Doctor Who es… rara. Lo ha sido durante sesenta años y lo seguirá siendo. Y tanto sus creadores como los whovians estamos orgullosos de ello. Puede resultar difícil de entender para alguien que nunca se haya acercado a la serie de la BBC o no se haya enamorado de ella (te miro a ti, Tipo de la Brocha), pero es parte de la grandeza de nuestro Señor del Tiempo.
Podría pasarme varias vidas (con sus correspondientes regeneraciones) citando todas las cosas extrañas que ha han pasado en la serie. Monstruos monísimos surgidos de la grasa de las liposucciones (¡los adipositos!), el Doctor combatiendo a Robin Hood con una cuchara, una invasión de maniquíes, un chico cuya novia se convierte en una baldosa, niñas que pueden dibujar monstruos que se hacen reales, una versión de Amazon que no es maligna al 100%…
Y es que si algo es la serie británica es un cántico a la rareza y su nuevo especial, Wild Blue Yonder, lo es desde su propio título, un homenaje a una canción bélica que cobra un nuevo sentido en uno de esos capítulos donde Russell T. Davies juega con ideas básicas de la serie.
Viva lo raro
Primero, para mucha gente, Doctor Who aparte de ser rara (o bizarra, si se prefiere) es una obra que tiene muchos pasillos, donde todo se arregla con la TARDIS o con un destornillador sónico, y en la que suelen haber capítulos con pocos actores cuando, por ejemplo, no tienen más presupuesto.
Aquí Russell T. Davies decide subvertir algunos de estos prejuicios y le dice adiós a la TARDIS y el destornillador sónico, aunque mantiene los largos pasillos de naves varadas en medio de la Nada. Y para ello, nos plantea a unos enemigos que buscan tomar forma y evocan a algunos de los cómics más locos del Doctor (esos que edita Fandogamia en España).
A su vez, en Wild Blue Yonder se reflexiona sobre la identidad de Donna y el propio Doctor, y hace lo imposible: que llegues a plantearte revisar las temporadas de Chris Chibnall y su paranoia del Timeless Child, Flux y todas esas cosas que el propio showrunner reconoció que se olvidarían en cuanto se largase (¡lárgate, Chibnall, y no vuelvas!).
Es lo que tiene Russell T. Davies: te coge una idea que a priori no te gusta y hace que te guste.
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Y sí, Davies decide prescindir de dos de sus deus ex machina habituales en un capítulo que juega con elementos de su propia etapa (Medianoche tenía un “villano” que copiaba a los otros) y de Moffat (el capítulo de The Rebel Flesh), aunque, lamentablemente, no logre escribir un capítulo inolvidable.
¿En el apartado de lo positivo? En este episodio sí que da más tiempo para explorar la relación de Donna y el Doctor (algo que muchos echaron en falta de The Star Beast), pero la sensación de amenaza no es siempre tan potente como debería.
Incluso así, Tennant y Tate se las arreglan para marcarse un papelón gracias a su entusiasmo y sus habilidades interpretativas: solo hay que ver a ese Tennant que se viene abajo en el lúgubre pasillo donde se cuestiona quién es, y también una Tate que encarna a la perfección a una Donna abandonada.
¿Doctor Woke?
Por supuesto, en la última semana, muchos han llamado a esta serie de la siguiente forma: Doctor Woke… Vaya, el colmo de la originalidad. ¿No se dan cuenta de que Doctor Who siempre ha tenido ese aire extrañamente progresista, eternamente cambiante, como el propio Doc?
Es curioso, porque en estos siete días también ha saltado a la palestra el comentario del director Taika Waititi donde afirmaba que se moría de ganas de dirigir su película de Star Wars para «cabrear a un montón de gente». Pues parece que Russell T. Davies también se ha propuesto cabrear a gente con el prólogo de este episodio, donde tenemos un invitado sorpresa y un cambio en la línea temporal que a saber si es una semilla para alguna futura trama (al igual que cierta canción…) o solamente un gag similar al que vimos en el especial para beneficencia de este año, donde el Doctor acababa dándole (sin querer) nombre a los daleks.
En resumen, sin duda, mucha gente se cabreará al ver a un Isaac Newton de tez negra, pero… como dice mi hermana (toda una sabia): si te enfadas tienes dos problemas: enfadarte y desenfadarte. Y esta es parte de la gran rareza extraordinaria del Doctor Who.
Imaginación y monstruos
Aunque antes he hablado de la falta de presupuesto, no, no creo que aquí se les haya acabado, aunque sí se nota el abuso del croma o del Volumen tan popularizado por The Mandalorian.
Es irónico, pero pienso que Doctor Who funciona mejor incluso cuando sus restricciones monetarias son mayores. Les permite ser más creativos. Más allá de los villanos plasticosos, me refiero a soluciones como el papel psíquico o la propia TARDIS, que permitió ahorrarse la idea original de una nave capaz de cambiarse (su circuito camaleónico lleva demasiado tiempo averiado).
En el anterior especial me temí que quizá el presupuesto de Disney impidiese la “creatividad” que está tan ligada al Doctor, la misma que ha permitido también grandes capítulos con pocos actores, como el maravilloso Heaven Sent o Blink, capítulos que alejaban su óptica de los grandes espacios o tramas para centrarse en el propio guion y dar enfoques muy originales cuando ya fuese por dinero, por ajustes de rodaje (tener que rodar al mismo tiempo otros capítulos) u otras restricciones ponían a Davies o Moffat a trabajar con el máximo de creatividad (y que, extrañamente, solían dar así varios de sus mejores episodios).
Aquí, en Wild Blue Yonder, más allá del fallo de los efectos en algunos momentos (algo que es intrínseco -y encantador- al ADN de Doctor Who), tenemos solo a David Tennant y Catherine Tate lidiando con monstruos, misterios y preguntas, muchas preguntas. Y eso está muy, pero que muy bien.
Además, dentro de su rareza, Russell T. Davies se las arregla para homenajear a Stephen King y su novela Eso (IT), al menos en su adaptación cinematográfica más reciente. Primero, porque la amenaza de este capítulo se alimenta del miedo y, segundo, porque es capaz de tomar diversas formas (y puede convertir su cuerpo en un atroz ser gigantesco que no termina de entender lo que lo rodea).
Y pronto… ¿el final?
Por desgracia, el misterio de Wild Blue Yonder es endeble y pese a su estupendo cliffhanger en sus últimos minutos, los villanos no llegan a ser tan perturbadores como Pennywise, pero nos permiten disfrutar de un capítulo entretenido.
Wild Blue Yonder no llega a la altura de The Star Beast, aunque prepara todo para el tercer especial: The Giggle, donde el Doctor se enfrentará al Celestial Toymaker (uno de sus villanos más clásicos) y, seguramente, a una nueva regeneración, la quince, aunque si en algo es especialista Russell T. Davies, aparte de en salvar Doctor Who y la rareza, es en algo todavía más importante y elemental: sorprendernos.
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