«Aunque a menudo se ha dicho que apenas hay una mínima separación entre el amor y el odio, nadie podría haber imaginado la profunda depravación a la que se hundiría su sed de venganza».
Mary Shelley creó un género con tan solo diecinueve años. La madre del monstruo de Frankenstein tuvo una vida apasionante. Desde su niñez, como hija de una de las pensadoras del feminismo, pasando por una adolescencia marcada por el amor a Percy Shelley y los consecuentes escándalos, la noche en la que creó a Frankenstein pasó a la Historia y ha servido para películas como Gothic, Remando al viento o su biopic, Mary Shelley. No es extraño, por tanto, que la realidad siga alimentando a la ficción y de ahí surja Mary Shelley: Monster Hunter, un cómic que, lamentablemente, no sabe decidir lo que es.
Preguntas sin respuesta
¿Qué pasaría si Mary Shelley fuese una cazadora de monstruos? Oh, qué pregunta más original y rompedora…
No te preocupes, porque tampoco tenemos una gran respuesta para esta cuestión.
Lo que tenemos es la historia de una guía del museo de Mary Shelley que encuentra un diario secreto donde la autora revela la verdad tras los hechos que inspiraron su obra y se aprovecha el flashback para hablarnos del pasado. Sin embargo, una vez decide abrazar el pulp de su subtítulo, la historia se tambalea sin llegar a aprovechar la locura que podría haber desencadenado sus ganas de reinventar a un personaje fascinante como lo era Mary Shelley. Así, el tebeo zozobra tanto como recorrido a través de la vida de Mary Shelley como al intentar ser una aventura desenfadada donde nuestra escritora se dedica a cazar monstruos.
Un ser moribundo
El gran problema es que nunca aprovecha su material de partida y, dada su riqueza original, puede resultar frustrante. Que se deje de lado a John William Polidori es una lástima, porque hubiese insertado mejor la subtrama del vampirismo. Lamentablemente, lord Byron aparece para soltar algún epigrama y poco más, cuando su figura fue la que inspiró al chupasangre de Polidori. Además, la relación con la hermanastra de Shelley, Claire, tampoco se explota. Y así con la mayoría de los conceptos que son tratados.
A su vez, cuando los guionistas Adam Glass y Olivia Cuartero-Briggs deciden «renovar» la obra original, tampoco sirve de mucho. Tenemos a la criatura de Frankenstein, pero se hermana con la bestia de Boris Karloff y no con el sentido ser abandonado que leímos en el Frankenstein de Mary Shelley (quizá el más cercano a este fuese el John Clare de Penny Dreadful). Y lo que se vende como innovador (reconvertir a Victor Frankenstein en Victoria) tampoco sirve para nada en cuanto a la historia, solo para un efectismo con nulas consecuencias. Cumplen con esa premisa de: «si no está roto, no lo arregles».
Ni la ficción ni la realidad
Frankenstein es una de las mejores novelas de la Historia de la Literatura. Aunque lamentablemente se lee menos de lo que se debería y se asumen conceptos devenidos de las películas que la han adaptado, sigue poseyendo una riqueza narrativa y filosófica increíble, y más teniendo en cuenta su época y cómo fue concebida. No hay nada de la grandeza de la obra original en este transunto.
Si la vida debe imitar al arte, y no al revés, como decía Oscar Wilde, uno se alegra de que la «vida» narrada en este cómic no tenga nada que ver con la auténtica vida de Mary Shelley. Animo a cualquier lector a que descubra cómo fue la existencia de Mary Shelley, marcada por la pérdida y el pesar. Y en caso de que se busque un cómic que la retrate, recomiendo Mary Shelley: La muerte del monstruo de Raquel Lagartos y Julio César Iglesias.
Sin abrazar la rareza
Si bien por el título podríamos pensar en una bizarrada como Abraham Lincoln: cazavampiros u Orgullo, prejuicio y zombis, ni siquiera el cómic abraza el aire despendolado que cabría esperar del nombre de la obra. Y eso es, todavía, más decepcionante. Esperas que no tema «hacer el ridículo» o jugar con el tono pulp y, al final, se conforma con quedar bien con todos y no gustar a nadie.
Es curioso, pero el guion, aunque está bien escrito, buscando un tono afectado, carece de una narrativa que despierte el interés donde debe despertarlo y, en cuanto a carácter de documentación, podríamos llegar a hablar de ciertos problemas. Por ejemplo, en el tercio final, aparece un Stoker que, presumiblemente, podría ser el célebre Bram Stoker, creador de Drácula. El problema es que cronológicamente, es imposible. La obra comienza en 1815; Bram Stoker nace en 1847. No tiene sentido ese cameo de Stoker. Es un modo muy burdo de introducir el vampirismo como siguiente arco, sobre todo cuando había formas mejores y más orgánicas.
Un monstruo sin vida
Ni siquiera el apartado gráfico salva Mary Shelley: Monster Hunter. Si bien Hayden Sherman posee una fuerza narrativa llamativa, el resultado del cómic da la impresión de estar inacabado en varios aspectos. Y más si pensamos que grandísimos autores han dado su visión del monstruo, como puede ser el genio Bernie Wrightson. Más allá del estilo, que busca cierta visceralidad, lo que queda es un esbozo de lo que la guía turística debe intentar imaginar al leer el diario, aunque eso signifique más bien sobreanalizar para justificar lo hecho por Sherman. Quizá lo único destacable sea el inusual (y estridente) coloreado, pero poco más.
Quizá Mary Shelley: Monster Hunter solo sea aprovechabale si se la compara con una mala copia del mismísimo monstruo de Frankenstein: es un cómic hecho de retales de ficción, realidad, pulp e invento, pero nunca logra poseer una vida propia. Sin embargo, donde el monstruo rebosaba una fuerza trágica, aquí solo tenemos una sombra.
Por tanto, un título decepcionante para el sello After Shock. Mary Shelley: Monster Hunter quizá sea perfecta para completistas o lectores poco exigentes, pero para aquellos que amamos la obra de la autora tanto como su trágica vida, solo asistimos a un cóctel con un regusto insípido cuando no amargo.
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