A finales del año pasado, leí Cómo piensan los niños y otros recuerdos de mi vida de Hayao Miyazaki. Esta obra, que cuenta con traducción de Natalí Lescano y José Jesús Fornieles Alférez, es un compendio de charlas, entrevistas y ensayos del director y leyenda del cine de animación. A lo largo de sus páginas, me permitió descubrir más del genio tras La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro, entre otras joyas.
Miyazaki, que llegó al mundo un 5 de enero de 1941, ya es un venerable abuelo con la capacidad de contarnos grandes historias, como todos aquellos que han atravesado los mares del tiempo. Ahora, con ochentaiún años, el japonés es uno de los grandes creadores de la animación. Si algo me fascina de su filmografía es que, junto a la búsqueda de la maravilla y la esperanza, está el deseo de futuro que representa la niñez, a la cual hay que dotarla de ilusión a través del arte.
Mientras lo leía, apunté varias citas que he decidido recoger en este texto sobre todo lo que nos enseñó de contar historias a través de sus reflexiones. Como bien ha dicho este maestro del arte:
«No soy un narrador, soy un hombre que hace dibujos. Sin embargo, creo en el poder de la historia. Creo que las historias tienen un papel importante que jugar en la formación del ser humano, que puede estimular, asombrar e inspirar a sus oyentes».
La importancia de la humanidad
Hace unos años, se hicieron polémicas las declaraciones de Miyazaki donde se quejaba de los otakus y sobre cómo el anime había derivado a la acción a raudales y la deshumanización de los personajes. Ese comentario trajo revuelo, pero creo que tiene razón. Y yo añadiría que no solo afecta al anime. Actualmente existe la costumbre de centrarse en la acción y el superpoder en vez de en el lado humano. En Mononoke, vemos cómo Miyazaki se centra en ingenieros, obreros, forjadores, carboneros antes que en los dioses de la montaña. Le importan los seres de a pie.
Considero muy interesante que no nos centremos solo en lo espectacular de lo ruidoso, en lo aparatoso y carente de vida y, por tanto, de humanidad. Eso es lo que hace que películas como Transformers sean aburridos batiburrillos donde nos da igual quienes se zurren durante dos horas.
Por otro lado, yendo al cómic, Alan Moore centró varios capítulos de Watchmen en los personajes de a pie para mostrar cómo ellos eran los que pagaban los platos rotos de los poderosos. Del mismo modo, Hayao Miyazaki ha centrado su obra en la gente normal y corriente, pero, a la vez, destinada a lo extraordinario.
Aunque a veces lo dudemos, ser humano es ser extraordinario, como vemos en Mi vecino Totoro (la infancia y la enfermedad, el humor y el drama, la superación… son claves en esta fantástica obra), sobre todo en esta época donde no hay dicha humanidad. Y, pese al ímpetu de lo fantástico, la misión del animador está clara:
«El animador debe crear una mentira que parezca real para que los espectadores piensen que un mundo dibujado podría existir».
Si el artista logra desarrollar esa mentira con aspecto de verosimilitud, pero, que en el fondo, es un cántico a la maravilla, podremos crear obras más humanas y un arte, por tanto, más vivo que si solo nos centramos en lo bullicioso de la explosión de turno.
Seguir creando
Es famoso el meme de Junji Ito disfrutando de su vida y creando obras de terror, mientras que Hayo Miyazaki sufre el proceso creativo y concibe obras preciosas. Miyazaki habla de la dureza del proceso. No siempre es fácil. ¿Cómo mantienes la motivación? El director diría lo siguiente:
«Resistir, obviamente, es algo agotador y agónico, pero al mismo tiempo tienes que seguir manteniendo lo que tú consideras importante en el fondo de tu corazón y alimentarlo. ¿Podrías renunciar verdaderamente a lo que quieres obtener? Si es así el único camino que te queda es el de ser un chupatintas, la clase de animador cuya autoestima está determinada por la cantidad de dinero que gana, o que va de la alegría a la desesperación, de lo alto a lo bajo, dependiendo de la clasificación que reciba su trabajo».
