Los protagonistas de Lo que hacemos en las sombras. Fuente. |
Si el vampiro sigue
fascinando tras siglos de existencia es por su capacidad constante para la
reinvención. Lo que hacemos en las sombras es la demostración de que, al igual
que pueden generar miedo o fascinación, el vampiro también puede provocar risas
si se le sume en la desmitificación necesaria.
Lo que hacemos en las
sombras es un falso documental donde unos pobres cámaras (con un gran pulso,
eso sí) siguen el día a día… perdón, la noche a noche de un grupo de vampiros
que comparten piso. Cada uno de estos quirópteros son un tipo de chupasangre
distinto: el nosferatu Petyr (Ben Fransham), el Drácula llamado Vladislav
(Jamaine Clement), el vampiro amoral a lo Lestat: Deacon (Jonny Brugh) y el
chupasangre anticuado, ingenuo y desfasado, Viago (el propio director, Taika
Waititi). Aparte de la sed de sangre, todos comparten algo más humano: que son
ridículos. A ello, junto a los guiños a filmes como The Lost Boys, se añade un
nuevo vampiro, acorde con estos tiempos, y su colega humano, que intenta
adaptar a los vampiros carrozas a nuestra época.
La cinta, por supuesto,
carece de melodramatismos (incluso con el tema de la anciana amante), con un humor (a veces) más o menos inteligente, alguna
broma vulgar y lo mejor: un aura desmitificadora con la que los vampiros se
carbonizan como churros de pescados, los vampiros viven traumatizados por su
ex, un chupasangre mangonea a su esclava humana y donde nadie acepta los
misticismos y el embrujo de la ficción, por mucho que se haga una Mascarada en
la Catedral de la Desesperación (que, en realidad, es un club de bolos) con
todos los monstruos neozelandeses: zombis, brujas, banshees, demonios…
Eso sí, se nota la espontaneidad (incluso en lo errático del montaje), ya que se rodaron unas dos horas y mucho material quedó en la sala de edición, prefiriéndose siempre lo improvisado. Porque sí, es una comedia, pero una de esas donde no se sabe si lo pasan mejor aquellos que la rodaron o los espectadores viéndola. Además, el final deja claro que tendremos una segunda parte dedicada a los hombros lobos maniáticos de no ser vulgares. Puede que volvamos a sonreír.
Puede que carezca de un
trasfondo que sí ofrecían otras series con el estilo de falso documental, como
la divertida The Office, o la mordacidad terrible de la bruta, soez y satírica
Borat, pero Lo que hacemos en las sombras es una respuesta interesante para una
pregunta que, acorde con la respuesta, a saber si nos hubiera gustado formular:
¿vale la pena ser un vampiro? Que cada uno de los vivos que vea este falso
documental, decida. ¿Vivos? Mejor dicho, premuertos.
Póster con la estética clásica de los filmes sobre vampiros: Lo que hacemos en las sombras. Fuente. |
Tiene muy buena pinta! Y me recordó a la brillante "This is Spinal Tap", pero dudo que sea tan buena (ninguna la supera jaja).
ResponderEliminarLos falsos documentales siempre suelen tener su gracia y series como The Office están entre mis debilidades personales. Ya me contarás, Kramer, cuando la veas. Un saludo y gracias. ^^
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