Las
historias guardan historias sobre cómo surgen y he decidido articular este
principio como si fuese una. Forma parte del Reto del Juntaletras para que, si alguien lo sigue (jaja), cuente alguna anécdota sobre cómo se concibió y qué significa esa historia. Como si fuera un prólogo sobre su origen y... ¿En serio tengo que explicarme? Digamos que es por eso y por mi don para aburrirme. En este texto
encontraréis espadas mágicas (más o menos), un submarino canadiense y una
declaración sobre cómo nos convertiremos en nada. Espero que os guste. O no.
Espero mucho siempre.
Sí, esta es una historia sobre espadas y algo más. // Imagen de dominio público. |
PREFACIO: Días azules
Una saga. Un libro.
Posibilidades infinitas. Imaginación dada al naufragio. Una espada, quizás,
mágica. Una tienda de segunda mano. Un viaje a ninguna parte. Mi historia.
Recuerdo que fue un día a
finales de noviembre. Era una tarde azul: cielo azul, lluvia azul, caminos azul
oscuro, gente perdida (también un poco azul, para no perder la metáfora). Me
habían regalado un Lego de Star Wars con un Boba y Jango Fett navideños (no
preguntéis por qué dos cazadores de recompensas celebrarían navidad en una
galaxia muy, muy lejana, ya lo he pensado yo y mi teoría incluye paradojas
temporales y bestias tipo Lovecraft). Era 2014 y no tienen mucho sentido estos datos, pero añadiré que estaba lloviendo, estaba triste y terminé en una
tienda de segunda mano.
CAPÍTULO 1: La TARDIS de segunda mano
Fruto de mi tardía adultescencia, me aficioné a ir a las
tiendas de segunda mano, porque son como máquinas del tiempo y, de pronto,
puedes estar en 1999, 2005 o 1960. Es como una TARDIS a pequeña escala. Y hay
un montón de cosas cutres que me encantan: discos capaces de hacer llorar a una
banshee o películas que hacen que se te derritan los ojos como a los malos de
Indiana Jones. En busca del Arca Perdida. Y, a veces, te encuentras con la cosa que no
sabes cómo ha ido a parar allí: una piel gigante de serpiente tipo basilisco
(Harry, te hubieras sacado unos euros vendiendo la de cierta enemiga, por
cierto), un submarino canadiense (porque sí) y una estatua gigante de un
cantante de jazz. No bromeo. Es en serio, he visto ese tipo de cosas.
Muchas personas van a las
tiendas de segunda mano en busca de una compra, una ganga o por curiosidad,
pero producto de mi mente dispersa, yo suelo pensar en quién fue su anterior
propietario. ¿Quién compró y vendió toda una colección de biblias del mundo?
¿Por qué alguien vendió su guitarra eléctrica? ¿Por qué hay una pierna
ortopédica? ¿Qué historias hay detrás de eso? ¿Hay alguna que merezca la pena
ser contada?
Una TARDIS como tienda de segunda mano sería interesante. Fuente. |
CAPÍTULO 2: Polvo al polvo
Mi visión más pesimista
del mundo (o, directamente, mi visión del mundo) es que, dentro de un par de generaciones (o menos), nadie nos recordará.
Tus sufrimientos, sueños, gustos, placeres, aciertos, errores… Tu vida, tan
importante para ti (y puede que para alguien más), será borrada como la huella de
una ola al romper contra la arena. No serás nada, no seré nada, no seremos nada. Ni siquiera serás un
recuerdo, seguramente, para tu tataranieto, si es que lo tienes. Por ejemplo,
yo no sé nada de mis bisabuelos por parte de padre. Solo sé un breve atisbo de mis bisabuelos
maternos. ¿Tatatarabuelos y cosas así? Nada. Y seguro que tuvieron historias
apasionantes, vidas con hechos dignos de ser contados, y les agradezco que
existieran por el hecho de que yo esté por aquí y mis padres, tíos, hermanos…, pero somos efímeros. Nadie nos recordará. Seremos borrados. Nuestros pesares,
miedos, alegrías… se perderán.
Y de ahí que, como una búsqueda de recompensa por lo que nunca será, esperase
encontrar algo mágico en aquellos objetos, una historia digna de ser contada.
Es como hallar la máquina de escribir de algún autor maldito, como Julián Carax
en La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón. Pienso que hay momentos que
merecen ser contados, vidas llenas de misterios que superan la ficción, y, a
menudo, solo los descubrimos en los velatorios: aventuras que nunca nos
contaron sobre el que se fue hasta que este se ha marchado. Y hallamos esos
hechos que pertenecerán en nosotros.
CAPÍTULO 3: Dance, magic, dance…
Mi mente es dada a
naufragar con facilidad y comencé a pensar: ¿te imaginas qué historias
encierran estos objetos? No es raro en mí. Recuerdo que, cuando solía coger más
la guagua (o el autobús), me quedaba en la estación, leyendo o viendo a los
desconocidos mientras esperaba que llegasen mis amigos. E imaginaba historias.