Nos centramos a menudo en simplemente cumplir cuando en realidad solo tenemos esta vida y deberíamos aprovecharla. Me temo que los gurús baratos han hecho que afirmaciones como la anterior suenen a frase de autoayuda, pero pienso que, aunque haya caído en el desprestigio, la idea de perseguir los sueños es fundamental. Los seres humanos necesitamos aferrarnos a algo. Si el mundo es una tormenta, ¿por qué debería estar penalizado el intentar agarrarnos a algo, aunque sea un sueño, una esperanza?
Sé que los sueños no pagan el alquiler y que la vida bohemia es muy bonita hasta que tienes que empezar a pagar por todo lo que hayas causado (y, en ocasiones, no es solo dinero), puede que jamás cumplas tus sueños y, si eres uno de los pocos que sí, puede que incluso cumplas tus sueños, como el protagonista de Soul, y no te sientas satisfecho y te rodee la melancolía vista en otras obras de los estudios de Miyazaki.
Pero también creo que es fundamental intentar vivir tu vida y no la vida que otros han preparado para ti. Me cuesta aplicármelo, pero escribo este tipo de cosas igual que Miyazaki hace sus películas: para seguir viviendo.
Haz una buena historia
Existe cierta subversión de las reglas en películas como La princesa Monoke, que empieza con el despertar de una especie de demonio en el bosque. El héroe logra vencerlo poco después… pero eso no trae la felicidad del típico cuento de hadas. Ha sido un error. El héroe ha matado a un espíritu del bosque, no a un demonio, y ahora tiene que afrontar las consecuencias y volver a hermanarse con la naturaleza. Lo que no sería contado en otra historia más simple es lo que hace de esta cinta una obra tan inmortal. El héroe debe enfrentarse a la realidad y esta nunca es simple.
Sobre su proceso creativo, Miyazaki no parte de guiones tradicionales, sino que se centra en escenas clave y guiones gráficos que permiten que la historia evolucione de un modo distinto. Comentó que construye a través de escenas. Eso hace que cada escena sea fundamental (cada una conlleva sus propios problemas y tiene importancia con la anterior y la siguiente). Ese método me recuerda a los escritores de brújula, aquellos que carecen mapa (aunque hace poco escuché que un escritor de brújula en realidad es uno que ha perdido su mapa y camina para encontrarlo). Podríamos hablar también de esos escritores jardineros que siembran sus historias de ideas. Miyazaki, no obstante, no sigue arrebatos, sino que sabe que con su trabajo y constancia crea sus propias historias.
Pero crear historias no es siempre un proceso analítico y lógico. En ocasiones, se ha centrado en cuestiones más profundas que podríamos comparar con la intuición.
¿Intuición?
Es un término que hace que la gente dude. Suena demasiado mágico. Es como decir que vamos a hacer algo al boleo o suena casi a pensamiento mágico, como cuando Luke apagaba el ordenador de su nave, cerraba los ojos y utilizaba la Fuerza para destruir la Estrella de la Muerte. Parece que la gente no se da cuenta de que Luke utilizó todo lo que había experimentado antes, como lo hace Sophie, la protagonista de El castillo ambulante cuando decide salvar a Howl y recuperar la persona que fue.
Un ejemplo en otro campo sería el deportista que no para de entrenar. Eso le permite tener respuestas casi automáticas. Utiliza la intuición basada en la experiencia. No es hacer cosas sin ningún sentido. Si un artista practica mucho, es normal que desarrolle una intrución casi inexplicable para aquel que esté en el otro lado. No es «magia», se basa en poner en marcha lo aprendido e interiorizado.
El eterno aprendizaje
«Había pensado que mi pasión podría llenar el hueco entre lo que yo quería expresar y mi habilidad para expresarlo; pero vi que no podría hacerlo sin adquirir las habilidades necesarias. Aprendí a través de una amarga experiencia que sin esas habilidades no sería capaz de expresar mis ideas. Entonces cambié. No importaba en lo que estuviera trabajando, daría todo lo que tenía; aunque fuera un trabajo aburrido, siempre encontraría algo nuevo y progresaría, aunque fuera solamente un poco. A menos que lo hagas así, no podrás desarrollar las habilidades que tengas para cuando llegue algo importante».
