lo bueno de la presentación es que todos me miraban con los ojos enturbiados por la emoción, pero no de escucharme hablar, sino de la embriaguez. Una voz me decía en mi interior “tío, estás fastidiándole la copa de esta noche hablando de tus libros. Vete a casa”. Pero algo me decía que siguiese adelante. Y eso hice. Porque en las pelis es lo que se hace, ¿no? ¿NO?

Lo bueno es que aprendí que hablar sobre multiversos cuando toda la gente empieza a oler a alcohol, solo hace que seas la comparsa de una pequeña borrachera. Y aprendí un par de cosas:

  1. Aprendí que no hay nada malo en ser introvertido, por mucho que la sociedad te venda que tienes que ser extrovertido y ser como ella: es decir, vender todo.
  2. Aprendí que no siempre por estar en todos lados estás donde realmente debes estar. 
  3. Aprendí que cuando algo en tu interior te dice: ¿qué haces aquí?, las cosas no van bien. 
  4. Aprendí que no deberíamos caer en las patrañas de algunos gurús literarios que hablan de venderte a ti mismo con tal de vender tu obra.

Para cuando terminé, nadie se acercó a comprar ni un libro. Estaban todos guardando pasta para caer bajo los efluvios del dios Baco. Lo entiendo. Pero no vinieron ni para pedirme la hora, oiga. Regalé uno al dueño del bar. Imagino que lo estará utilizando de posavasos.

(Por cierto, la definición normal de «melopea» es «composición destinada a ser recitada con un carácter monótono y acompañada de música», pero también se denomina así a la «borrachera», porque se supone que los borrachos empiezan a cantar bajo el influjo de Dioniso, que se ve que se llevaba bien con las musas. Para que digan que no se aprende nada en este blog. Si es que…). 

Vagabundo-Escritor
He venido aquí a hablar de mi libro. Y a posar en fotos de Pixabay.

Seguro

Creo que ya lo he contado en otra ocasión, pero un escritor que conocí en ese evento me escribió meses más tarde. No era el Capitán No Me Denuncié Por Copyright. Era un chaval que (parecía) majo. Me dijo que si podía hablar conmigo y empecé a cavilar: ¿sería algún proyecto literario? ¿Sería una colaboración? ¿Sería algo que molase?

No, me quería vender un seguro.

Resulta que aparte de ser la nueva estrella canaria de las letras (oh), se dedicaba en su día a día a vender seguros.

Y solo había contactado conmigo por eso.

Y ya está.

La decepción que me llevé fue ahogada por una risa triste.

(Es todavía más gracioso cuando pienso que mi padre nos hizo un seguro de defunción cuando nacimos mis hermanos y yo, no fuera a ser que nos muriésemos pronto y no le saliese rentable esto de tener hijos. Gracias, viejo).

Michael Scott The Office
Mi cara mientras me vendían el seguro. Fuente.

Repensar

Hace un par de años, recuerdo haberme quedado impactado al ver cómo un escritor empezaba a criticar toda la literatura juvenil, diciendo cosas como que los chavales eran seres unineuronales y los libros que leían eran basura. Los palmeros de turno fans del autor le apoyaron, pero… Yo recordaba que él había escrito una trilogía para adolescentes publicada por una importante editorial. Se lo comenté. Y me dijo de mala gana que él la escribió por dinero y la editorial le hizo recortar muchos pasajes “adultos”.

Me acordé de que Neil Gaiman aceptó una vez escribir un libro sobre Duran Duran por la pasta que le daría, pero luego la editorial quebró, no cobró nada y se quedó con un libro que había escrito sin que le gustase y que no podría colocar en otro sitio. Gaiman afirmó desde entonces que intentaría escribir aquello que le gustase, porque, aunque quebrase la editorial antes de publicarlo y pagarle, al menos estaría orgulloso de su trabajo.

No era el caso de nuestro mercenario de las letras.

