Henry Cavill anunció en 2022 que abandonaba la serie The Witcher en su tercera temporada. Poco después, cuando habló de su adaptación de Warhammer, comentó cómo buscaba respetar la esencia del mundo que iba a recrear en la gran o pequeña pantalla. A esto se le llama «dar una puñalada» a la gente tras The Witcher y, visto lo visto, tampoco me extraña. Es más, lo que más me llama la atención es que el actor británico, fanático del Warcraft y de la fantasía, no se pirase antes y tener que sufrir que la serie que «adapta» los libros de Geralt de Rivia se haya transformado en un concurso de cosplay (solo que tiene pinta de dar más vergüenza ajena). Y para ello, basta con ver The Witcher: Blood Origin o la nueva cantamañanada de Netflix.
Espectacular descalabro
Había postergado bastante (no lo suficiente) el visionado de este homenaje a la serie de Hércules que se han «currado» en la plataforma de la N gigante, que igual te alberga seriones como Arcane o basura infecta digna de un reality show como… varios reality shows. Y lo que me he encontrado, pese a estar en plena euforia rolera tras ver Vox Machina y Dungeons and Dragons, es una de esas series de aventuras de fantasía que intentas que te guste, pero, aunque encuentres tolerable, sabes que está mal. Igual que atiborrarte a pizza o helado: sabes que te va a acabar matando, pero lo haces porque solo tienes una vida y morirte de un infarto es un precio barato en pos de la felicidad. Solo que esta pizza y este helado no saben tan bien y sientes que te atiborran como a un pato para hacer foie gras contigo.
Reseña de The Witcher: Blood Origin, demencional concurso de cosplay de Netflix Share on XTodo en Blood Origin está contado a tanta velocidad (y tan mal) que apenas te da tiempo de encariñarte de unos personajes que, en algún momento, puede (puede) que fueran interesantes. Alondra acaba quedando como un personaje impostado (¡canta tu canción, Alondra! ¡Venga!), Fjall como un señor que grita antes de convertirse en el doctor Jekyll de esa gran película infecta que es The League of Extraordinary Gentlemen y luego hay toda una caterva de personajes que me deberían importar algo, pero lo único que me importa es que se calle la pesada de la narradora. Eso sí, sorprende la potra que han tenido los creadores al contar con la ganadora de un Oscar, Michelle Yeoh (menos suerte ha tenido ella al contar con esto), y Lenny Henry, que ha decidido hundir su carrera gracias a Los Anillos de Poder y esto.
Yo creo, yo creo en las hadas
Yo quiero creer. Crecí leyendo obras como la Dragonlance, así que mi umbral para el fantástico es bastante grande. Dame nombres raros, como si hubiese aporreado un teclado, y ponme criaturas dignas de una campaña de rol, cuéntame algo medianamente decente y que me importe, y me lo pasaré bien. Como Mulder: ¡quiero creer! Pero es que en Blood Origin hay tantas escenas vergonzosas y cosas a medio cocinar que, incluso lo que me gusta, siento que se queda en terreno de nadie. Si te dan un banquete de basura, por mucho que te den en algún momento un buen plato, sigues comiendo porquería digna de la Fosa del Sarlacc.
¿Y lo mejor? Esa escena donde los héroes, con armaduras tochas, se cuelan como soldados en la fortaleza de los malos… malos que son todos elfos… malos que no se dan cuenta de que hay una enana disfrazada o una elfa negra con rastas que se parece mucho, muchísimo, a la elfa que han estado buscando durante toda la serie. Damas y caballeros, como diría el meme de Mikkelsen, esto… esto es cine.
¿Adaptación?
Al final, el guion se arrastra a tal prisa en algunos segmentos que las relaciones ni siquiera son aprovechadas y el resultado es que los personajes y la historia, lo que hubiera salvado su exiguo presupuesto, se queda en nada. Willow no será la mejor serie del mundo, pero al menos ofrecía una fantasía con unos personajes tan estupendos, tan carismáticos, que te lo pasabas bien. Aquí tienes elfos y enanos de todo género y condición, pero, salvo algún atisbo, todo es tan falso, tan apresurado y tan a destiempo, que sus cuatro capítulos logran la paradoja: hacerse eternos y, a la vez, no contar nada.
Convirtiendo la mala baba de Sapkowski en lo burdo, cabría esperar que al menos tuviéramos algo de épica. Sin embargo, entre que la banda sonora es anodina y los efectos especiales no están a la altura, nos quedamos con que la serie está muy alejada de aquella cinemática de The Witcher III donde se nos contaba como el cataclismo de las esferas forjó un nuevo mundo. Aquello lo que recuerdo como algo épico, como un gran momento del videojuego que tomaba los libros de Andrzej Sapkowski y, aun con libertades, los adaptaba bien. Aquí lo que queda es un desaguisado que ni siquiera alcanza el tono weird que me hizo perdonarle todo a aquella cosa que fue El Libro de Boba Fett.
Vergüenza ajena
En 2022, tuvimos otra precuela de una serie de fantasía: La Casa del Dragón. Compararla en algo con Blood Origin me da vergüenza. Es como decirle a alguien que le han dado una paliza que podría haber sido mejor si al menos hubiese entrenado en la Sala del Alma y el Tiempo de Dragon Ball. Es que son dos divisiones tan distintas que es como comparar a un equipo de primera con uno de regional, solo que con menos corrupción. Quizá sea más honrado compararla con Los Anillos de Poder, porque ambas comparten esa idea de «vamos a destrozar un clásico», solo que con la serie de Amazon es todavía más sangrante.
Así que, mirando atrás, el resultado es evidente. Lástima que, tras una primera temporada correcta y una película de animación que cumplía, The Witcher haya naufragado con su segunda temporada y con esta serie derivada que, lejos de aportar algo al mundo de Geralt de Rivia, lo que ha hecho es confirmarnos una cuestión: que Netflix es experta en estropear adaptaciones de fantasía y que las convenciones de cosplay, cuanto más lejos, mejor. Henry Cavill, haces bien.
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