Pienso que es muy importante cuidarnos. Creo que debemos invertir en nosotros y aprender, igual que lo hacía Miyazaki con cada nuevo proyecto o cuando decía marcharse a uno de sus retiros. Si el espectador termina una película como la empezó, quizá no haya ido bien. Al autor le sucede lo mismo.
Todo es aprendizaje. Y muchas veces nos sentiremos paralizados o quemados ante el día a día. El problema es ese, que estaremos petrificados como si hubiéramos encontrado un basilisco, pero igual que Mononoke y otras de las heroínas del nipón, debemos seguir adelante.
Personalmente, llevo años sintiendo que todo me aplastaba. Sentía que la creación era ardua y nada merecía la pena. En los últimos meses he aprendido que la clave para salir de esa espiral es agarrarse a un cabo que nos deje seguir adelante sin hundirnos.
Lo primordial ha sido aprender a gestionar mi tiempo y guardar un espacio para el aprendizaje constante. Eso me permite seguir despierto y dar respuestas a las grandes preguntas, como ¿qué estoy haciendo? Pararse a pensar e incluso aburrirse es necesario. Solo si logras tener tiempo para estudiar y tomar ideas puedes replantearte lo que estás haciendo. Es parte del aprendizaje, al igual que estudiar. Si nos cerramos, entonces estamos perdidos.
El trabajo y el éxito
El objetivo es otro de los aspectos clave del duro proceso creativo del estudio. Los estudios Ghibli han realizado casi veinticinco películas desde Nausicäa en 1984 hasta la nueva película de Miyazaki que todavía no tiene fecha de estreno (además de cortos, anuncios, especiales, videojuegos…). Su catálogo tiene un sello inconfundible y ha hecho que el estudio sea más que reconocido dentro y fuera de la animación. No ha sido una casualidad, es fruto del trabajo.
«Los demás estudios también superaban sus límites. Creo que ellos estuvieron trabajando muy duro, pero creo que nosotros trabájabamos más duro que los demás. Lo que quiero decir es que nosotros no solo trabjábamos duro, sino que también lo hacíamos teniendo muy claro lo que queríamos hacer y trabajábamos para eso. Y lo que queríamos hacer era crear animaciones que tuvieran un significado y que valiera la pena hacer».
Planificar metas y «trocearlas» en objetivos a corto, medio y largo plazo, dejando espacio para el análisis no nos cabe duda de que es uno de los principios que ha movido a Miyazaki y que nos debería mover a nosotros para seguir avanzando. A diferencia de otros estudios, Miyazaki sabía hacia donde se dirigía.
Como artistas, debemos tener clara una meta y qué objetivos nos acercan a ellas. Debemos dejar de compararnos con otros y compararnos con nosotros mismos. Y trabajar. Es en ese punto cuando podemos lograr cosas. Si nos quedamos de brazos cruzados o lloriqueando por lo bien que les va a otras personas, entonces nunca lograremos ser el artista que queremos ser.
El papel de la industria del entretenimiento
La industria del entretenimiento ha tendido más a la saturación que a cumplir con unos mínimos de calidad. Miyazaki comenta que esta saturación es perjudicial. La compara con escuchar todo el día música a través de un walkman: los oídos acabarán doliéndote. Lo mismo sucede para él con una sobredosis de dibujos animados.
El entretenimiento es necesario, sin duda. Nos ayuda a sobrevivir y escapar de nuestro día a día o a replantearlo de otra manera. Es fundamental para los más jóvenes. Lo que no podemos hacer es que el arte se convierta en una cadena de montaje inánime donde el ser humano no tenga tiempo para, aparte de entretenerse, pensar. Pueden ocurrir abas cosas sin problemas. Lo lamentaremos de lo contrario.