Recuerdo que las críticas de esas novelas fueron algo desastrosas, aunque a mí me gustaron esos libros. ¿Lo fueron porque los chavales eran unineuronales y no lo entendían o porque él solo escribió como un mercenario o porque la editorial cortó cosas? No lo sé, pero siempre he considerado que nunca hay que renegar de un público tan apasionado como lo es el juvenil. He escrito varias obras para ellos y me siento orgulloso de estos lectores. Ojalá hubieran estado más chavales en aquella presentación. Bueno, siempre y cuando no hubiesen acabado borrachos. Entonces no. No vaya a ser.

Puede que en estos tiempos en los que nos venden que los autores debemos ser seres orquestas, debamos replantearnos también dónde estamos y qué hacemos. Es decir, ¿realmente tengo que estar en todos sitios sin estar en ninguno? ¿Estar en varios, aunque esté en todos mal? ¿Presentar libros en tugurios donde lo que interesa es otro rollo?

En fin, triste. Muy triste.

Digresión

John Steinbeck, autor de obras como Las uvas de la ira o Al este del Edén, decía lo siguiente sobre los escritores reconvertidos en pequeños monos de feria ambulante:

«Los escritores están a un nivel ligeramente inferior al de los payasos y ligeramente superior al de las focas amaestradas».

Pienso que, aparte de que Steinbeck tenía que ser una delicia de hombre para salir de fiesta con él, hay cierta razón en lo que dice.

Desde hace años, suelo llevar una filosofía de decir a todo que sí, pero, en ocasiones, el mundo te recuerda que debes pensar más o te lo recordará a martillazos. Prefiero ir a institutos antes que a bares. Es una actitud positiva, sobre todo si, como en mi caso, eres profesor. A veces, también voy a institutos a hablar de mis libros. Todavía recuerdo aquel pequeñajo en Fuerteventura que, mirándome tras sus enormes gafotas, me dijo: «señor, ¿usted escribió Las Crónicas de Narnia?», mi respuesta fue: «Ojalá. No hice la catequesis». Es mejor eso a que te mire un señor bebido y te diga: «¿eh?» (la sangre de Cristo y esas cosas. Ya se sabe).

Haciendo memoria, aparte de mis visitas a institutos, solo disfruté de mi primera presentación en una librería (que se llenó hasta los topes y donde me sentí, dentro de lo que cabe, escritor). No he vuelto a repetirlo. Quizá prefiera atesorarlo en el recuerdo, aunque creo que hay que espabilar y los escritores deberíamos contar más este tipo de cosas, ¿sabéis?

Conclusión

Si fuésemos más sincersos y no fuéramos de estrellitas, puede que otros autores se atreviesen a hablar de cómo es realmente nuestra profesión. Puede que entonces aprendiésemos. Puede que entonces no tuviéramos tantas crisis ni tantos miedos. Puede que fuera mejor.

¿Y de dónde he sacado las ganas para hablar de esto? Agradezco a Chari, de Rincón Revuelto, y a J. J. de Los viajeros de la noche que me animasen allá por diciembre para hablar de esto. Si ha salido mal, la culpa es mía. Si ha salido bien, ha sido por ellos.

Como me dijeron mis estudiantes de Bellas Artes sobre los malos momentos: “sirven para hacer un mejor arco de personaje”. ¿Cómo no sentirme orgulloso de ellos? Creo que ellos sí son mis auténticos lectores y doy gracias de todas las personas que apoyan esta idea. Dudo de que algún día me ponga de nuevo a despotricar como aquel autor del que hablé, el Capitán Lo Que Sea (para despotricar ya tengo el blog). O a vender seguros. O a emborracharme en bares y hablar de multiversos. Al fin y al cabo, no podría traicionar a toda esa gente que ha creído en un omniverso lleno de chavales que sienten todavía que pueden cambiar las cosas. Ojalá los escritores también.

Oh mama
Prometí horrores lovecraftianos en esta entrada del blog y para que no quede como clickbait, he decidido añadir este gif surgido de lo más profundo de la terrible deep web. No, no quiero saber cómo sigue. Fuente.

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