Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore se ha estrenado con una tibia acogida por parte de la crítica. Tras una campaña publicitaria más apagada que en otras entregas de la saga del Mundo Mágico de (aunque a muchos les pese) J. K. Rowling, hemos asistido a la tercera parte de una saga de cinco películas que buscaba expandir la creación de la madre de Harry Potter, pero… se han quedado en terreno de nadie.
Preámbulo
Esta tercera entrega se antojaba como un film decisivo para las siguientes: ¿lograría devolver la fe a los fans? ¿Supondría el regreso de la magia, tal y como prometía su frase promocional? Por desgracia, no. No ha logrado su propósito de salvar la saga, al menos a nivel de argumento (todo dependerá de la taquilla). ¿Por qué? Gran parte de sus errores nace de cómo está escrita.
No he ido a ver Los secretos de Dumbledore porque el devenir de la saga no me convence (casi me llama más un videojuego como Hogwarts Legacy), pero tengo alguien cercano que ama las historias y sí ha ido a verla.
Es un placer para mí hacer de anfitrión del Sr.Purpura (J.J. Martínez), con quien colaboro (junto a Adrián Massanet) en Viajeros de la Noche. Siempre está leyendo, escuchando y viendo contenidos relacionados con la narrativa. Ama las historias y desea saber cómo funcionan.
El Sr. Púrpura y Harry Potter
J.J. no es un muggle. Su pasado con la saga de Rowling es similar al mío: creció con los libros y las películas de Harry Potter, descubrió el placer de la lectura a través de estos y, como muchos, siente que la banda sonora de John Williams para las tres primeras entregas son el leitmotiv de su niñez y su adolescencia.
Cuando supe que había ido a ver Los secretos de Dumbledore, le pedí un audio con su opinión sobre la película (por si me animaba a ir a verla). La respuesta fueron siete minutos que no se limitaban a decir “me ha gustado” o “no me ha gustado”, sino que profundizaban en los temas argumentales de la película y en por qué consideraba que no estaba bien escrita. Por eso, le propuse este post donde explorar qué ha sucedido con la película.
Como ya he comentado, uno de los objetivos de esta web es que se convierta en una comunidad y en un espacio para la reflexión. Me encanta leer y hablar con aquellos que aman las historias sobre por qué nos conmueven o por qué no. Si hace poco teníamos por aquí al escritor Raúl Alcantarilla hablándonos de cuatro sagas inspiradas en Dune, hoy tenemos a J. J. hablándonos de qué no funciona en esta tercera entrega de la franquicia de Animales fantásticos. Como siempre, mi más sincero agradecimiento y aguardo que sea la primera de muchas colaboraciones.
Historia de Animales fantásticos
En 2016 se estrenó Animales fantásticos y dónde encontrarlos, película que tomaba elementos de un bestiario derivado de Harry Potter para contarnos las aventuras y desventuras del mago Newt Scamander en Nueva York.
Mientras Newt buscaba recuperar a unos animales mágicos que habían escapado, se escuchaban los preparativos para una inminente guerra mágica contra el criminal Gellert Grindelwald. Junto al muggle Jacob y la antigua aurora Tina (y su hermana Queenie), íbamos descubriendo más del Mundo Mágico.
La película fue recibida de forma dividida por la crítica, pero pareció convencer a unos fans con ansias de más obras relacionadas con la saga (pese a la obra de teatro -que también generó polémica- Harry Potter y el legado maldito). ¿Había perdido la saga su toque mágico?
Los crímenes de la secuela
En 2018 se estrenó Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald. El film funcionó mal a nivel de crítica y lo que es peor: a nivel de público. Como dato, la taquilla ha hecho que sea la película con menos recaudación de la saga y más si la comparamos con el éxito que fue cada entrega de la saga Harry Potter desde 2001 hasta 2011.
En esta secuela, la que parecía la historia de Newt Scamander se convertía en una especie de culebrón mágico con hermanos que lo son (pero no lo son), tragedias rocambolescas, cambios de identidad y ¿hermanos? (¿hijos? ¿Sobrinos?) salidos de la nada.