«No creo que sea algo totalmente negativo el hecho de que la industria del entretenimiento exista. En nuestras vidas a menudo nos sentimos cansados y estresados, así que creo que necesitamos algo que nos dé un empujón y nos ayude a olvidarlos de lo que es desagradable. Si no existiera el entretenimiento, la mayoría de las personas deberían ser enviados a centros de salud mental o tendrían que ir a ver a un psiquiatra. Es bueno para al animación que sea un tipo de entrtenimiento, siempre y cuando no nos olvidemos de que es solo es, desde su inicio. Siempre ha sido creada para niños. Al menos eso es lo que pienso».
Me he dado cuenta de que vamos tan deprisa que consumimos el arte en vez de disfrutarlo. Hace poco, mis estudiantes alucinaban cuando yo les decía que estaba viendo al serie Arcane por tercera vez. No entendían el porqué.Y creo que los adultos tampoco. El hype por una serie estrenada de golpe no dura más de una semana. La cultura se ha convertido en el equivalente a un pañuelo de usar y tirar.
Todo ello ha conducido a un emprobecimiento cultural. La capacidad de disfrutar del arte es menor y banal, todo es efímero, las críticas son endebles y la capacidad analítica se esfuma. No hay tiempo para desarrollados juicios de valor. Y, a su vez, los creadores prefieren ser factorían sin alma que comercializan productos, en vez de obras artísticas que digan algo sobre el mundo. Es una tragedia.
Miyazaki está en lo cierto: la velocidad es la droga del siglo XX.
El sentido de nuestra vida
Películas tan duras como La tumba de las luciérnagas de Isao Takahata, compañero de Miyazaki, nos hacen pensar en el sentido de nuestras vidas. Ya solo por lograr eso, merece la pena que la veamos.
El arte puede ser una respuesta. Lo ha sido en el caso del director japonés. Ha sido un modo de escapar de la ansiedad. En una época marcada por la Covid, no es extraño que el término «ansiedad» se repita, pase por delante de nosotros y nos aplaste cada día. He hablado con muchos autores que sienten que entran o, si tienen suerte, están saliendo de una crisis. Yo también lo siento. Y me doy cuenta de que muchos otros también. Somos una generación rota. Tenemos motivos para ello.
«Mientras pasamos de la niñez a la adolescencia, esta ansiedad crece de manera exponencial, y nos preocupamos sobre cómo podemos vivir nuestra vida en la tierra. Nuestra ansiedad nos obliga a buscar un antídote que nos liberará de este sentimiento lo antes posible. Queremos encontrar ese algo que nos ayude a encontrar nuestro lugar en el mundo. Yo escogí el manga como un arma para luchar contra la ansiedad».
Si el arte nos ayuda a permanecer unidos y debemos creer en nuestra obra como tabla de salvación, bienvenido sea. Miyazaki hablaba de cómo la película que creaba era lo único que lo conectaba con el mundo y eso le obligaba a creer en ella. Pienso que el poder de las historias me ayuda cuando las recibo o las creo y solo por eso el arte tiene sentido y creo que es por lo que Hayao Miyazaki por mucho que hable de retirarse no puede hacerlo. No puede dejar de crear. Y doy gracias por ello.
La importancia de la fantasía
«Creo que la fantasía en el sentido de imaginación es muy importante. No debemos apegarnos demasiado a la realidad cotidiana, sin dejar espacio a la realidad del corazón, de la mente y de la imaginación. Esas cosas pueden ayudarnos en la vida».
Sin la capacidad de imaginar, el ser humano está terrible y condenadamente perdido.
Si El castillo flotante toca la decadencia de una sociedad en guerra y el deseo de hallar la paz, es porque la fantasía puede ser clave a la hora de imaginar y resolver los conflictos de otra manera, ya sea en un mundo ficticio o real.
El refugio de la fantasía en las películas de este artista es la naturaleza. Las obras de los Estudios Gibhli están marcadas por el hermanamiento con la naturaleza o el enfrentamiento del ser humano con esta, como podemos ver en Ponyo y el acantilado o La princesa Mononoke. El propio Miyazaki reconoce el poder curativo de la naturaleza y su relación con el ser humano. Es una cuestión que marca su obra.
