«Quizá el peor castigo que hay es vivir en el mundo que creamos».
Hace unos años, cuando se hablaba de las inteligencias artificiales, nos encontrábamos en la disyuntiva entre una guerra contra los ciborgs tipo Terminator o una fábula al estilo Pinocho a lo I.A. de Steven Spielberg. ¿Quién nos iba a decir en qué derivaría todo esto en nuestro presente?
Ahora, lo que tenemos en a ChatGPT, Midjourney y una encrucijada como el ser humano no había visto en mucho tiempo. ¿Las inteligencias artificiales dejarán al ser humano obsoleto en poco tiempo? Para algunos, significa el fin del arte y de muchísimos trabajos. Para otros, es el futuro. Un desafío que ya no consiste en que nosotros decidamos si lo aceptamos o no, sino en cómo sobrellevarlo.
Y en este zeitgeist que apenas comprendemos (¿alguna vez comprendemos alguno?), siempre siento que falta otro concepto relacionado con la inteligencia artificial: la estupidez natural y, en el fondo, puede que de eso trate Not all robots, el interesantísimo cómic escrito por Mark Russell y Mike Deodato Jr.
Visiones del futuro
A menudo, en el terreno de la tecnología caemos en una paradoja: ¿los autores de ciencia ficción como Julio Verne eran visionarios capaz de atisbar el futuro o los científicos se vieron influidnos por las obras de ciencia ficción a la hora de crear sus inventos en la vida real?
Puede que esa pregunta flote en el ambiente, al igual que todas las obras apocalípticas que hubo poco antes de que en 2020 viviésemos nuestro propio “apocalipsis” que nos hizo valorar que cualquier fin del mundo, por extraño que fuese, como el planteado por Frank Darabont y Stephen King en La niebla era posible.
Y este tema no es baladí cuando hablamos de Not all robots, ya que en el fondo habla de las inteligencias artificiales poco antes de la explosión vivida con ChatGPT y, en muchos aspectos, resulta de una clarividencia extraordinaria.
El futuro ¿o el presente?
Not all robots nos habla de un mundo donde todas las familias tienen un robot que les hace su trabajo. Los seres humanos, poco a poco, se han ido convirtiendo en las mascotas de las máquinas, aunque piensen que son las que gobiernan. Cuando la gente depende en juicios de máquinas, se vive en bóvedas controladas por androides o en los debates los seres mecánicos llevan la voz cantante, ¿cómo podemos decir que el ser humano es el que controla su destino?
Es ahí donde Not all robots nos presenta a una familia estadounidense que vive en una de esas bóvedas, apartados del yermo estéril de un mundo que ha caído en una guerra civil y donde han surgido tribus al estilo Mad Max, pero peor, porque es en Estados Unidos y todo en Estados Unidos es peor cuando te alejas lo suficiente.
Mientras que el padre es un amante enfermizo de los androides, su esposa y sus hijos desconfían de que su robot familiar esté todo el rato en un garaje, refunfuñando, al estilo Marvin de Guía del autoestopista galáctico, pero mientras fabrica armas… ¿para qué? ¿Para una obra de teatro, tal y como asegura con sorna, o para algo peor?
Crítica de #Notallrobots, uno de los mejores cómics de ciencia ficción de los últimos años. ¿Inteligencia artificial o estupidez natural? Share on XLa oscuridad de la sonrisa maquinal
Que un robot manipule el oxígeno de la bóveda de un parque temático que recuerda a Disneylandia desencadena las tensiones entre humanos y robots, pero lejos de presentarnos un mundo como el de Yo, robot o Blade Runner, Mark Russell hace gala de toda su mala baba. Estamos ante un guionista amenazado por haber convertido a Jesucristo en un superhéroe y loada por la reinvención que hizo de Los Picapiedra en su serie homónima de cómic. Aquí vuelve a brillar mediante una sátira que acerca a los robots más al estilo de Bender de Futurama que a los filósofos maquinales de otras obras, como El hombre bicentenario.
Lejos de caer en el simplismo de ver a las máquinas como aliadas o enemigas, Russell lo que hace es explorar cómo el ser humano se ha vuelto cada vez más infantil y egoísta. ¿O es algo que siempre ha portado en su ADN? ¿Siempre hemos sido tan patéticos y la culpa es nuestra, tal y como saben los robots? Pero los robots también reciben su crítica en todo momento, siendo una visión hiperbólica de lo peor de nosotros mismos, pero haciendo que empaticemos con su sentimiento de pérdida.
Con una visión tan negativa de nuestra naturaleza, es increíble cómo Russell logra arrancarnos una sonrisa tras la que se esconde una sombra. Y, por supuesto, como en las mejores sátiras, es capaz de hacernos pensar, como cuando vemos esa maniobra de marketing que consiste en hacer a los robots cada vez más humanos o darles nombres cuquis para que ya no nos den tanto miedo. Que algunos de estos androides entren en foros tipo 4chan para alimentar su sed de venganza y su deseo de quitarse el chip de empatía es algo que no dudo que ocurriría en nuestro mundo. Por el camino, se habla de la marginación, el racismo, la estupidez, los problemas de las familias medias estadounidenses…
Lo peor del ser humano… y de los robots
A Mark Russell le acompaña Mike Deodato Jr., con un dibujo bastante cumplidor que, gracias al coloreado y el estilo del famoso dibujante, llega incluso a recordarme al David Lloyd de V de Vendetta (que me perdonen los puristas), aunque el mayor problema radica en la falta de narrativa de algunas viñetas o en el abuso de actores utilizados como modelos para los personajes (tenemos a Daisy Ridley, Asa Butterfield, Michael Douglas, Ben Kingsley… en el “reparto” de este tebeo).
Lo negativo de este primer tomo está en la idea de dejar una serie abierta que quizá con los números justos hubiera sido más impactante. Por mucho que se anuncie como miniserie, el cierre queda abierto para que Russell y Deodato vuelvan a colaborar. ¿Da para más historias este sombrío mundo de Russell?
Deberemos esperar para saberlo, pero mientras podemos criticar una edición que carece de extras y cuyo precio llega a los 17 euros pese a tener tan solo cinco números. ¿Todavía nos excusamos en la crisis del papel para intentar exprimir el agónico mercado del cómic en España? El día en que la burbuja estalle, tendremos los llantos de turno y los robots podrán volver a reírse una vez más del ser humano.
Porque en el fondo Not all robots profundiza en el patetismo de la humanidad y de sus conflictos a través de la amenaza de la IA. Nosotros decidimos qué hacer con esta tecnología, para bien o para mal, pero conociéndonos, dudo de que sea para lo primero y apostaría casi todo por lo segundo. El hombre es un lobo para el hombre, en este caso maquinal, pero lobo al fin y al cabo. Y cuando la locura se desata solo queda una cosa por hacer: reír, reír hasta morirnos.
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