Los diversos fallos argumentales y el sentimiento de avance de forma atropellada dejó al público como si hubiera sufrido el petrificus totalus.
Sonaron todas las alarmas. Era hora de repensar la que, por contrato, iba a ser una saga de cinco películas.
Los problemas no mágicos
Ahora, en 2022, ha llegado por fin Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald. A los retrasos por la pandemia del COVID se ha sumado que J. K. Rowling ha cedido parte de sus labores de guion a Steve Kloves, quien ya la ayudó en la segunda parte y quien en su día escribió todas las películas de la saga salvo La Orden del Fénix.
A su vez, la campaña publicitaria ha renegado de Rowling tras sus comentarios sobre las mujeres trans, que incluso actrices del reparto de Animales fantásticos como Katherine Waterson (Tina) han criticado (¿de ahí que su papel haya casi desaparecido en esta tercera entrega?).
No olvidemos que las imágenes de Rowling en la reunión por el vigésimo aniversario de la primera película para HBO Max eran de archivo y, durante el estreno de Los secretos de Dumbledore, no se detuvo a hacerse fotos con el resto del reparto ni concedió entrevistas (se ha llegado a rumorear que ni siquiera se quedó a ver la proyección). Por si fuera poco, su nombre ha ido desapareciendo de los tráileres de la película, como si fuese veneno. De pronto, la obra era anónima.
No es la única polémica: Warner «solicitó» a Johnny Depp que dejase su papel de Grindelwald tras los juicios en los que se había visto involucrado el protagonista de Sweeney Todd.
¿Todo solucionado? No, a este «control de daños» se la ha escapado lo más reciente ocurrido tras las bambalinas: los problemas con la justicia del actor Ezra Miller, quien interpretaba a Credence (¿Aurelius?) otro personaje que parecía destinado a tener una importancia en la saga que, por hechos de la propia historia (o alejados de esta), han acabado frustrados.
Si a esto sumamos que en China se ha censurado un diálogo donde se hablaba de la relación de Grindelwald y Dumbledore como recoge Empire, contamos con otra muesca más en una varita que parece a punto de quebrarse.
Variety ha realizado un interesante reportaje sobre todos estos problemas que han rodeado a la producción. Destaco la declaración del analista Jeff Bock: Animales fantásticos debía ser como el Star Wars de Warner, pero no está funcionando como tal.
Como comentábamos al principio, la sensación imperante es que Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore decidiría el destino de las supuestas cinco películas que conformarían esta nueva saga. El veredicto ha resultado no ser demasiado favorable, más allá de por los problemas con su reparto y con la estructura de la saga, por el nivel de escritura de esta tercera parte.
Lo positivo de la tercera entrega
Conforme más pienso en la película, peor escrita me parece.
Para empezar, para no quedarnos solo en lo malo, lo positivo es que se ha vuelto una franquicia con una visión más internacional y con cierta trama política, que es una de las cosas que más me llama.
La saga ya no se queda solo en Reino Unido. El universo de Harry Potter es tan amplio que puedes jugar con él desde múltiples perspectivas, como indagar en la historia fuera de los límites del colegio y el pasado de todo lo que leímos años atrás.
Por otra parte, el Grindelwald de Madds Mikkelsen me parece más interesante que la encarnación anterior de Johnny Depp, aunque no se explique ni siquiera el cambio de actor, cuestión que podrían tener más fácil, ya que lo hemos visto bajo la identidad de Percival Graves -Colin Farrell- y la poción multijugos.
La otra parte de la película es la encarnada por Dumbledore, cuyo actor (Jude Law) dispone del carisma que un personaje así necesita y presenta un arco que pudimos entrever en la historia principal con oscuros vacíos por explorar.
Con estos tres elementos, toda la idea de Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore parecía una gran idea.
Parecía.