La deuda con los artistas que nos influenciaron
Todos los autores tienen una serie de artistas que les inspiran o a los que consideran héroes. Son importantes. Nos dan energía, ejemplo, consuelo, fascinación… cuando todo parece perdido. Miyazaki ha hablado de varios a lo largo de su vida (Sanpei Shirato, Yama Kawa, Yuri Norstein…), pero destaco a tres: Tezuka, Moebius y Kurosawa.
Osamu Tezuka es el considerado dios del manga, Moebius es el visionario tras el cómic europeo y el director de cine Akira Kurosawa es el hombre tras grandes joyas como Los siete samuráis, Ran o Trono de sangre entre otras joyas. Podemos ver la huella de todos estos artistas a lo largo de la trayectoria fílmica de nuestro protagonistas, pero no solo en su trayectoria, sino también en su vida, cuando consideraba que Tezuka era la fuente de coraje para el niño cohibido que él fue.
Es interesante también ver cómo autoras como Ursula K. Le Guin o Diana Wynne Jones han influenciado a los estudios de Miyazaki a la hora de adaptar obras de fantasía occidentales.
Un aspecto importante de la obra de Miyazaki es que no solo ha sido influenciado por genios artísticos, sino también por otros genios creativos: los niños. Sus hijos, los amigos de estos en su niñez, y sus nietos alimentan la ilusión del director por contar historias alucinantes que dotan a los pequeños de sueños. ¿Puede haber un regalo mayor?
Que convirtamos a Miyazaki y a otros artistas en nuestra inspiración, que estudiemos sus vidas (pero sobre todo sus obras) nos ayuda, ya que los convertimos en faros con los que poder continuar más allá de la bruma que rodea la creación artística.
La importancia de los niños
He encontrado a muchos alumnos en mis aulas que eran incapaces de mostrar entusiasmo. No me refiero al instituto, me refiero también a lo que hay fuera de él. Si pensamos en los niños, solemos encontrarlos como seres llenos de vida y curiosidad. ¿Mató esa pasión el instituto o lo que hay más allá de él?
El gran problema de estas situación ya fue considerado por el japonés cuando se dio cuenta de cómo el Ministerio de Educación y la sociedad habían empezado a ver la infancia solo en base al cálculo de ganancias y pérdidas.
Hace poco, hablé con un compañero docente sobre cómo las palabras «productos», «competencias», «sentido de la iniciativa y espíritu emprendedor»… se habían ido adueñando del «currículo» educativo que ordena las diferentes materias del «sistema» educativo. Me hace recordar a The Wall y su visión de la educación como una enorme fábrica. El sistema capitalista ha logrado que la educación se convierta en una farsa de su salvaje mercado. Y todo ello mediante un pensamiento único basado en una neolengua donde conceptos como «competencia», de pronto, es lo más hermoso del mundo y lo que hay que desarrollar. El alumno debe ser competente, pero ¿cuándo será feliz? Y eso nos lleva a una concepción de la felicidad basada en el puro materialismo.
Hoy, los jóvenes pueden carecer de historias que les ayuden a apasionarse por la vida. Los hemos condenado a un falso aburrimiento: se pasan todos los días pensando que hacen algo, pero nunca sienten nada. Y deberíamos cambiar eso.
«El papel que puedo jugar es el de crear la historia de un niño incapaz de inciar el viaje de comenzar a vivir. La historia de un niño que no puede empezar, pero que debe hacerlo, y hacer frente a todo tipo de aversidades. Quiero crear un entretenimiento que haga que los niños que no saben cómo empezar piensen que esa es su historia».
Estas palabras me hacen recordar la filosofía de George Lucas. El estadounidense comparte con Hayao Miyasaki su deseo de crear obras que sean fundamentalmente para los niños, el público más volcado y al que más necesitamos motivar con buenas creaciones, ¿por qué? Porque son nuestro futuro.