Ahí estaba aquel chico que le rompió el corazón a su novia, ahí estaba esa
suicida en potencia, ahí está ese anciano que espera a su hijo… Era mi ficción fidedigna, basada en hechos reales. Y practiqué aquello en la tienda de segunda mano, con los libros perdidos de alguien
que olvidó la razón en su ficción, con aquellas estatuas que eran ángeles de
piedra, con aquellos VHS que guardaban las reliquias de la condenación…
Pensé en una serie tipo
Doctor Who con una chica que se tiene que encargar de mantener el orden en una
tienda mágica de objetos de segunda mano. Sería una serie de trece capítulos
donde, aunque no lo parezca, todo convergen en el final de temporada. Habría
varios adolescentes y seres raros intentando salvar el mundo, amenazas gigantescas, aventuras
extrañas y todo sería posible. Maldita sea, hubiera pagado por ver esa serie. O
por leerla. No existía, pero… ¡Maldita sea! Algunas obras literarias nacen de la
frustración de un escritor que quiere leerla y no la encuentra.
CAPÍTULO 4: La espada que no fue
Y, un día, en una de esas
tiendas de segunda mano, encontré una espada. No era gran cosa y, seguramente, era más falsa que otra cosa, pero era una de las primeras espadas que veía e
incluso tenía dinero para comprarla. Acompañada de una tabla para colgarla en la pared,
aquella espada pálida, con empuñadura dorada, parecía guiñarme sus ojos
imaginarios. Nunca he sido un tipo de armas. Nunca he sido un guerrero. Solo un
tipo con fantasía, pero vaya, una espada sobre mi chimenea imaginaria de mi
agujero hobbit, cual Dardo. ¿Por qué no? Pero aparté aquella idea y me marché
con mi pareja.
Pero estuve toda la tarde
hablando de ello. «¿Y si es la espada de algún mago, que se ha perdido? ¿Y si
el mago murió de viejo y todas sus cosas fueron vendidas sin que supieran que
eran mágicas? ¿Y si esa espada tiene poderes? ¿Y si no los tiene, pero yo la
uso? ¿Te imaginas toda mi vida con una espada? Todo sería más épico». Si habéis
leído Devon Crawford y los Guardianes del Infinito, recordaréis que hay un
pasaje similar donde Gwen, la amiga de Devon, dice algo así cuando encuentra
una espada en la Tienda Infinita. Aunque muchos penséis que mi talante es más
cercano a la cínica Devon, también tengo esa ingenuidad de Gwen (un poco).
Recuerdo que, al final,
cuando me decidí por la espada, volvimos a la tienda en coche. Estaba
lloviendo, vehículos en doble fila, la policía no dejaba aparcar... Quedaban
quince minutos, entré como el viento… Y resulta que la espada ya no estaba. La
gente que trabajaba en la tienda de segunda mano ni la recordaba. En serio. Me enseñaron
una katana, pero tenía un aspecto… demasiado mortífero. Y sí, diréis: «es una
katana, ¡claro que tiene un aspecto mortífero! ¿Qué te esperas? ¿Que cuente
chistes?», pero me refiero a que la espada que me interesaba tenía esa belleza
naíf de espada de cuento de hadas. Y me largué.
Cualquiera diría: «otro
idiota compró la espada antes que tú», pero yo soy de esos idiotas que no
compra espadas, sino que imagina. ¿Te imaginas una espada que escapa? ¿Y si
alguien la recuperó para hacer el mal? ¿Y si has perdido tu oportunidad de que
esa espada te descubriese un submundo mágico? ¿Y si…? Esa última posibilidad
fue la que hizo pensar en un universo alternativo donde si la tendría.
¡Universos alternativos! Me encantaban y apunté la idea, pero la anécdota sobre
cómo incorporé todo eso a la novela la contaré en otro momento.
¿EPÍLOGO? Un principio
Sea como sea, no encontré
a Excalibur, a Hrunting o a Durandarte en esa tienda, pero, seguramente,
hallé algo que impulsó a escribir: una historia y me siento en deuda. Más de
dos años después de aquel viaje, esa aventura me entregó a Devon Crawford y los
Guardianes del Infinito (y la podéis leer aquí, coff, coff). Ha valido la pena
Tal vez entraste en una TARDIS, sin saberlo, camuflada. No necesariamente de El Doctor, sino de otro Señor del Tiempo.
ResponderEliminar¿Discos capaz de hacer llorar a un banshee? Eso despierta mi curiosidad. Tiene sentido porque se le atribuye a las banshees un lamento, que es presagio de muerte.
He leído sobre la psicometría, la capacidad de percibir aquello que estuvo relacionado con un objeto. Algo parecido pasa en un capítulo de Doctor Who, con Clara Oswald, donde el objeto con una inconmensurable carga emocional es una hoja, que cayó en el momento y lugar oportuno.
Hay un cuento de Borges, en que un duelo con cuchillos, que empieza por broma, termina con la muerte de uno de los personajes. Es que pertenecían a dos hombres que se odiaban y nunca pudieron enfrentarse, quedando su odio en las armas.
Volviendo al tema, interesante como te surgió la idea inicial
Saludos.
Ojalá que sí, de vez en cuando, una TARDIS o un giratiempos es más que necesario, incluso más que la responsabilidad de asumir los errores propios y ajenos.
EliminarSobre la banshee... Hmm, tengo alguna en mis historias, y está Nueve en Devon Crawford, la banshee de las dimensiones, pero vaya, que me haría llorar a mí también escuchar esas cosas.
Y bueno, sí, Alan Moore también ha tocado esa teoría en obras como Serpientes y escaleras, La voz del Fuego y creo que iba a jugar con ello en su nueva novela: los objetos y los lugares tienen memoria y nosotros somos solo la prolongación de ella.
En cuanto al tema de Borges, me apunto el título del relato.
Gracias por el comentario, un saludo enorme.