Un worldbuilding desaprovechado y una política simplista
Del anterior punto positivo (que es ampliar las fronteras de la saga), también nace lo negativo: no se aprovecha en absoluto el contexto internacional. La trama va de un sitio a otro, pero no afectan a lo que ocurre en el argumento. Son solo escenarios.
Por ejemplo, en El cáliz de fuego había personajes de otros países y se podía ver cómo su cultura y educación influían en su visión de la magia, algo que resultaba muy potente cuando lo veíamos desde el punto de vista del protagonista.
En cambio, todo en Los secretos de Dumbledore está más globalizado en el mal sentido de la palabra. Todo va de un decorado a otro sin que te importe porque no son más que eso, decorados.
Tampoco se aprovecha el período entreguerras y cómo eventos reales podrían haber afectado al mundo mágico: el Crack del ’29, el auge del fascismo… No influencia en absoluto al mundo mágico, pese a los paralelismos que podamos ver entre Grindelwald y otras figuras reales como el mismísimo Hitler. Es una analogía que queda bastante superficial y burda.
Sobre el mundo mágico, aparte de entrar en contradicción con algunas cuestiones que vimos en los libros (el pasado de Dumbledore, el aspecto de la mantícora, la edad de McGonagall), en Los secretos de Dumbledore, cuando vamos a Hogwarts, la vemos tan vacía como la imaginación de los guionistas. Somos nosotros los que tenemos que rellenar ese hueco e intuir que quizás sea por la situación histórica,algo que no se afirma ni se utiliza como un elemento narrativo interesante.
No se cumplen las promesas argumentales
En su Curso de Escritura Creativa, Brandon Sanderson habla de cómo las historias poseen unas promesas que el espectador espera que se cumplan. Sin embargo, Los secretos de Dumbledore se cierra de una forma fácil e incluso ridícula, como una simple riña, que no cumple con lo que promete y, con aquello con lo que cumple, lo hace de una forma poco satisfactoria.
Como decíamos, si esta tercera parte ofrece algún tipo de recompensa, es superflua y no lleva a ningún lado ni da nada relevante. Solo es un capítulo más en una franquicia que se arrastra hasta llegar a las cinco películas obligadas por contrato, pero es un episodio que, salvo por algún momento dado, podríamos obviar casi por completo.
Recordemos la definición que ofrece Literaturas del concepto del arco de evolución:
«El arco de un personaje es la transformación de punto de vista que sufre desde el comienzo hasta el final de la historia, los estadios por los que atraviesa y el crecimiento psicológico o emocional que experimenta».
Todas las historias van sobre la transformación señalaba Blake Snyder en su libro ¡Salva al gato!, pero aquí nos encontramos con personajes, Newt Scamander incluido, que no cambian absolutamente nada. ¿Dónde ha quedado el concepto del arco de evolución?
«El término arco significa «el cambio que experimenta un personaje del principio al final de un guion, pasando por los momentos clave intermedios de su personal travesía» […]. Básicamente, lo que estás diciendo es: esta historia, esta experiencia, es tan importante, cambia de tal forma la vida de todos los implicados -incluidos vosotros, los espectadores-que afecta a cualquiera que esté en su órbita-. Desde tiempo inmemorial, todo buen relato refleja un crecimiento y registra el cambio en todos sus personajes. ¿Y eso por qué? Creo que la razón por la que los personajes tienen que evolucionar en el transcurso de una película es que, para que la historia sea digna de contarse, tiene que ser de importancia vital para todos los implicados. Por eso hay que trabajar con esmero el planteamiento y el ajuste de cuentas de cada personaje, y su seguimiento de principio a fin» (Blake Snyder, 2020:179).
Ni siquiera Grindelwald, que tiene el arco más elaborado junto con Dumbledore, nos muestra un cambio desde el principio al final de la película. Se saltan cada uno de los puntos comentados por Snyder en su libro.
Si la película se titula Los secretos de Dumbledore, la promesa es descubrir alguno de ellos o las consecuencias de estos. Por desgracia, cualquier fan de la saga puede imaginarse cuáles son sus secretos y las consecuencias tampoco suponen demasiado.