Por ejemplo, El viaje de Chihiro es una obra maestra que capta la belleza y la magia que existe en nuestra realidad y, sobre todo, en nuestra niñez. Ganadora del Oscar a Mejor película de animación de 2003, el intento de Chihiro de crecer, salvar la fantasía y la realidad, y habitar entre lo onírico y el día a día, hacen que sea una obra asombrosa que defiene a la perfección el espíritu de Miyazaki.
Miyazaki pone hincapié en la necesidad de crear películas que sirvan como guía para que los niños sean capaces de empezar su propio viaje y comenzar a vivir sus propias vidas.
Mediante la sistemática aniquilación de las historias, la fantasía y la creatividad, se ha creado toda una generación que carece de brújula moral, espiritual o pasional por la vida. Piensan que son felices, pero solo porque tienen muchas cosas, sin comprender que eso no es la felicidad, solo una burla del auténtico concepto.
Como bien señala Miyazaki, cuando le negamos a una generación de niños la posibilidad de serlo estamos creando un mundo condenado al fracaso.
Conclusión: la esperanza es importante
Me pasé años obviándola en mi propia obra y ahora que he mejorado gracias a la que me han aportado otras creaciones ajenas, puedo reconocer la importancia de la esperanza, como lo hace el propio Miyazaki con su obra. Su misión siempre ha sido crear películas que animen a los niños, como él mismo reconoce, pero también nos animan a los adultos.
Las películas (y cualquier obra artística que se precie) posee un mensaje:
«El valor de una película como obra creativa no existe en el vacío. Su significado depende del tipo de persona y en qué etapa de tu vida te encuentres cuando la ves. La película lanza su señal, y es el destino de cada persona el que hace que la recibas en ese instante».
Tampoco debemos cometer el error de pensar que estamos convirtiéndonos en unos profetas, en unos creadores de dogmas con nuestras obras artísticas. El director reconocía que no pretendía resolver todos los problemas del mundo, pero sí que era posible encontrar la maravilla en el día a día.
Los filmes de Miyazaki buscan también la catarsis que tanto exploró Aristóteles cuando estudió la tragedia. Esa forma de canalizar sentimientos a través de una obra es lo que hace que el director siga creando.
«Mi profesión es la de director de dibujos animados, y si al hacer una película de aventuras de dibujos animados, y si al hacer una película de aventuras tengo que trabajar duro para crear personajes perversos, derrotarlos y propiciar la catarsis, estoy obligado a decir que mi profesión es despreciable. El dilema para mí es que realmente me gustan las historias de acción y aventuras».
Epílogo: buscando la magia
Miyazaki, pese a la depresión, es un director cuya obra siempre ha sido movida por el entusiasmo y la pasión. Estas fuerzas son el combustible del artista y no se basan en simples arrebatos bohemios (olvidemos el romantizar la creación), sino en una forma de ver el mundo, que me recuerda a la que mantenía Ray Bradbury en El zen en el arte de escribir.
Cuando Hayao Miyazaki era pequeño, sentía fascinación por los aviones de guerra. Su familia tenía una compañía que ayudaba en su fabricación. El acto de volar le dejaba boquiabierto. Eso hizo que, cuando fuera mayor, en todas sus películas apareciese una escena de vuelo… La cuestión es que, a medida que crecía, Miyazaki se percató de los horrores de la guerra, de cómo algo tan hermoso como volar podía significar la muerte de muchos en un bombardeo. De ahí que crease películas tan interesantes como Porco Rosso o El viento se levanta.
A través de las palabras del artista japonés, podemos darnos cuenta de que en la vida hay mucha tristeza y horror, que hay maldad y destrucción, pero que también, en lo más cotidiano, hay una belleza, una maravilla y una esperanza que debemos luchar por mantener. Y el arte es nuestro aliado, se convierte en las alas que nos permiten surcar ese firmamento de la maravilla, el mismo que nos ha descubierto Hayao Miyazaki en cada una de sus películas. Damos gracias y seguiremos creando.
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