Si pensamos en la película como la tercera parte de una pentalogía, vemos cómo resuelve algunas promesas formuladas en Los crímenes de Grindelwald, pero lo hace rápido y mal, como si quisiera quitarse de en medio mucho de los conflictos propuestos ahí.
Lo peor es que Los secretos de Dumbledore dura dos horas, pero su mecanismo funciona tan mal argumentalmente que un espectador podría saltarse esta película y no echaría nada, absolutamente nada, de menos cuando vea la siguiente. Nos la podríamos saltar. Y eso es grave. Muy grave.
A esto se le puede añadir la falta de giros de guion, de cuestiones que hagan la obra medianamente interesante. Todo se reduce de un modo ridículo a batallas que se vuelven un festival de luces hipertrofiado. Se lanzan hechizos, pero no hay ningún sentimiento de miedo. Sabemos qué le ocurrirá a Jacob, qué le pasará a Aurelius… Nada sorprende. Sabes cómo va a acabar todo desde el primer momento, lo que nos lleva al siguiente problema de esta saga.
Los límites de la magia
No tienes claro cuáles son los límites. La trama no tiene mucho sentido ni causa impacto por esto. En Harry Potter tenías unos límites bien establecidos: unas consecuencias. Un alumno no podía usar magia fuera de Hogwarts y, si hacía algo indebido en la escuela, perdía puntos su casa y podía ser castigado. Tampoco podía usar según qué hechizos y no era fácil aprenderlos, requería entrenamiento y experiencia. Lo mismo ocurría con determinados objetos o lugares.
Ahora, en este mundo mayor, dadas sus circunstancias (y, sobre todo, cómo está escrito), todo es ilimitado. Podemos hablar aquí de las tres Leyes de la Magia de Brandon Sanderson (Nacidos de la Bruma, El Archivo de las Tormentas), quién en su Curso de Escritura Creativa las define como:
- La capacidad de un autor para resolver un conflicto mediante la magia de manera satisfactoria es directamente proporcional a lo bien que el lector haya comprendido dicha magia.
- Los defectos, las limitaciones y los costes son más interesantes que los poderes.
- Antes de añadir algo nuevo, procura ampliar lo que ya tienes.
Al no tener límites ni consecuencias, más que un mundo mágico, en Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore, nos encontramos con un mundo que se siente como un parque de atracciones.
La magia es capaz de hacerlo todo, sin límites ni costes evidentes, y llevándonos a la sensación de que, cuando se agrega un elemento nuevo, lo hace de cualquier manera, sin preocuparse por la continuidad o, por lo que es más importante, la propia historia.
Personajes en medio de ninguna parte
Los secretos de Dumbledore no aprovecha a los personajes que se han ido presentando en Animales fantásticos y dónde encontrarlos, y Animales fantásticos. Los crímenes de Grindelwald. Por un motivo u otro, personajes como Tina o Yusuf Kama quedan meramente testimoniales y se agregan otros que no llevan a ninguna parte.
Y es terrible cuando esto afecta incluso al personaje principal: Newt Scamander, el que parecía el protagonista, queda tan relegado que parece casi un secundario de lujo en la que debería ser su propia historia.
Sobre personajes como el interpretado por Ezra Miller, Aurelius, se cargan su subtrama rápido y mal, haciendo que todo lo que se había trabajado en la primera y segunda parte se convierta en una promesa incumplida. Si ha sido cuestión de la historia o lo sucedido con el actor en la vida real, ese ya es otro tema a debatir.
De hecho, uno de los muggle protagonistas, Jacob, que tan querido fue en anteriores películas, aquí no tiene ningún sentido. Os animo que lo valoréis por vuestra cuenta cuando vayáis a verla y probéis a quitar el personaje o a intuir cuál es su función en la historia.
Cuestión que, por cierto, ocurre con otros tantos personajes del “equipo principal”. Si los quitas no ocurre absolutamente nada para la trama porque esta es la historia de Dumbledore y Grindelwald.
Lo mismo sucede con el “animal fantástico” más importante para la trama. Si lo quitas, no hubiera pasado nada porque el uso que se le da por parte del segundo acaba diluyéndose como un azucarillo.
Algunos de estos personajes se salvan porque están interpretados por grandes actores, como es el caso de los ya citados Dumbledore de Jude Law o el Gellert Grindelwald de Mads Mikkelsen, que hacen lo que pueden con el guion que les ha tocado. Pero tampoco pueden hacer milagros.
Por ejemplo, Dumbledore queda algo bufonesco, ya que cada vez que sale tiene que soltar una de sus sentencias como al final de Harry Potter y la Piedra Filosofal, aunque no tenga mucho sentido. La situación llega a ser tan surrealista que en el cine incluso éramos capaces de adivinar cuándo llegaba un momento de “discurso intenso” cada vez que aparecía el personaje.
El infodumping como mal hechizo
Los discursos son solo uno de los marcados problemas del guion. Hay muchos problemas más en el libreto de J. K. Rowling y Steve Kloves. La película hace constantes volcados de información (o infodumping) para explicar todo en todo momento, como si el espectador fuese incapaz de entender nada.
En Caja de letras describen el infodumping de la siguiente manera:
Básicamente es una mala práctica que consiste en proporcionarle al lector un exceso de información que puede llegar a ser abrumador (le lanzamos un millar de datos), aburrido (dichos datos son irrelevantes para la trama o el contexto) o incluso es posible que lo saquemos completamente de la lectura (además, se nota que van dirigidos al él). Todo mal.
Puede que en Animales fantásticos y dónde encontrarlos, en la que Rowling escribió sola el guion, se entendiesen ciertas cuestiones relacionadas con su carrera como escritora de novelas y no como guionista. Lo que no se entiende es que la llegada de Kloves no haya mitigado problemas como el volcado de información.
Si se supone que la premisa del cine debería ser mostrar y no contar con palabras, en Los secretos de Dumbledore tenemos incluso un momento bochornoso que resume toda la película anterior de un modo bastante forzado.
Se verbaliza todo. La película no tiene confianza en el espectador, en que entienda lo que está pasando en ese mismo instante. Por mucho que la saga empezase dirigida a un público infantil, no creemos que infravalorarlo sea una clave para escribir una buena historia.
Conclusiones
Llama la atención que se haya tardado tanto tiempo en estrenar Los secretos de Dumbledore y lejos de subsanar los errores previos, se hayan vuelto a repetir e incluso se hayan agravado.
Estos fallos no tienen que ver con dirección, montaje, efectos especiales, fotografía, interpretaciones, música (aspecto en el que James Newton Howard vuelve a estar sobresaliente)… Hablamos sobre todo de sus fallos a nivel de historia, algunos muy básicos y que guionistas que han trabajado tanto como Steve Kloves deberían ser capaces de ver.
Que no se entienda este post como un texto polémico. Uno de los aspectos positivos de tener un mundo más interconectado es que podemos descubrir más sobre el campo de la narratología a través de libros, documentales, ensayos, podcast… Terminología como «promesas», «arcos de evolución», «trama»… son parte ya de nuestro vocabulario y podemos añadirlo a nuestro debate sobre las obras que vemos o leemos. Analizar así obras como esta significa avanzar en este fascinante campo.
Por ejemplo, se suele atribuir a Alfred Hitchcock la frase de que una película depende de tres cosas: el guion, el guion y el guion. Podemos aplicarlo a Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore y no precisamente para bien. Me atrevería a decir que es de las películas que recordaré como ejemplo de lo que un guion no debe hacer, junto a El Ascenso de Skywalker.
Por último, la crítica no está acogiendo con gran estima esta nueva entrega. ¿Será el fin del mundo mágico? Lo dudamos. Todo lo decidirá el público con el nivel de taquilla, pero es interesante que aprendamos más sobre cómo funcionan las historias para saber cuándo funcionan y cuándo no. En el caso de Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore está claro que no, no funciona, la magia se ha perdido y no creemos que sea precisamente un secreto.
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